-¿Por qué Tony y Douglas querían volver al presente? -preguntó Joaquín Amenábar, un reciente interesado en mi idea para un largometraje hollywoodense: la reunión de Kung Fu, Dos tipos audaces, Ladrón sin destino y El Santo, en 2025, para enfrentar a un villano progresista que pretende conquistar el mundo-.
-Douglas y Tony no forman parte de mi película -repliqué-.
-¿Por qué no incluiría usted a los dos héroes de El Túnel del tiempo? -insistió Joaquín-.
-No puedo incluir a todos -argumenté-. No es una serie. Ni una miniserie. Se llama largometraje, pero no es infinito. Por otra parte, puestos a elegir, Douglas y Tony no son una buena opción, están demasiado determinados por sus circunstancias: ¿cuáles serían sus poderes, fuera de viajar en el tiempo? Ni siquiera deliberadamente: para ellos ese traslado es una desventaja, no un activo. Como usted bien dijo: quieren regresar al presente. Y no pueden. En cambio, Kwai Chang Caine, Simon Templar o Alex Mundy, son en sí individuos con habilidades sobresalientes, en cualquier ámbito o embrollo.
-Usted está despreciando la experiencia -me desafió Joaquín-. ¿Cuánto podrían ayudar a esta sociedad en desintegración dos hombres que han caminado con la Historia? Por otra parte, podríamos aclararles, en la trama, que ellos vivieron en su presente, como cada uno de nosotros: solo que su Presente era la Historia. ¿Realmente compartimos un mismo Presente?
-Yo sospecho que sí- admití- Cuando alguien llega tarde, me resulta muy molesto. Y si no pagás antes de las 20.30 determinada cuenta, te cobran intereses. Eso nos demuestra que todos compartimos un mismo presente.
-Cuando me enamoré de Tina -introdujo extemporáneamente Joaquín-, el tiempo era una sustancia agradable. Sin necesidad de fumar, ni de beber, ni de entretenerme con una película o un libro. Antes de besarnos por primera vez, por supuesto incluyendo la tensión de nuestra mutua atracción; especialmente ese aura, como cuando uno veía a Maradona a un metro de la pelota, de que ella, Tina, quería estar conmigo.
“Era parecida a la Titina de Piturro, pero con un rostro infinitamente más sofisticado. Prácticamente ella avanzó sobre mí, me sedujo, me reveló el amor en todas sus dimensiones. También en el fracaso. Se alejó de mí definitivamente, cuatro años después”.
“¿En qué estación del tiempo quedamos cuando perdemos el sentido de la vida por la derrota en el amor? Tina conservaba el presente y el futuro; mientras que yo, como el personaje de Naranjo en flor, quedaba en el pasado. No lo puedo explicar de un modo racional”.
Nada respectivo al amor o al tiempo se puede explicar de un modo racional -coincidí-. Sólo inventar historias. Y aún así, las ficciones sobre viajes en el tiempo son insolventes. Carecen totalmente de lógica. No las descarto, pero no las entiendo.
-Dejé de ver a Tina durante 35 años. Cuando la reencontré, yo ya estaba en los 60 y ella se acercaba a una velocidad vertiginosa.
-“Nunca me perdoné el haberte abandonado -me dijo Tina-. La vida me castigó por despreciar tu amor. De hecho, creo que nunca amé a nadie tanto como a vos, ni nadie me amó tanto como vos. Pero… ¿ahora para qué sirve esta contrición? Mi socia en la venta de cosméticos se llama Daiana. Tiene 35 años. Es igual a mi mejor momento. Dejaste de verme a los 25. Pero mi cúspide fueron los 35. El rostro, el cuerpo… el aura. Se acaba de divorciar. Si le hablo de vos, si los pongo en contacto, vivirás un amor incomparable. Sería la indemnización que yo te adeudo”.
-No tuve más remedio que asentir -confesó Joaquín-. En el presente, en el pasado y en el futuro, un hombre no es más que un hombre. Un vaso de agua en el desierto, un chocolate en el frío, un techo en la tormenta. ¿Quién puede rechazarlos? Efectivamente el amor con Daiana fue extraordinario. La indemnización estaba paga. Mis fuerzas retornaron y mi corazón retozó. Pero… terminó. Esta vez por mi decisión. El pasado es inalterable. Es falso que los pueblos que olvidan su pasado se condenan a repetirlo. Pueden repetirlo aunque lo recuerden. Olvidarlo y no repetirlo. O querer repetir y no poder. Nadie sabe. Pero yo no amaba a Daiana, sino a la Tina de 25 años. La sola idea de que aquella isla en el presente pudiera indemnizarme del pasado me hacía el asunto incompleto. ¿Por qué Douglas y Tony querían volver al presente? ¡Su presente era la Historia! ¿Qué les resultaba tan importante?
-No me lo explico -cavilé-.
-Quizá sólo querían demostrar que eran buenos científicos: capaces de dominar el tiempo. Como se doma a una yegua salvaje.
-Como casi todos -concluyó Joaquín-. Excepto los que viven en el triunfo. Reconózcame que son tiempos distintos.
Es un largometraje -rematé-. No el Big Bang. Incidentalmente, tampoco puedo opinar algo sobre el Big Bang. Ni siquiera inventar una historia. De donde quiera que sea que venimos, no estamos capacitados para regresar. El arte de inventar es el placebo de ese viaje al pasado. El futuro es nuestro consuelo de tontos.
Cortesía de Clarín
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