¿Conoces a estas célebres figuras del espionaje internacional? De la inspiración de James Bond al ‘Garbo español’

¿Qué mejor que empezar el repaso de los top del espionaje internacional con el James Bond de carne y hueso? Se llamaba Sidney Reilly y fue agente del Foreign Office a principios del siglo XX. Su habilidad para cambiar de identidad y para conspirar lo convirtieron en mito y en fuente de inspiración.

Entre otros, para Ian Fleming, que reconoció haberlo utilizado a la hora de crear a su 007. Reilly debió hacer bien su trabajo, porque acumuló personalidades, esposas, residencias, iniciativas empresariales y políticas…

Reilly, as de espías

Según la teoría oficial, aunque él apuntaba otros orígenes, nació en Odessa en una familia judeoucraniana y fue bautizado como Solomon Rosemblum. De adolescente, su familia emigró a Polonia, pero él aseguraría haber estudiado en Viena. Los primeros datos fiables lo sitúan en Londres hacia 1895. Cambió su nombre –probablemente para ocultar su origen judío– y en 1900 marchó a Port Arthur (Manchuria), centro de disputas entre China, Rusia y Japón.

Pasaporte alemán de Sidney Reilly
Fotografía del pasaporte de 1918 del famoso agente de espionaje Sidney Reilly. Este pasaporte fue emitido bajo su alias de George Bergmann. Foto: Wikimedia Commons.

Se le atribuye el robo, haciéndose pasar por un rico empresario, de los planos que facilitaron el ataque sorpresa de los japoneses a los rusos en 1904. Su huida precipitada hizo pensar que actuó al servicio de los nipones. Esa habría sido la primera de sus muchas ‘proezas’. Entre ellas, la concesión de la Persian Oil para que los británicos perforasen en territorio iraní, que se traduciría en la fundación de la Anglo-Persian Oil Company, actual BP. Eso reafirmó su papel como mediador a escala internacional.

Trabajó como bróker para la firma austríaca Blohm & Voss, que engrosó sus beneficios gracias al rearme de los años previos a la Primera Guerra Mundial. Cada vez más instalado en San Petersburgo, mantenía una relación con Nadezhda Massimo, hija de un coronel que le ayudó a codearse con mandos zaristas. Durante el conflicto, consiguió de potencias extranjeras armamento para Rusia, lo que le proporcionó ganancias millonarias.

Pactó con el jefe de los Servicios Secretos de Inteligencia británica (SIS), Mansfield Cumming, su traslado a Rusia en 1918. No lo hacía por razones ideológicas sino económicas, pero de cara a su país iba a ayudar a derrocar a los comunistas. Cambió varias veces de identidad mientras montaba un equipo con el que atentar contra Lenin y Trotski. Finalmente, Londres abortó la operación y él desapareció. Se convirtió en enemigo público de la Unión Soviética en cuanto los medios bolcheviques airearon el complot.

Propuso a sus superiores un plan de apoyo al Ejército Blanco, prozarista, pero no prosperó y el Foreign Office fue marginándolo cada vez más. Su excesiva ambición y su obsesión por derrocar al régimen soviético lo hacían peligroso. Su vida, profesional y personal, hacía aguas. En 1922 se había divorciado de Nadezhda, con la que se había casado sin separarse oficialmente de su primera esposa.

Al año siguiente volvió a pasar por el altar con la supuesta actriz sudamericana Pepita Bobadilla (en realidad, una inglesa llamada Nelly Burton). La muerte de Lenin desató inestabilidad en el gobierno comunista y se reactivaron las esperanzas de los contrarrevolucionarios en el exilio.

En ese contexto, su antiguo compañero del SIS en Moscú, Ernest Boyce, le advirtió de que le visitaría un representante de una asociación de empresas de varios países europeos llamada The Trust, dispuesta a acabar con el régimen bolchevique. En realidad, The Trust era una cortina de humo creada por la OGPU (futuro KGB), y sus agentes engatusaron a Reilly para que viajara nuevamente a Moscú vía Finlandia. Una vez allí, en cuanto Reilly explicó sus planes de expoliar grandes museos rusos para financiar el golpe definitivo, fue capturado por la OGPU. Tras ser interrogado y torturado, el 5 de noviembre de 1925 recibió un disparo en la sien por orden de Stalin.

Reilly, as de espías
El superespía británico Sidney Reilly tuvo su propia serie en 1983, Reilly, as de espías. Fue el actor neozelandés Sam Neill (en la imagen) quien dio vida al legendario personaje en esta ficción de enorme éxito que ganó el BAFTA. Foto: AGE.

