Pocas cosas resultan tan familiares como los dientes. Los usamos para comer, hablar y sonreír. Sabemos lo que duele cuando están sensibles, pero rara vez nos preguntamos de dónde vienen realmente. ¿Son una simple herramienta masticatoria que apareció con los primeros animales con mandíbulas? ¿O tienen un pasado más complejo e inesperado?
Un equipo de científicos liderado por la paleontóloga Yara Haridy ha publicado un estudio en Nature que cambia por completo la historia evolutiva de los dientes. Según sus hallazgos, los dientes no nacieron en la boca, sino en la piel de peces acorazados sin mandíbula, hace más de 460 millones de años. Estas estructuras primitivas no solo eran duras: eran sensibles. De hecho, podrían haber servido originalmente como órganos sensoriales. Este descubrimiento no solo aclara el origen del tejido dentario, sino que lo vincula con sistemas sensoriales aún presentes en invertebrados como los cangrejos.
El error de Anatolepis: un malentendido que iluminó el camino
Durante décadas, se pensó que un antiguo fósil llamado Anatolepis heintzi representaba uno de los primeros peces vertebrados. Sus fragmentos fósiles mostraban estructuras similares a pequeños tubérculos con canales internos, que algunos investigadores interpretaron como dentina: el tejido que forma el núcleo de nuestros dientes. A partir de ahí, Anatolepis fue visto como un hito en la evolución dental.
Pero este nuevo estudio demuestra que la clasificación era errónea. Gracias a escaneos de altísima resolución con sincrotrón, el equipo descubrió que las supuestas estructuras dentales eran en realidad órganos sensoriales típicos de los artrópodos. Al compararlas con los órganos sensoriales de especies modernas como el cangrejo de porcelana (Neopetrolisthes), vieron coincidencias notables en su microestructura: canales verticales, cavidades en forma de lágrima y una disposición radial de túbulos que no se encuentra en los vertebrados.
Como escriben los autores, “concluimos que Anatolepis no es un vertebrado, sino que se identifica con mayor parsimonia como un artrópodo aglaspídido” .
Este giro no supuso un paso atrás, sino todo lo contrario. Forzó a los investigadores a buscar de nuevo el primer ejemplo auténtico de dentina vertebrada. Y lo encontraron.

La armadura sensorial de los primeros peces vertebrados
Los fósiles clave se hallaron en especies como Eriptychius y Astraspis, vertebrados del Ordovícico medio (hace unos 460 millones de años). En particular, los odontodes —estructuras dérmicas que recubren el cuerpo— de Eriptychiusrevelaron características únicas: túbulos de dentina de gran calibre, cavidades pulpares abiertas y una densa red vascular.
La morfología interna de estos odontodes sugiere una función sensorial activa. La dentina, lejos de ser solo una sustancia dura, estaba perforada por túbulos que llegaban hasta la superficie, tal como ocurre con nuestros dientes cuando la sensibilidad dental se dispara. Esta exposición directa de los túbulos indica que probablemente captaban estímulos del entorno. Según se lee en el artículo: “la exposición convergente de túbulos en aglaspídidos y en Eriptychius sugiere una función sensorial” .
Más aún, la cavidad pulpar abierta en estos fósiles implica que contaban con nervios internos. Esta innervación es clave para considerar a estas estructuras como precursoras funcionales de los dientes actuales, no solo en términos de forma sino también de sensibilidad.

Del blindaje a la boca: cómo llegó la dentina a los dientes
Uno de los grandes aportes del estudio es mostrar que la dentina no apareció dentro de la boca, sino fuera del cuerpo, en un exoesqueleto que servía tanto de protección como de antena sensorial. Este tejido es exclusivo de los vertebrados y está formado por células llamadas odontoblastos, que también participan en la percepción del dolor y del tacto.
El proceso evolutivo que llevó estos odontodes sensoriales a convertirse en dientes bucales se dio probablemente por una reutilización del “kit genético” que ya producía dentina en otras partes del cuerpo. Esta idea se refuerza con estudios inmunofluorescentes realizados en peces actuales como el tiburón gato (Scyliorhinus retifer) y el bagre (Ancistrus), que muestran nervios asociados a las estructuras dérmicas dentadas en etapas tempranas del desarrollo.
Los autores lo resumen así: “la innervación asociada con la dentina de los odontodes es un rasgo ancestral entre los gnatóstomos actuales” .
Así, lo que comenzó como una armadura sensorial externa terminó dentro de la cavidad bucal, especializado en cortar, triturar y… seguir sintiendo.

Qué nos dice este hallazgo sobre nosotros
Este hallazgo no es solo una anécdota del pasado remoto. Cambia la forma en que entendemos nuestros propios cuerpos. La sensibilidad dental, que muchas veces vemos como un problema, tiene raíces evolutivas profundas. Los dientes no fueron diseñados para ser insensibles: nacieron como sensores. Y aún hoy conservan parte de esa función.
En especies modernas como los narvales, los dientes tienen una clara función sensorial. En otras, como el bagre ciego, los odontodes cutáneos ayudan a orientarse en la oscuridad. En los humanos, aunque más limitadamente, las terminaciones nerviosas en la dentina siguen transmitiendo información sobre presión, temperatura y daño.
Este tipo de estudios nos recuerda que la evolución no crea desde cero: modifica, reutiliza y adapta. Y que detrás de cada estructura de nuestro cuerpo hay una historia de millones de años, tejida con fósiles, genes y función.
Referencias
- ara Haridy, Sam C. P. Norris, Matteo Fabbri, Karma Nanglu, Neelima Sharma, James F. Miller, Mark Rivers, Patrick La Riviere, Phillip Vargas, Javier Ortega-Hernández & Neil H. Shubin. The origin of vertebrate teeth and evolution of sensory exoskeletons. Nature. https://doi.org/10.1038/s41586-025-08944-w.
Cortesía de Muy Interesante
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