Chien-Shiung Wu, una de las pioneras de la ciencia, nació el 31 de mayo de 1912 en Liuhe, un pequeño pueblo de China. Desde niña, su entorno estuvo marcado por la educación y el deseo de conocimiento. Su padre, Wu Zhong-Yi, fundó la primera escuela para niñas en China y siempre la alentó a estudiar. “Si no hubiera sido por el aliento de mi padre, ahora estaría enseñando en una escuela de grado en cualquier parte de China”, recordaría Wu en una entrevista.
Desde pequeña, Wu mostró una inclinación especial por las ciencias. En la escuela secundaria comenzó a estudiar por su cuenta los libros de física y matemáticas de sus compañeras. Su amor por la física la llevó a ingresar en la Universidad de Nankín en 1930, un lugar donde destacó por su capacidad académica y su liderazgo.
De China a Estados Unidos: la búsqueda de una carrera científica
Tras completar su licenciatura en 1934, Wu trabajó en el Departamento de Física de la Universidad de Hangzhou y en la Academia de Shanghái. Su mentora, la profesora Jing-Wei Gu, la alentó a continuar su carrera en el extranjero. En 1936, Wu consiguió ser admitida en la Universidad de Míchigan, pero cambió de planes tras una visita a la Universidad de Berkeley. Allí quedó impresionada por sus laboratorios y por la presencia de Ernest O. Lawrence, futuro Premio Nobel de Física.
En Berkeley, Wu trabajó con el físico Emilio Segrè y se especializó en la fisión nuclear y el estudio de los isótopos de uranio. Su habilidad experimental pronto la convirtió en una referencia en el laboratorio. En 1940 obtuvo su doctorado. Sin embargo, a pesar de su talento, no consiguió una plaza en Berkeley debido a la discriminación hacia los científicos asiáticos.

El Proyecto Manhattan y la contribución a la bomba atómica
En 1942, Wu se casó con el físico Luke Chia-Liu Yuan y se trasladó a la costa este de EE.UU. Trabajó como profesora en el Smith College y en la Universidad de Princeton, donde fue la primera mujer contratada en el departamento de física.
En 1944 se incorporó al Proyecto Manhattan, el programa secreto para desarrollar la bomba atómica. Su trabajo fue crucial: mejoró los contadores Geiger y propuso un método innovador para el enriquecimiento de uranio mediante difusión gaseosa. Por otra parte, identificó el problema del envenenamiento por xenón en los reactores nucleares, lo que permitió el funcionamiento de los reactores de Hanford para la producción de plutonio.

El experimento que desafió una ley fundamental de la física
Después de la Segunda Guerra Mundial, Wu se estableció en la Universidad de Columbia. En 1956, los físicos Tsung-Dao Lee y Chen Ning Yang propusieron que la paridad —una propiedad fundamental de las partículas— podría no conservarse en la interacción débil. La comunidad científica consideraba esto una herejía, pero Wu diseñó un experimento para probarlo.
Utilizando cobalto-60, un isótopo radiactivo, Wu enfrió los átomos hasta casi el cero absoluto y aplicó un campo magnético para alinear sus espines. Los resultados mostraron que los electrones emitidos preferían una dirección determinada: esta fue la demostración que la paridad no se conservaba en la interacción débil.
El hallazgo fue realmente revolucionario y cambió el rumbo de la física moderna. Sin embargo, en 1957, el Comité Nobel galardonó solo a Lee y Yang, dejando a Wu fuera del reconocimiento. A pesar de la protesta de varios físicos, el sesgo de género prevaleció y se convirtió en una de tantas mujeres olvidadas para los Nobel.

Un legado que trasciende el Nobel
Aunque nunca recibió el Nobel, Wu acumuló numerosos premios y distinciones. En 1975, fue la primera mujer en presidir la Sociedad Americana de Física y recibió la Medalla Nacional de Ciencia en EE.UU. También obtuvo el Premio Wolf de Física, considerado un “Nobel alternativo”.
Más allá de sus logros científicos, Wu se convirtió en una activista por la igualdad de género en la ciencia. En un discurso en el MIT en 1964, cuestionó: “¿Acaso los átomos y las ecuaciones tienen preferencia por un tratamiento masculino o femenino?”.
En sus últimos años, Wu se dedicó a la educación y la divulgación científica. Chien-Shiung Wu, que fallecía el 16 de febrero de 199, hoy resuena en una frase que traspasa generaciones: “La naturaleza, si sabemos interpretarla, nunca mentirá”.
Cortesía de Muy Interesante
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