Richard Sorge, el superespía

En la época en que Reilly murió, empezaba sus andanzas el que para muchos fue el mejor espía de la Segunda Guerra Mundial: Richard Sorge. De padre alemán y madre rusa, nació en 1895 en Bakú, entonces parte del Imperio ruso y hoy capital de Azerbaiyán. Se inició como informante de la Internacional Comunista en Fráncfort en 1924. La inteligencia soviética quedó muy satisfecha y lo trasladó a Moscú para entrenarlo. Empezó trabajando en el Reino Unido, Escandinavia y Alemania con el objetivo de extender la revolución bolchevique fuera de la URSS.

Más tarde fue a Shanghái, donde se hizo pasar por periodista y obtuvo una considerable información de sus amantes. Gracias a su don de gentes, su elegancia y su poder de seducción, averiguó que Japón atacaría China mucho antes de que la invasión se hiciese efectiva. En 1933, tras pasar por Alemania y hacerse con un carné del Partido Nacionalsocialista y una acreditación como corresponsal, fue destinado a Japón. En Tokio, aparentando ser un ferviente nazi y con su tapadera de reportero, accedió a los círculos de la embajada del Reich y se hizo amigo del agregado militar alemán.

Retrato del espía Richard Sorge en un sello conmemorativo. Foto: Wikimedia Commons.

Cuando la Segunda Guerra Mundial arrancó, su red de informadores estaba tan consolidada que recibió antes que nadie una información vital para el Kremlin: Alemania invadiría la Unión Soviética el 20 de junio de 1941. Stalin no le creyó y Sorge se equivocó… pero solo por dos días, pues la Operación Barbarroja se inició el 22. A partir de entonces tendría más credibilidad.

Pronosticó que los japoneses no atacarían a la URSS de inmediato, con lo que Stalin envió a Moscú varias de las divisiones de esquiadores que defendían Manchuria. Eso ayudó a salvaguardar la capital y vencer a los alemanes. Sorge también supo del ataque nipón a Pearl Harbor antes que Washington.

Pese a sus estrictas medidas de seguridad, fue traicionado. Uno de sus informantes lo denunció al Kenpeitai, la Gestapo nipona. Intentaron intercambiarlo por un prisionero, pero los soviéticos se lavaron las manos. Fue ahorcado en noviembre de 1944. El fiscal que solicitó su pena de muerte dijo que “no había conocido en toda su vida a nadie tan grande como él”.

Moe Berg, del béisbol al espionaje

No estaba destinado a ser espía; sin embargo, ha pasado a la historia como uno de los grandes. El estadounidense Morris ‘Moe’ Berg hablaba doce idiomas y era jugador de béisbol profesional. En 1934, viajó con su equipo a Japón y filmó panorámicas de zonas industriales y del puerto de Tokio. Pasó el tiempo y, con la guerra en ciernes, supo que su película tenía gran valor, así que la pasó a la inteligencia americana. Cuatro meses después del ataque a Pearl Harbor, y seguramente con ayuda de Berg, EE. UU. respondió bombardeando Tokio.

Morris Moe Berg
Morris ‘Moe’ Berg (1902-1972), conocido como “el hombre más inteligente del béisbol”, posa con la equipación de los Washington Senators. Foto: Getty.

En 1943, se convirtió en miembro de la OSS (Sección de Servicios Estratégicos) y se infiltró en la Yugoslavia ocupada para averiguar qué grupo de la Resistencia tenía más posibilidades. Escogió al de Josip Broz, Tito (futuro presidente), que se benefició de la ayuda norteamericana.

Pero la principal misión de Berg fue investigar el alcance del proyecto alemán para obtener la bomba atómica. Si estaba avanzado, tenía permiso incluso para matar al científico responsable: Werner Heisenberg. No hizo falta, pues descubrió que los germanos estaban lejos de tener la bomba, información que tranquilizó a Washington y ayudó al triunfo aliado.

Klaus Fuchs, el ladrón de la bomba atómica

Precisamente, de entre los cientos de científicos que participaron en el desarrollo de la bomba atómica estadounidense, destacó un físico alemán que envió los secretos del arma a la Unión Soviética: Klaus Fuchs. Como otros tantos, fue trasladado a Los Álamos, Nuevo México, para participar en el Proyecto Manhattan. Trabajaba sin descanso y sin que nadie sospechase que lo hacía para Stalin.

Lugares involucrados en el proyecto Manhattan
Llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial y liderado por Estados Unidos, con el apoyo del Reino Unido y Canadá (en el mapa vemos los lugares de EE UU y Canadá involucrados en el proyecto), produjo las primeras armas nucleares. Foto: ASC.

Durante dos años estuvo enviando planos, bocetos y fórmulas a un enlace soviético. Pensaba que era injusto que Estados Unidos e Inglaterra no compartieran un descubrimiento tan valioso. El FBI confirmó sus sospechas cuando, en el verano de 1949, la URSS probó su primera bomba atómica. Había alguien infiltrado y sabían quién era.

