Parece un camarón blanco, pero es el crustáceo más grande del mundo y los investigadores ya saben por qué es tan raro de ver

El Alicella gigantea es una criatura casi mítica. Un crustáceo de aspecto similar a un camarón blanco, pero con proporciones descomunales, que rara vez se dejaba ver. Con hasta 34 centímetros de longitud, este anfípodo de aguas profundas es el más grande de su clase en el mundo. Durante décadas se pensó que este animal era un habitante raro del fondo marino, pero según una nueva investigación publicada en The Royal Society, podría vivir en más de la mitad del lecho oceánico.

La investigación, liderada por científicos de la Universidad de Australia Occidental, reunió 195 registros de Alicella gigantea en 75 ubicaciones distribuidas entre los océanos Pacífico, Atlántico e Índico. Las profundidades en que se ha observado esta especie van de los 3,890 a los 8,931 metros, un rango que cubre aproximadamente el 59 % del fondo marino mundial. Paige Maroni, autora principal del estudio explicó a New Scientist lo siguiente:

“Históricamente se le ha considerado raro, pero esto se debe a lo difícil que es acceder a esas profundidades. La falta de datos no es sinónimo de rareza”

ADN desde las profundidades

A través de secuencias de ADN mitocondrial y nuclear, el equipo de investigación pudo demostrar que a pesar de su distribución global, los especímenes comparten una gran similitud genética. Esto sugiere que el Alicella gigantea es una sola especie con una distribución global, en lugar de múltiples especies parecidas distribuidas por distintas regiones del océano.

Según la investigación, el hallazgo de haplotipos compartidos en regiones distantes (como la fosa Kermadec en el Pacífico sur y la fosa de Japón en el norte) refuerza la idea de que esta especie se desplaza, o al menos está conectada genéticamente, a lo largo de enormes extensiones del océano profundo.

Imagen: The Royal Society

No tan esquivo: la ciencia se pone al día

Según New Scientist, la primera recolección de esta especie data de 1899, pero desde entonces los avistamientos han sido escasos. Incluso después de que fue filmado por primera vez en los años 70 a más de 5,300 metros de profundidad, no se volvió a registrar por casi dos décadas. Esto alimentó la creencia de que el supergigante era una rareza abisal. Maroni afirmó:

“Llevamos mucho tiempo considerando a esta especie como rara. Consideramos raro todo lo que habita en las profundidades marinas. Pero, en realidad, estas especies probablemente estén más conectadas de lo que jamás hubiéramos imaginado”

Aunque su tamaño impresiona, los datos genéticos revelan que la variabilidad dentro de la especie es sorprendentemente baja. De acuerdo a la investigación, esto sugiere que la especie ha logrado mantener una coherencia genética global, incluso en hábitats separados por miles de kilómetros. Esta homogeneidad genética sugiere, entre otras cosas, que la especie podría ser capaz de moverse entre hábitats profundos o estar adaptada para sobrevivir en condiciones muy similares en múltiples regiones.

¿La cochinilla del abismo? Así lo ven los científicos

En declaraciones dadas a The Independent, los investigadores comparan a Alicella gigantea con una “cochinilla de humedad supergigante” y hacen alusión a su parentesco con otros anfípodos más comunes. Aunque su densidad poblacional puede ser baja, su presencia a lo largo de un área tan vasta del fondo oceánico lo convierte en un habitante más común de lo que pensábamos.

“Hay cada vez más pruebas que demuestran que la A. gigantea debería considerarse lejos de ser rara”

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Imagen: The Royal Society

Para calcular la extensión potencial del hábitat de este crustáceo, los científicos usaron mapas batimétricos globales y determinaron qué áreas del océano tienen profundidades dentro del rango observado para la especie. El resultado: 200 millones de kilómetros cuadrados, lo que representa el 59 % del total del fondo oceánico mundial.

El Pacífico, por su profundidad y tamaño, alberga el mayor porcentaje del hábitat potencial de la especie, seguido por el Atlántico e Índico. Aun así, no se han encontrado registros en el Ártico, Antártico ni en el Mediterráneo, aunque eso podría deberse más a falta de exploración que a una verdadera ausencia.

Cabe añadir que para los científicos, este hallazgo demuestra que en realidad se sabe casi nada del fondo marino profundo. Según The Independent, menos del 0.001 % ha sido observado directamente por humanos.

Cortesía de Xataka



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