En el siglo XIII, Marco Polo había establecido una ruta comercial para llevar especias y otros valiosos productos desde el Lejano Oriente hasta Europa por vía terrestre. Tres centurias después, los grandes reinos del Viejo Continente aspiraban a alcanzar las Indias en barco, aumentando así considerablemente sus beneficios.
A inicios del siglo XVII, el subcontinente indio, conocido entonces como las Indias Orientales, era rico en una de serie de productos de lujo muy apreciados por los europeos. Se consideraba –y era– una tierra con un inmenso potencia; por eso, Reino Unido, Francia, Países Bajos, Portugal y España enviaron sus flotas al océano Índico y aprovecharon las luchas internas entre los reinos autóctonos para crear las primeras colonias y hacerse con el control comercial, lo que también provocó peleas entre las potencias occidentales por hacerse con el mayor pedazo del pastel.
Reino Unido ganó la batalla, y la decadencia del Imperio mongol y las luchas internas entre musulmanes e hindúes facilitarían la instalación de las nuevas bases comerciales europeas y, en especial, británicas.
Una empresa con ejército propio
España y Portugal habían usado su poderío marítimo para monopolizar el comercio en el Lejano Oriente, y Gran Bretaña anhelaba hacer lo mismo. Con esa intención, en 1600 un grupo de comerciantes pidió a Isabel I una cédula real que les permitiera viajar allí en nombre de la corona a cambio de obtener el monopolio comercial (gestionarían el comercio con Asia y fomentarían las expediciones coloniales a expensas del Estado).

Para financiar el proyecto, pusieron de su propio bolsillo cerca de 70.000 libras. Acababa de nacer la Compañía Británica de las Indias Orientales. Un tratado con el emperador mogol Jahangir, en 1613, les dio el permiso para comerciar y permitió inaugurar la primera factoría en Surat.
La organización de la East India Company o British East India Company se centraba en un sistema de factorías en el que sus representantes o factores implantaban puestos comerciales y compraban y negociaban los bienes. Se exportaban productos como seda, azúcar, algodón, té y opio y se importaban otros como lana y metales.

No obstante, no era fácil mantener el ritmo de las exportaciones sin ser atacados por nativos, competidores comerciales e, incluso, piratas. Por eso, en 1670, Carlos II les otorgó la potestad de tener su ejército: los casacas rojas.
Si bien los ingleses se vieron enfrentados a los portugueses en sus esfuerzos por asentarse en la India, en el siglo XVIII la mayor amenaza para sus intereses eran los franceses. En 1757, en la batalla de Plassey, las fuerzas de la Compañía, pese a ser inferiores en número, se impusieron a las indias con el respaldo galo. El británico Robert Clive, al mando de 3.000 soldados, tomó posesión del estado de Bengala, al noreste, que engrosó considerablemente las propiedades de la Compañía. Como gobernador recaudó impuestos y aranceles con los que adquirió bienes que exportaba a Inglaterra. El triunfo militar permitió a la Compañía expulsar a franceses y holandeses del subcontinente y conquistar otros territorios.

Así pues, la autoridad de la compañía en la India comenzó efectivamente en 1757 después de la batalla de Plassey y duró hasta 1858, cuando la corona británica asumió el control directo de la India.
Fuerza y alianzas, claves del éxito
La fórmula de la East India Company era imponerse por la fuerza y mantener alianzas con los gobernantes cuyos territorios no había podido obtener con el uso de las armas. Llegó a tener 260.000 soldados, el doble que el ejército permanente británico, y se encargaba de casi la mitad del comercio inglés. El subcontinente estaba dominado por sus accionistas, que escogían a sus gobernadores para asegurarse de que las políticas les fueran favorables. De ese modo, la Compañía se convirtió en la empresa más poderosa del mundo. Contaba con ejército propio, territorio propio y un poder casi absoluto en el comercio del té.

A su vuelta a Inglaterra, muchos funcionarios alardeaban de la inmensa riqueza que habían logrado. Alarmado por los informes de corrupción descontrolada en India, el gobierno británico pasó a controlar algunos asuntos de la Compañía. Por ejemplo, el del nombramiento de su funcionario de mayor rango: el gobernador general.
El primero en ocupar el cargo fue Warren Hastings, que sería acusado de hacer mal uso de su posición. Lo sustituyó Charles Cornwallis, que puso en marcha medidas para reducir la corrupción. Y, entre 1848 y 1856, Lord Dalhousie empleó una política conocida como ‘Doctrina de la caducidad’ para adquirir territorio. Si un gobernante indio moría sin descendencia, o resultaba incompetente, los británicos podrían tomar su terreno.