No parece exagerado decir que Fuchs cambió la historia del siglo XX. En palabras de Norman Moss, autor de Klaus Fuchs. El hombre que robó la bomba atómica, “muy pocos científicos llegan a tener una influencia tan directa en el rumbo de las relaciones internacionales como la que ejerció”. Su detención tuvo lugar en un momento clave: Estados Unidos estaba preocupado por la Guerra Fría y reinaba la histeria anticomunista.

Klaus Fuchs
Fotografía policial del físico Klaus Fuchs, tomada en 1940. En 1933 había huido de Alemania a Gran Bretaña y durante la guerra trabajó en el Proyecto Manhattan, en EE UU, para construir la bomba atómica. En 1950 admitió haber espiado. Foto: ASC.

Moss recoge en su libro cómo Arthur Krock, columnista del New York Times, escribió que había producido “un impacto poderoso, sobre todo en el gobierno de Estados Unidos, por razones que van mucho más allá de los intereses de la seguridad nacional”. Le cayeron catorce años, pero a los nueve fue liberado y siguió su carrera científica en la Alemania comunista.

Garbo, nuestro hombre en Lisboa

Si tenemos en cuenta que la mentira es una herramienta esencial para un espía, sin duda Joan Pujol ha sido de los más dotados. Baste decir que, gracias a su trabajo en solitario, el desembarco de Normandía fue un éxito. Su peripecia podría ser el guion de una película de 007 o un thriller de John le Carré, pero es real como la vida misma. De haber sido anglosajón, sería probablemente mucho más conocido. Pero nació en Barcelona; para los alemanes era Arabel y para los ingleses Garbo.

Tras su participación en la Guerra Civil española, Joan tenía claro que la única forma de combatir a Hitler era uniéndose a los ingleses. “La dictadura alemana para mí era la más negra para el futuro del mundo, era el peligro número uno…”, declaró. Su ideología le llevó a ofrecer, en Madrid y en 1941, sus servicios a los británicos. Lo rechazaron. ¿Qué harían con alguien que ni hablaba inglés ni tenía las ideas claras?

Lejos de darse por vencido, cambió de táctica y se propuso a los alemanes. Ellos sí lo aceptaron. Debía establecerse en Londres, pero prefirió quedarse en Lisboa, “la capital del espionaje” y la única ciudad europea de donde partían vuelos a Londres y Berlín. Fue la primera de su larga lista de mentiras. Desde la capital lusa urdió una red de agentes imaginarios bajo cuyas identidades enviaba cartas a los alemanes con planes bélicos que solo existían en su imaginación. Y para redactar sus informes sobre concentraciones de tropas, fortificaciones o envíos de armas le bastaron una guía turística y un mapa de Inglaterra. La clave de su éxito fue una memoria prodigiosa y el máximo cuidado de los detalles.

Joan Pujol con su mujer Araceli González
Joan Pujol (1912 -1988) debe su nombre en clave, ‘Garbo’, a que un oficial inglés creía que tenía ante sí al “mejor actor del mundo”. En la imagen, con su primera mujer, Araceli González, de quien se divorció antes de desaparecer en Venezuela y ser dado por muerto durante décadas. Foto: ASC.

En una ocasión, para excusarse por no disponer de información sobre un destacado movimiento de barcos, alegó que uno de sus agentes en Liverpool había muerto. Y para hacerlo más creíble, publicó su esquela en un diario. Resultó tan convincente que los alemanes enviaron a la esposa el pésame… ¡y una pensión de viudedad!

En febrero de 1942, Garbo fue un paso más allá. Informó a los nazis sobre un gran convoy que iba a zarpar hacia Malta, isla estratégica en el puesto de avanzada británico en el Mediterráneo. Como era de esperar, el Eje lo preparó todo para interceptarlo. Cuando el MI-5, el servicio de inteligencia interior inglés, se enteró de aquello, empezó a valorar a aquel agente independiente y lo contrató como desinformador. En mayo de 1942, se inició como agente doble al servicio de Gran Bretaña. Durante tres años formaría un tándem perfecto con su oficial, Thomas Harris.

Garbo y sus colaboradores fantasma fueron de éxito en éxito, hasta que llegó el más sonado. Jornadas antes del Día D, se dedicó a proclamar a los cuatro vientos que el desembarco en las playas normandas era una maniobra de distracción. Y que la mayor parte de tropas aliadas se encontraban 250 kilómetros al norte, en Calais, el enclave más próximo a la costa inglesa. En este caso, para conferir la máxima fiabilidad a su informe, añadió supuestos comentarios aliados: “Es de la mayor importancia que el enemigo no conozca nuestras intenciones futuras”. El mismo Hitler se lo creyó y, para cuando la verdad salió a la luz, la Operación Overlord había triunfado.

