Un equipo internacional de científicos ha confirmado lo que podría ser el mayor evento solar jamás registrado en la historia de la Tierra. Según un nuevo estudio liderado por la Universidad de Oulu (Finlandia), una tormenta solar de intensidad descomunal golpeó nuestro planeta hacia el año 12.350 a.C., durante el ocaso de la última Edad de Hielo. Este evento, identificado gracias a un nuevo modelo climático-químico llamado SOCOL:14C-Ex, no solo ha roto todos los récords conocidos hasta ahora, sino que también ha empujado los límites de lo que sabemos sobre la actividad solar extrema.
El descubrimiento se basa en un pico inusual de radiocarbono (carbono-14) detectado en anillos de árboles fosilizados y corroborado por núcleos de hielo antiguos. Estos datos revelan una elevación abrupta de radiación cósmica que, según los investigadores, solo puede explicarse por una tormenta de partículas solares de una intensidad sin precedentes.
Hasta ahora, el evento más extremo documentado era el ocurrido en el año 775 d.C., una tormenta que dejó huellas visibles en árboles de todo el planeta. Sin embargo, el nuevo análisis indica que la tormenta del 12.350 a.C. fue al menos un 18% más potente. Y lo más inquietante: fue más de 500 veces más intensa que la tormenta de partículas solares de 2005, la más fuerte registrada durante la era de los satélites modernos.
Un modelo para retroceder en el tiempo
Una de las claves del hallazgo ha sido la creación del modelo SOCOL:14C-Ex, una herramienta de simulación diseñada para reconstruir con precisión la producción y el transporte de radiocarbono bajo condiciones climáticas glaciares. Hasta ahora, los modelos existentes solo podían aplicarse con fiabilidad al Holoceno, la era climática templada que comenzó hace unos 12.000 años. Pero esta nueva herramienta ha roto esa barrera, permitiendo a los científicos mirar mucho más atrás en el tiempo.
Para validar su eficacia, los investigadores aplicaron el modelo al evento del año 775 d.C. y comprobaron que los resultados coincidían con los datos observacionales. Luego lo usaron para analizar los registros del 12.350 a.C. y el resultado fue contundente: una tormenta solar de proporciones colosales impactó nuestro planeta en pleno apogeo de la última Edad de Hielo.

Un rastro invisible en los árboles
Las tormentas solares de partículas extremas, también conocidas como ESPEs (por sus siglas en inglés), son fenómenos poco comunes, pero cuando ocurren, dejan marcas imborrables. Al llegar a la Tierra, las partículas solares interaccionan con la atmósfera superior generando isótopos como el carbono-14, que se acumulan en los anillos de crecimiento de los árboles.
Estos picos de radiocarbono son conocidos como “eventos Miyake”, en honor a la investigadora japonesa que los identificó por primera vez. En el caso del 12.350 a.C., la señal fue tan intensa que no dejó lugar a dudas. Fue detectada en muestras de madera fosilizada procedente de los Alpes franceses, y la coincidencia con los modelos simulados fue casi perfecta.
Este tipo de eventos no solo son útiles para entender el comportamiento del Sol. También permiten a los científicos establecer fechas exactas en cronologías arqueológicas flotantes, es decir, contextos donde no existen referencias calendáricas fijas. Así se ha podido, por ejemplo, datar con precisión asentamientos vikingos en Terranova y poblaciones neolíticas en Grecia.
Más allá del Holoceno
Lo que hace único al evento de 12.350 a.C. es que ocurrió fuera del Holoceno, es decir, en una época de clima inestable y gélido. Hasta ahora, todas las tormentas solares extremas registradas —como las de 994, 660, 5259 y 7176 a.C.— se habían detectado dentro del marco del clima templado actual.
Este hallazgo cambia por completo la escala temporal de la actividad solar intensa y reescribe los límites que hasta ahora se consideraban posibles. De hecho, algunos científicos ya lo consideran un candidato a lo que podría haber sido una “superllamarada solar”, eventos teóricos observados en estrellas similares al Sol y que, hasta ahora, se pensaba que ocurrían una vez cada 6.000 años.

Una amenaza para nuestra tecnología moderna
Aunque una tormenta como la del 12.350 a.C. difícilmente volverá a repetirse pronto, el hallazgo tiene implicaciones críticas para nuestra civilización hipertecnológica. Si un evento de tal magnitud ocurriera hoy, podría colapsar redes eléctricas, inutilizar satélites, interrumpir sistemas de navegación y comunicaciones e incluso causar daños biológicos por exposición a radiación.
Ya se han documentado consecuencias graves por tormentas menores. El Evento Carrington de 1859, por ejemplo, generó incendios en estaciones de telégrafo. Más recientemente, en 1989, una tormenta geomagnética provocó apagones masivos en Canadá.
Comprender la magnitud de lo que el Sol puede llegar a hacer es fundamental para diseñar sistemas de protección más robustos. Y el nuevo modelo desarrollado por el equipo de Golubenko y Usoskin podría convertirse en una herramienta clave para anticiparse a lo inesperado.
El Sol como amenaza olvidada
Durante años, el Sol ha sido visto como una fuente de vida, de energía, de constancia. Pero esta investigación devuelve el foco a una faceta más oscura del astro rey. En el pasado remoto, fue capaz de desencadenar tormentas con una energía destructiva abrumadora. Y aunque nuestra tecnología ha avanzado, nuestra vulnerabilidad frente a su furia no ha cambiado demasiado.
El hallazgo, publicado en la revista Earth and Planetary Science Letters y comunicado oficialmente por la Universidad de Oulu, no solo revoluciona la astrofísica solar. También nos obliga a repensar la seguridad de nuestras infraestructuras y la fragilidad de nuestra sociedad digital ante fuerzas cósmicas que siguen fuera de nuestro control.
Cortesía de Muy Interesante
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