Durante décadas, las torres de nematodos —esas estructuras verticales compuestas por cientos de microscópicos gusanos entrelazados— eran consideradas una rareza de laboratorio. Una simple curiosidad experimental observada solo en entornos controlados, sin pruebas firmes de que estas formaciones pudieran surgir de manera espontánea en el mundo real. Hasta ahora.
Una nueva investigación liderada por el Instituto Max Planck de Comportamiento Animal y la Universidad de Constanza (Alemania) ha documentado por primera vez la existencia de estas impresionantes “torres vivientes” en ambientes naturales. La nota de prensa publicada junto al estudio en Current Biology confirma que estas estructuras no solo existen fuera del laboratorio, sino que cumplen una función vital en la supervivencia colectiva de estas diminutas criaturas.
De los mitos del laboratorio a los frutales del sur de Alemania
La escena no podría ser más cotidiana: manzanas y peras caídas en el suelo de un huerto, lentamente descomponiéndose. Pero bajo esa aparente normalidad, los investigadores descubrieron algo extraordinario: enjambres de nematodos trepando unos sobre otros, formando columnas retorcidas que se elevaban hacia el aire. Estas torres, compuestas exclusivamente por gusanos en fase larval resistente y asociada a la dispersión, no eran acumulaciones aleatorias. Eran estructuras organizadas con un propósito: desplazarse juntas hacia nuevos hábitats.
La clave de este descubrimiento no solo reside en su observación en el medio natural, sino en la confirmación de su función. Las torres no eran un capricho biológico, sino una estrategia evolutiva para facilitar el transporte colectivo. Al detectar insectos cercanos, estas columnas de gusanos pueden desprenderse del suelo y adherirse al cuerpo del animal, viajando así a lugares más propicios para alimentarse y sobrevivir.

Un “superorganismo” en movimiento
Para entender cómo operan estas torres, los científicos llevaron parte de ellas al laboratorio. Allí, utilizando al conocido gusano modelo Caenorhabditis elegans, lograron inducir el comportamiento en placas de agar sin alimento. Al insertar un simple filamento de cepillo en el medio, los gusanos comenzaron a formar torres con una velocidad sorprendente, en apenas dos horas.
Lo fascinante es que las torres no eran estáticas. Al tocarlas suavemente con una varilla de vidrio, estas respondían de inmediato, extendiéndose hacia el estímulo, como si fueran una sola entidad. Algunos grupos incluso desplegaban “brazos” exploratorios para alcanzar superficies vecinas, formando puentes y colonizando nuevos espacios.
Pero quizá lo más llamativo de todo es que no existe una jerarquía interna. Todos los gusanos, desde los más jóvenes hasta los adultos, participan por igual en la formación de la torre. No hay roles definidos ni especialización funcional, al menos en las poblaciones clonadas de laboratorio. En la naturaleza, donde la diversidad genética es mayor, queda por investigar si esta cooperación sin líderes se mantiene o surgen dinámicas más complejas.
Del comportamiento colectivo a la inspiración robótica
El hallazgo tiene implicaciones que trascienden la biología. La forma en que estos organismos sencillos coordinan sus movimientos para formar estructuras funcionales ha despertado el interés de científicos de campos tan diversos como la ingeniería robótica o la física de sistemas activos. La posibilidad de desarrollar tecnologías que imiten la capacidad de estos gusanos para adaptarse colectivamente a su entorno no es descabellada.

Además, entender los mecanismos sensoriales que guían esta conducta —ya sea por contacto, señales químicas o vibraciones— podría arrojar luz sobre formas primitivas de comunicación y organización en sistemas biológicos. Un conocimiento con valor no solo académico, sino también práctico, en contextos donde se necesiten soluciones colectivas sin necesidad de una centralización.
¿Una estrategia antigua, invisible a nuestros ojos?
No es la primera vez que animales simples exhiben comportamientos colectivos complejos. Las hormigas construyen puentes y balsas vivientes; los mohos mucilaginosos forman cuerpos fructíferos para dispersarse; los ácaros se agrupan en bolas de seda para sobrevivir. Pero lo que hace especial a las torres de nematodos es su sencillez: sin cerebro, sin órganos sensoriales sofisticados, estos gusanos logran una coordinación asombrosa.
Hasta ahora, su presencia en la naturaleza había pasado desapercibida. En parte, porque son casi invisibles a simple vista. Pero también porque la ciencia tiende a enfocar su atención en fenómenos más llamativos. Este estudio rompe con esa tendencia, recordándonos que incluso en el suelo bajo nuestros pies se esconden secretos dignos de asombro.

Los investigadores planean ahora estudiar cómo se comportan las torres en poblaciones mixtas, con diversidad genética. También quieren explorar si existen diferencias en la capacidad de formar torres entre especies de nematodos que dependen de distintos vectores animales para dispersarse.
Una de las hipótesis más intrigantes es que las torres podrían representar un estadio intermedio entre la movilidad individual y los comportamientos verdaderamente sociales. Un punto de inflexión evolutivo que, aunque no llega a ser una sociedad organizada, demuestra las ventajas de actuar en grupo cuando el entorno se vuelve hostil.
Porque en el fondo, estas columnas de gusanos no son solo una rareza biológica. Son una lección viva sobre cómo la cooperación, incluso entre los seres más simples, puede ser una herramienta poderosa para sobrevivir y prosperar.
Referencias
- Perez, Daniela M. and Greenway, Ryan and Stier, Thomas and Font Massot, Narcís and Ding, Siyu Serena and Administrator, Sneak Peek, Nematode Towering Behavior as a Powerful Experimental Model for Collective Dispersal. doi:10.2139/ssrn.4989935
Cortesía de Muy Interesante
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