Yaxchilán, la misteriosa ciudad maya abandonada en el siglo IX d. C. a la que solo puede llegarse en lancha

Oculta entre la espesura de la selva chiapaneca, a orillas del Usumacinta, Yaxchilán fue uno de los centros más poderosos del Clásico Tardío maya. Su historia, tallada en piedra, revela un entramado de linajes, rituales y símbolos de poder que mantuvieron su hegemonía regional durante más de cinco siglos. Hoy, para llegar al yacimiento es necesario remontar el río en lancha desde Frontera Corozal, un trayecto que añade al descubrimiento un aura de misterio, como si cada visitante repitiera el acceso sagrado que en su día recorrieron los dignatarios mayas.

Fundación y auge de una dinastía ribereña

De su creación a su abandono

Fundada hacia el año 310 y abandonada en torno al 810, la urbe vio transcurrir cinco siglos de pujanza antes de sucumbir, quizá, a la inestabilidad política y a la presión ecológica que asoló la cuenca en el siglo IX d. C. Hoy, casi inaccesible por su posición geográfica, preserva un aura misteriosa que remite a los antiguos descubrimientos de ciudades perdidas.

Según los textos jeroglíficos que se reparten en los dinteles y las estelas de la ciudad, la dinastía gobernante se consolidó entre los años 250 y 900, con un auge marcado entre 681 y 742 bajo los soberanos Escudo Jaguar II y su hijo Pájaro Jaguar IV. Fue este último quien, según la inscripción del Edificio 33, se proclamó conquistador del Usumacinta y convirtió a la ciudad en un referente artístico gracias a los programas de construcción que aún hoy asombran por la fineza de sus relieves en caliza. Sin embargo, hacia el año 810 los registros se tornan escasos, lo que preludia el abandono definitivo que los arqueólogos sitúan en la primera mitad del siglo IX.

La genealogía de poder

Yaxchilán se fundó hacia el año 310 d. C., aunque su período de mayor esplendor comenzó en 681 con la entronización de Itzamnaaj B’ahlam II, conocido como Escudo Jaguar II. Este ajaw (gobernante de la ciudad-estado) inició una serie de campañas militares, programas constructivos y alianzas matrimoniales que transformarían a la ciudad en un referente artístico y político en la región del Usumacinta.

A Escudo Jaguar II le sucedió su hijo, Yaxuun B’ahlam IV (Pájaro Jaguar IV), quien consolidó la hegemonía de la ciudad y la embelleció con los más finos monumentos epigráficos. Sus dinteles, tallados con escenas rituales y narraciones de sus conquistas, se transforman en declaraciones de autoridad, pensadas para perdurar en la memoria.

Yaxchilán
Estructura 33. Fuente: Bernard Dupont/Wikimedia

El poder representado: jerarquía, símbolos y arquitectura

En Yaxchilán, el poder no se proclamaba únicamente por medio de la fuerza. Los gobernantes se representaban a sí mismos en posturas rituales, con atuendos elaborados, cetros en forma de deidades y joyas de jade, como signos materiales de su legitimidad y prestigio. Tal y como se recoge en los estudios epigráficos e iconográficos, títulos como k’uhul ajaw (Señor Sagrado) no sólo indicaban nobleza: también implicaban una conexión directa con el orden cósmico.

Los objetos simbólicos, como el cetro maniquí con la imagen del dios K’awiil, los tocados con plumas de quetzal y los espejos de obsidiana se muestran en las escenas esculpidas sobre dinteles y estelas. Cada uno de estos elementos formaba parte de una narrativa visual que reforzaba el derecho al mando del gobernante.

Yaxchilán
Yaxchilán. Fuente: Jacob Rus/Wikimedia

Una ciudad estructurada para el poder

El urbanismo de Yaxchilán revela una cuidadosa planificación jerárquica. La Gran Plaza, corazón de la vida cívico-ceremonial, se encuentra rodeada por dos acrópolis: la Grande y la Pequeña. Desde lo alto, templos como el Edificio 33 dominan visualmente el paisaje y reafirman la separación física y simbólica entre las élites y el resto de la población. Las decoraciones de las escalinatas y las cresterías funcionaban como vehículos de legitimación del poder político.

