La escena del crimen fue Cheapside, una de las calles más transitadas de la ciudad de Londres en 1337. Allí, junto a los puestos de los mercaderes y los bulliciosos talleres de artesanos, el sacerdote John Forde fue interceptado tras las oraciones del atardecer. Mientras paseaba cerca de la catedral de San Pablo, un sacerdote conocido lo distrajo con una conversación aparentemente inofensiva. Minutos después, un grupo de cuatro hombres se abalanzó sobre él. Uno le abrió la garganta con una daga de treinta centímetros, mientras otros dos lo apuñalaban en el abdomen. Murió allí mismo, rodeado de gente, pero nadie impidió el crimen.
Lo que en apariencia pudo parecer una riña o un ajuste de cuentas más en una ciudad marcada por la violencia urbana, acabó revelando una historia mucho más turbia. A través del análisis de antiguos registros judiciales, cartas e informes del forense medieval, el equipo liderado por el profesor Manuel Eisner del Institute of Criminology de Cambridge ha desvelado que detrás del asesinato se encontraba Ela Fitzpayne, una noble poderosa, ex amante del sacerdote y protagonista de una intrincada red de escándalos, traiciones y venganzas.
Este descubrimiento forma parte del ambicioso proyecto Medieval Murder Maps, que lleva años recopilando y geolocalizando crímenes ocurridos en las ciudades medievales de Londres, Oxford y York. La reciente publicación del estudio en la revista Criminal Law Forum ha revelado, con detalle sin precedentes, uno de los asesinatos más escandalosos del siglo XIV.
Poder y una humillación pública
La historia entre Fitzpayne y Forde no comienza con un crimen, sino con una relación que mezcla deseo, conveniencia política y traición. Ela Fitzpayne era una dama de la nobleza casada con el barón Robert Fitzpayne, figura prominente en la corte de Eduardo III. Según las cartas descubiertas por los investigadores, la noble mantuvo relaciones con varios hombres, entre ellos el sacerdote Forde, que ejercía como rector en una iglesia situada en los dominios de la familia Fitzpayne, en Dorset.
La relación fue descubierta por el arzobispo de Canterbury, Simon Mepham, una figura rigurosa decidida a imponer disciplina moral entre la nobleza inglesa. Como castigo, impuso a Fitzpayne una penitencia pública ejemplar: debía caminar descalza cada otoño a lo largo de la nave de la catedral de Salisbury –la más larga de Inglaterra– cargando una vela de cera de casi dos kilos, durante siete años consecutivos. Además, fue excomulgada y privada de portar joyas o vestir con oro.

Ela se negó. Abandonó su residencia, se ocultó en Rotherhithe –entonces un área periférica de Londres– y no cumplió jamás su castigo. Y mientras tanto, el único amante mencionado por su nombre en las cartas del arzobispo, John Forde, conservó su cargo eclesiástico sin recibir sanción alguna. Para Fitzpayne, esa desigualdad fue una afrenta imperdonable.
De aliados a enemigos: el asalto a un monasterio
Pero la relación entre Ela Fitzpayne y John Forde iba más allá de lo sentimental. Años antes del asesinato, ambos, junto con el esposo de Ela, participaron en una acción armada contra un priorato benedictino vinculado a una abadía francesa. En plena tensión diplomática con Francia, el grupo aprovechó el clima político para irrumpir en el monasterio, saquear sus recursos y llevarse cerca de 250 animales, incluidos bueyes, cerdos y ovejas, hasta el castillo de los Fitzpayne en Stogursey.
La participación de Forde en esa operación criminal sugiere que su vínculo con la familia no solo era personal, sino también estratégico. Su lealtad parecía estar dividida entre la Iglesia que lo ordenó y la familia que le proporcionó su parroquia. Esa ambigüedad resultaría fatal.
Los investigadores creen que Forde pudo haber confesado su relación con Ela tras la presión eclesiástica, o incluso haber sido él quien filtró la información al arzobispo para proteger su carrera dentro de la Iglesia. Fuera como fuese, su aparente traición a la dama que había desafiado abiertamente al poder clerical selló su destino.

Justicia a medias: un juicio sin culpables
Tras el asesinato, las autoridades convocaron un jurado compuesto por más de treinta hombres, una cifra insólita en los registros de la época. El jurado identificó a los asesinos sin dudar: Hugh Lovell, hermano de Ela Fitzpayne, y dos antiguos sirvientes suyos, John Strong y Hugh Colne. El cuarto atacante, un sacerdote llamado Hasculph Neville, fue quien entretuvo a Forde antes del ataque.
A pesar de las identificaciones y de las pruebas abrumadoras, ninguno de los asesinos fue condenado. Todos desaparecieron convenientemente. El jurado declaró desconocer su paradero. También alegaron que no poseían bienes confiscables. Un argumento que, según los investigadores del proyecto, resulta completamente inverosímil tratándose de miembros del entorno directo de una de las familias más influyentes del reino.
Solo uno de ellos, Hugh Colne, sería finalmente condenado cinco años más tarde. Fue encarcelado en la infame prisión de Newgate, pero ni Ela Fitzpayne ni su hermano enfrentaron nunca consecuencia alguna. Ella continuó su vida junto a su esposo hasta su muerte en 1354, tras la cual heredó todas sus propiedades.
Una muerte ejemplar para recordar quién manda
El asesinato de John Forde no fue solo un acto de venganza, sino un mensaje político. En una ciudad donde el control del espacio público era símbolo de poder, asesinar a un clérigo en una calle central, justo antes del anochecer, y delante de los ciudadanos, tenía una carga simbólica tremenda. Era un ajuste de cuentas personal, pero también un recordatorio de que la nobleza no toleraba humillaciones, ni siquiera por parte de la Iglesia.
Cheapside, el lugar del crimen, era en aquel tiempo una zona de mercados, gremios poderosos y tabernas bulliciosas. Los asesinatos en esa zona eran frecuentes, muchos de ellos por disputas entre artesanos o por conflictos entre aprendices de distintos oficios. Pero el caso de Forde destaca no solo por su brutalidad, sino por su trasfondo aristocrático y por el silencio cómplice que lo rodeó.

Reescribiendo la historia con mapas y archivos
El proyecto Medieval Murder Maps, impulsado por la Universidad de Cambridge, ha permitido reconstruir más de 350 homicidios documentados en el siglo XIV gracias a los rollos del forense medieval. Estos documentos, escritos en latín, recogen detalles del lugar del crimen, el arma, los testigos, la hora y el motivo probable.
Gracias a esta iniciativa, no solo se han recuperado historias olvidadas, sino que se está replanteando la comprensión de la violencia urbana en la Edad Media. El caso de John Forde, lejos de ser un episodio anecdótico, nos habla del poder, la impunidad y los resortes de una justicia que muchas veces servía más a la nobleza que al pueblo o a la Iglesia.
Ela Fitzpayne ha emergido de las sombras de los archivos como una figura compleja y fascinante: noble, rebelde, criminal, superviviente. Su historia, reconstruida siglos después, demuestra que los asesinatos más antiguos aún pueden ofrecernos respuestas… y muchas preguntas.
Referencias
- Eisner, M., Brown, S.E., Eisner, N. et al. Spatial dynamics of homicide in medieval English cities: the Medieval Murder Map project. Crim Law Forum (2025). doi:10.1007/s10609-025-09512-7
Cortesía de Muy Interesante
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