El final de la época dorada
A mitad del siglo XIX, la reina Victoria de Inglaterra es dueña y señora de un vastísimo imperio. La India, con sus casi 5.000.000 de km2 y 300.000.000 de habitantes, constituye un Imperio por sí misma. De ella obtiene materias primas a bajo precio: yute, trigo, aceite, té, minerales y algodón, que juega un papel creciente en la economía británica.
Todo esto era posible porque la Compañía acumulaba éxitos militares y adquisiciones territoriales, pero sus avances eran vistos como ilegítimos por la población india y la realidad es que el país se iba convirtiendo, poco a poco, en un polvorín. Si por un lado la Compañía tenía el monopolio del comercio desde la India, por otro también actuaba como una representación del Imperio británico, y fue así como empezó el dominio británico sobre los indios, las injusticias y la represión. Pero las cosas empezaban a ponerse feas para los ingleses, pues el choque de los valores victorianos con la cultura hindú iba in crescendo.

Los cipayos se rebelan
El resentimiento de hindúes y musulmanes hacia los que veían que amenazaban sus creencias provocó una campaña de subversión. La tensión fue en aumento y los agentes de la Compañía se alarmaron. Sabían que su único apoyo eran sus tropas nativas y que sin su lealtad no podrían permanecer en el país. Nunca pensaron que adiestrarlos en el uso de un nuevo rifle pudiera traerles tantos problemas.
El arma se engrasaba con grasa animal y corrió el rumor entre los cipayos –los soldados indios integrados en el ejército británico– de que era una mezcla de vaca (prohibida para los hindúes) y cerdo (vetado para los musulmanes). Esta fue la llama que en 1857 prendió la mecha del llamado Levantamiento de los Cipayos, Motín Indio o Primera Guerra de Independencia.

Fue el motín anticolonial más sangriento y masivo contra un imperio europeo a lo largo del siglo XIX. A los alrededor de 130.000 cipayos sublevados se sumaron decenas de miles de personas de todo el país hartas de la dominación. Varios reinos y militares indios se aliaron para echar a los europeos, pero las autoridades británicas consiguieron controlar finalmente el levantamiento. Y no solo eso: lo reprimieron brutalmente, llevando a cabo una auténtica matanza en su reconquista de Delhi.
El resultado de todos estos despropósitos fue que la administración colonial británica, hasta entonces en manos de la Compañía, pasó a las del Estado a través de la corona. Y es que, horrorizados ante el derramamiento de sangre, la reina Victoria y su marido, el príncipe Alberto, pasaron a asumir el reinado directo sobre el país, siendo ella coronada emperatriz de la India.

La Compañía de las Indias Orientales se disolvió definitivamente en 1874, año en que se creó el Raj británico, un sistema colonial a través del cual el gobierno mandaba en la India. El control y la represión sobre la población fortalecieron todavía más el movimiento independentista.
La terrible hambruna de Orissa
Las hambrunas no eran nuevas, pero aumentaron con la llegada de los ingleses. La Compañía de las Indias Orientales contribuyó a destruir las industrias textiles arrastrando a la población a la agricultura, supeditada al capricho de los monzones. En 1866, una gran sequía redujo drásticamente las reservas de grano e incrementó los precios para desesperación de los campesinos, que no podían pagar el arroz. Más de un millón de personas murieron de hambre en el este de la India, y una de cada tres del estado de Orissa.
Pese a la magnitud de la tragedia y el tono de los reportajes que la prensa india y británica publicaban, el gobierno colonial decidió no intervenir. Creía que la cosa mejoraría por sí sola y, si no era así, no sería culpa suya sino una respuesta de la naturaleza a la sobrepoblación. Para los británicos, la intervención no solo era innecesaria sino hasta dañina, pues alteraría las leyes naturales de la economía de la India.
La hambruna motivó al pionero nacionalista Dadabhai Naoroji a esbozar la primera versión de su ‘Teoría de la sangría’, según la cual Gran Bretaña se estaba enriqueciendo literalmente a base de chupar la sangre vital de la India. Mientras en Orissa morían en masa, Dadabhai Naoroji se percató de que su país había exportado unos 100 millones de kilos de arroz a Gran Bretaña. Nada cambió. Hubo nuevas hambrunas en 1869, en 1874 y entre 1876 y 1878.

Durante esta última, la hambruna de Madrás, entre cuatro y cinco millones de personas murieron después de que el virrey, Lord Lytton, adoptara una política de no actuación similar a la de Orissa. El desastre de 1866 y los otros que le siguieron estimularían a los indios a luchar contra el gobierno colonial británico.
Cortesía de Muy Interesante
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