Uno de los casos más representativos se encuentra en el propio Edificio 33, probablemente edificado por Escudo Jaguar III como mausoleo y monumento en honor de su padre, Pájaro Jaguar IV. Su escultura de bulto, las inscripciones de sus tres dinteles y una estalactita grabada (Estela 31) componen un complejo discurso funerario y dinástico.

Las tumbas de los gobernantes: evidencia arqueológica del poder

Entre 1978 y 1985, las excavaciones dirigidas por Roberto García Moll identificaron en Yaxchilán 42 contextos funerarios. Seis de ellos, por su arquitectura, ajuares y ubicación en los edificios más emblemáticos de la zona monumental, se atribuyeron a la élite gobernante del Clásico Tardío. Destacan, en especial, las Tumbas I y II, que pudieron pertenecieron a los propios Escudo Jaguar II y Pájaro Jaguar IV. Uno de los punzones hallados en la Tumba II, de hecho, porta una inscripción que lo identifica como “el sangrador de Escudo Jaguar II”, lo que refuerza la atribución de la sepultura a este gobernante.

Situadas en los Edificios 33 y 23, estas tumbas reúnen todos los elementos que, según la arqueología maya, indican un estatus supremo. Poseen muros de mampostería con vestigios de esteras y textiles, cadáveres cubiertos de cinabrio, disposición sobre pieles de jaguar y ajuares de más de cien piezas. Entre los objetos, destacan espinas de mantarraya con glifos, vasijas de ónix, cuchillos y hachas de obsidiana, bezotes (un tipo de adorno que se llevaba en el labio inferior) y anillos de jade, e incluso fragmentos de mosaicos de pizarra pintada.

Yaxchilán
Dintel de Yaxchilán. Fuente: The Trustees of the British Museum/Wikimedia

La caída de una potencia ribereña

Pese a su sofisticación artística y solidez política, Yaxchilán no escapó al colapso del Periodo Clásico maya. Hacia el año 810, las inscripciones se interrumpen abruptamente y los programas constructivos cesan. La ciudad se abandonó poco después, en coincidencia con el declive generalizado de las grandes urbes de las Tierras Bajas del sur. Esta decadencia se vincula a la sobreexplotación ambiental, el cambio climático y la fragmentación del sistema político regional.

El silencio que cayó sobre Yaxchilán tras su abandono solo se rompió en el siglo XIX, cuando exploradores como Alfred Maudslay documentaron por primera vez sus monumentos. Hoy, la vegetación se ha apropiado de muchas de sus estructuras, pero la magnificencia de sus relieves, la perfección de su arquitectura y la fuerza simbólica de sus inscripciones permanecen como testimonio de un mundo perdido.

Yaxchilán
Zona Arqueológica de Yaxchilán. Fuente: Mauriciosalinasmoreno/Wikimedia

El acceso remoto: una protección involuntaria

El aislamiento de Yaxchilán ha sido, paradójicamente, su mayor salvaguarda. Para visitarla, es necesario viajar primero a Frontera Corozal y luego recorrer 20 kilómetros río arriba en lancha. Esta dificultad logística ha limitado la afluencia turística, al tiempo que ha permitido la conservación de gran parte de sus estructuras.

En la actualidad, los arqueólogos y conservadores, conscientes de la fragilidad del sitio, trabajan para estabilizar los relieves y controlar el crecimiento vegetal. Las propuestas para que Yaxchilán se declare Patrimonio Mundial de la UNESCO se fundamentan en su combinación única de entorno natural y monumentalidad cultural. Aislado en el tiempo y el espacio, el legado de Yaxchilán se conserva en los muros que narran el poder de los jaguares y en las tumbas que revelan el prestigio de sus ajaw.

Referencias

  • Fierro Padilla, Rafael y Roberto García Moll. 2022. “Símbolos de prestigio y poder entre los gobernantes del Clásico Tardío en las Tierras Bajas mayas del sur: los datos arqueológicos de Yaxchilán, Chiapas”. Estudios de cultura maya, 60: 97-130. DOI:10.19130/iifl.ecm.60.23X00S703
  • Padilla, Rafael Fierro y Roberto García Moll. 2022. “El área sur de la Gran Plaza de Yaxchilán, espacio de conmemoración y legitimación durante el Clásico Tardío”. Revista Española de Antropología Americana, 52.1: 9. URL: https://revistas.ucm.es/index.php/REAA/article/view/73639

Cortesía de Muy Interesante



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