La Universidad de Oxford es más antigua que el Imperio Azteca: la sorprendente cronología que rompe nuestros esquemas históricos

La Historia, en ocasiones, se revela como un rompecabezas inesperado que descoloca incluso al más informado. Uno de los contrastes más sorprendentes entre civilizaciones aparentemente separadas por miles de años no está tan escondido como parece: la Universidad de Oxford, epicentro del saber europeo, ya impartía clases formales cuando la capital del Imperio Azteca aún no existía. Mientras Tenochtitlan comenzaba a alzarse en las aguas del lago Texcoco en 1325, Oxford llevaba más de dos siglos formando estudiantes.

Este desfase temporal, difícil de imaginar a primera vista, no es una simple curiosidad anecdótica, sino un recordatorio contundente de lo mal que solemos ubicar cronológicamente los grandes hitos de la humanidad. Es habitual imaginar a los aztecas como una civilización de un pasado remoto, casi mitológico. En cambio, Oxford, por ser una institución aún en funcionamiento, parece cercana y contemporánea. Pero el calendario desmiente nuestras intuiciones: en términos estrictamente históricos, Oxford es más antigua que el Imperio Azteca.

Oxford: el nacimiento de un gigante intelectual medieval

La historia de Oxford se remonta como mínimo al año 1096. En pleno auge de la Edad Media, esta ciudad del sureste inglés ya acogía enseñanzas formales. La fundación oficial de sus primeros colleges —University, Balliol y Merton— entre 1249 y 1264 consolidó su estructura universitaria, convirtiéndola en la institución educativa más antigua del mundo angloparlante.

Su expansión se vio impulsada en 1167, cuando el rey Enrique II prohibió a los ingleses estudiar en la Universidad de París, obligándolos a buscar formación en casa. Así, Oxford no solo creció, sino que se convirtió en un centro clave del conocimiento en Europa occidental. Esta decisión política, fruto de disputas con la Iglesia, moldeó el destino de lo que hoy es una de las universidades más prestigiosas del planeta.

Mientras tanto, el mundo al otro lado del océano seguía un ritmo distinto. En América, las grandes civilizaciones mesoamericanas habían visto ascensos y caídas —como los mayas y los toltecas—, pero el nombre “azteca” aún no resonaba. El Viejo y el Nuevo Mundo evolucionaban por caminos paralelos, sin saber que siglos después sus cronologías servirían para desmontar nuestras ideas preconcebidas del tiempo histórico.

En Oxford ya se impartían clases a finales del siglo XI, mientras que Tenochtitlan no vería la luz hasta el año 1325
En Oxford ya se impartían clases a finales del siglo XI, mientras que Tenochtitlan no vería la luz hasta el año 1325. Foto: Wikimedia

Tenochtitlan: la joven metrópoli que desafió al mundo

La fundación de Tenochtitlan en 1325 marcó el nacimiento del corazón del Imperio Azteca, aunque sus raíces culturales se remontaban a siglos de migraciones y asentamientos previos. Los mexicas, provenientes de un mítico lugar llamado Aztlán, encontraron su destino al ver un águila posada sobre un nopal devorando una serpiente: la señal divina que les indicó dónde construir su ciudad. Así nació Tenochtitlan, una urbe sobre islotes, conectada por calzadas y enriquecida por los sistemas agrícolas más innovadores del continente: las chinampas.

En apenas un siglo, esta ciudad pasó de ser un asentamiento aislado a la cabeza de una alianza militar y comercial que dominaría gran parte del centro de México. A través de guerras, pactos y una sofisticada estructura tributaria, el Imperio Azteca se expandió velozmente, imponiendo su poder y cultura a millones de personas.

Tenochtitlan llegó a tener más habitantes que muchas ciudades europeas de su tiempo. Con una población de hasta 400.000 personas y una infraestructura urbana envidiable —templos, canales, mercados, y hasta un acueducto que transportaba agua desde kilómetros de distancia—, esta capital prehispánica rivalizaba con cualquier centro urbano del Renacimiento.

Y sin embargo, cuando el conquistador Hernán Cortés arribó a sus puertas en 1519, la Universidad de Oxford llevaba más de 400 años impartiendo enseñanzas. En otras palabras, Oxford era para Tenochtitlan lo que hoy Tenochtitlan es para nosotros: un pasado remoto.

Una comparación que trastoca la línea del tiempo

¿Por qué nos cuesta tanto comprender que una institución europea medieval sea anterior a una de las civilizaciones americanas más emblemáticas? La respuesta es sencilla: nuestra forma de imaginar el pasado está profundamente sesgada por una percepción lineal y eurocéntrica del tiempo.

Las culturas precolombinas suelen asociarse mentalmente con la “prehistoria” o con un pasado mítico. Los sacrificios humanos, los templos escalonados y los códices de colores vivos evocan un mundo lejano, casi fantástico. Por el contrario, las instituciones occidentales que sobreviven hasta nuestros días, como Oxford, nos parecen modernas por su continuidad, aunque su fundación esté más cerca del año 1000 que del siglo XXI.

Esta distorsión tiene implicaciones importantes: alimenta una visión fragmentada de la historia, en la que Europa avanza cronológicamente mientras otras culturas parecen atrapadas en el tiempo. Pero mirar más de cerca estos desajustes permite entender que el desarrollo humano ha seguido múltiples ritmos simultáneos, sin una sola línea evolutiva dominante.

Tenochtitlan, capital del Imperio Azteca, llegó a tener más habitantes que muchas ciudades europeas del siglo XV
Tenochtitlan, capital del Imperio Azteca, llegó a tener más habitantes que muchas ciudades europeas del siglo XV. Fuente: Wikimedia

El poder de las comparaciones históricas

Este tipo de comparaciones, lejos de ser triviales, ayudan a comprender que la historia no es un conjunto de compartimentos estancos sino un entramado de procesos concurrentes. Saber que Cleopatra vivió más cerca de nosotros que de la construcción de las pirámides, o que Anne Frank y Martin Luther King nacieron el mismo año, nos obliga a reconsiderar la manera en la que medimos el tiempo histórico.

La Universidad de Oxford, que aún acoge a estudiantes de todo el mundo y forma parte activa de los grandes debates contemporáneos, ya tenía siglos de historia cuando los mexicas levantaban los cimientos de su capital. En cambio, Tenochtitlan fue conquistada y destruida en apenas 200 años. Y, sin embargo, su impacto cultural, político y simbólico fue tan profundo que hoy sigue inspirando y maravillando.

Ambas instituciones, aunque tan diferentes, representan expresiones de civilización igualmente valiosas. Una demuestra la longevidad del conocimiento estructurado; la otra, la capacidad de un pueblo de crear una sociedad compleja en tiempo récord. En este espejo temporal, Oxford y el Imperio Azteca no compiten, sino que dialogan.

Redescubrir el pasado para entender el presente

Más allá de la anécdota histórica, el hecho de que Oxford sea más antigua que el Imperio Azteca desafía nuestras concepciones del tiempo y la civilización. Nos recuerda que el pasado es más entrelazado de lo que creemos, y que para comprenderlo necesitamos más contexto y menos prejuicio cronológico.

Al estudiar estos desfases, también estamos recuperando el valor de las civilizaciones americanas y reconociendo su lugar en la historia global, más allá de los mitos. Porque entender que Tenochtitlan y Oxford coexistieron, que la gran urbe azteca florecía mientras estudiantes europeos debatían en latín en las aulas medievales, es comprender que el mundo ha sido siempre multipolar, plural y simultáneo.

Cortesía de Muy Interesante



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