Juan Pujol (Garbo)
Retarto de Juan Pujol (Garbo), agente doble durante la Segunda Guerra Mundial. Foto: Wikimedia Commons.

Garbo forjó una red de veintisiete subagentes inexistentes mantenidos por el Tercer Reich, preparó unos 1.200 mensajes de radio, redactó alrededor de 300 cartas con tinta invisible… Ambos bandos lo condecoraron, pues mantuvo engañados a los nazis incluso después de la contienda. Terminada su tarea, fingió su muerte y desapareció sin dejar rastro.

Cuando el historiador Nigel West lo encontró en Venezuela en 1984, era un anciano retirado. Nadie hubiera sospechado que se trataba de un agente doble excepcional con un “entusiasmo quijotesco y apasionado por su trabajo”, como se recoge en La defensa del reino, libro oficial del MI-5. No es de extrañar que sirviera a Graham Greene de inspiración para su novela Nuestro hombre en La Habana, como cuenta Stephen Talty en Garbo el espía.

Graham Greene y Kim Philby: Oxford y Cambridge

La verdad es que Graham Greene no ha sido el único espía escritor, pero sí uno de los más famosos y memorables. Aunque pasó a la posteridad por su obra literaria –muy llevada al cine: El poder y la gloria, El tercer hombre, El americano impasible, Nuestro hombre en La Habana, El factor humano…–, Greene dejó también su huella como agente. En 1941 pidió colaborar con el MI6, la agencia de inteligencia exterior. Lo enviaron al África Occidental, a Freetown (Sierra Leona), donde según su jefe, Kim Philby, realizó un trabajo poco relevante, una apreciación cuestionable.

El tercer hombre
Cuando en 1929 le sorprendió el éxito de su primera novela, The Man Within (Historia de una cobardía), Graham Greene (1904-1991) era subeditor en The Times, trabajo que dejó para dedicarse de lleno a escribir. Un acierto, pues vendrían muchas otras grandes novelas de éxito, varias de ellas llevadas al cine, como El tercer hombre, una obra maestra estrenada en 1949, que cuenta con guión del propio Greene y está protagonizada por Joseph Cotten, Orson Welles y Alida Valli. Foto: ASC.

Como apunta Fernando Martínez Laínez en Escritores espías: “El Mediterráneo era un mar cerrado, y todos los convoyes militares estaban obligados a contornear la costa atlántica africana para alcanzar Egipto y abastecer al Ejército británico que luchaba en el norte de África contra las tropas de Rommel. Freetown, en este contexto, era un importante puerto de tránsito, y además Sierra Leona tenía frontera con la Guinea Francesa, que era posesión del gobierno de Vichy [régimen títere galo controlado por Alemania]”.

En marzo de 1943 fue destinado a Londres, a la Subsección de Asuntos Ibéricos cuyo jefe era Philby. Sin que este ni nadie lo esperase, en 1944 Greene comunicó su deseo de abandonar el MI6. “Dimití antes que aceptar un ascenso que equivalía a convertirme en una pequeña pieza en el mecanismo de su intriga [de Philby]”.

Cinco de Cambridge
Montaje con los ‘Cinco de Cambridge’: de izda. a dcha., John Cairncross, Anthony Blunt, Guy Burgess, Kim Philby y Donald Maclean. Foto: Getty.

La declaración aparece en el libro de Martínez Laínez, quien se pregunta si habría descubierto que su jefe era un agente doble al servicio de la URSS. “Si fue así, igual se lo calló porque sabía que nadie le creería; seguramente la denuncia provocaría su expulsión automática del MI6”, deduce. Mientras que Greene pertenecía al grupo de espías británicos salidos de Oxford, Kim Philby era del círculo de Cambridge.

De familia de clase alta y comprometido con el comunismo, renunció a todo para convertirse en agente soviético. Una de sus primeras misiones le trajo a España durante la Guerra Civil. Haciéndose pasar por periodista del bando nacional, debía matar a Franco. Se ignora por qué no llevó a cabo la misión; quizá al final no recibió la orden. Pese a todo, se convirtió en uno de los mejores agentes dobles de todos los tiempos y en el topo más peligroso del MI6. Trabajó encubierto para los soviéticos durante décadas y en 1963 huyó a Moscú, donde lo enterrarían con todos los honores.

Kim Philby herido en la guerra civil española
Como corresponsal del London Times, Kim Philby cubrió la guerra española de 1937 a 1939. En la imagen, vendado (a la dcha.), habla con sus compañeros en Caude, cerca de Teruel, donde el 31 de diciembre de 1937 el convoy de periodistas extranjeros en el que viajaba fue alcanzado por un obús. Foto: Getty.

Cortesía de Muy Interesante



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