La madrugada del 14 de febrero de 2025 evidenció la vulnerabilidad de una estructura considerada “imbatible”. Un dron Shahed-136 de fabricación iraní, utilizado por las fuerzas rusas en Ucrania, impactó en la zona norte del Nuevo Confinamiento Seguro (NSC) que cubre el reactor 4 de Chernóbil. El arco de acero, construido en 2016 con una inversión de 1,700 millones de dólares y la colaboración de más de 45 países, fue diseñado para resistir terremotos, fuertes vientos y cargas de nieve, pero no contaba con defensa ante ataques deliberados en contexto de guerra.
El dispositivo, con un costo aproximado de 20,000 dólares, perforó el techo metálico y dejó al descubierto el sarcófago original: una estructura construida de manera apresurada por los soviéticos tras el accidente de 1986. Esa cubierta había sido sellada por el NSC para contener la radiación residual y permitir, con el tiempo, el desmantelamiento del reactor. Su daño obligó a replantear el plan de extracción y traslado de residuos radiactivos, cuyo inicio estaba previsto para 2030.
Tras el impacto, una llama en el interior del arco reveló la gravedad del percance: el fuego, alimentado por el aislamiento térmico del NSC, persistió hasta el 7 de marzo. Para extinguirlo, las brigadas ucranianas perforaron intencionalmente la capa exterior y aplicaron agua a presión, lo que fue contrario al protocolo de mantenimiento, que estipula el uso de gas inerte para evitar la oxidación. Esta maniobra elevó los niveles de humedad dentro del domo, lo que ahora acelerará la corrosión del acero y dañará la membrana impermeable que protege el aislamiento.
Aunque, al cierre de la última semana de marzo, los sensores externos no reportaron picos de radiación por encima de los niveles habituales en la zona de exclusión, el incidente dejó claro que la pérdida de hermeticidad compromete la función esencial del NSC.
Sin un confinamiento efectivo, las labores de desmontaje y traslado de material radiactivo podrían quedar en pausa indefinida, ya que la filtración de partículas al ambiente representaría un riesgo inaceptable tanto para Ucrania como para los países vecinos.
Daños estructurales y alarma internacional
Según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), en su “Actualización 280” del 13 de marzo de 2025, las mediciones adicionales realizadas por autoridades locales y el equipo del organismo no han mostrado niveles anómalos de radiación, aunque sí se confirmó que las secciones norte y sur del techo sufrieron daños considerables que requieren trabajos de reparación urgentes.
El director general del OIEA, Rafael Mariano Grossi, expresó su preocupación por el ataque, calificándolo como “completamente inaceptable”. Para él, la seguridad nuclear está en riesgo y restaurar la funcionalidad del NSC representa “desafíos técnicos y de seguridad extraordinarios”.

Además del ataque con el Shahed-136, el organismo registró múltiples alarmas antiaéreas en las cercanías de Chernóbil durante la semana previa al 13 de marzo, así como vuelos de drones el 8 del mismo mes. Esto ha reforzado la necesidad de mejorar la defensa aérea en la zona, más allá de los patrullajes terrestres y radares convencionales, con sistemas antidrón que integren radares de baja frecuencia, sensores acústicos y cámaras térmicas.
Reparaciones imposibles, soluciones remotas
Para evaluar y reparar el domo, se contempla irónicamente el uso de drones equipados con brazos robóticos y sensores lidar, lo que permitiría realizar inspecciones sin exponer a los operarios. Sin embargo, esto no resuelve la necesidad de una intervención estructural profunda.
Eric Schmieman, líder del proyecto original, ha propuesto medidas temporales para mitigar los daños, como sellos provisionales en las áreas perforadas y la reactivación del sistema de ventilación interna, con robots o drones ucranianos, pues alta radiación dentro del sarcófago de hormigón, ubicado bajo el NSC, impide que operarios humanos permanezcan por tiempo prolongado en su interior.

Levantar un nuevo arco no es viable en el corto plazo. El desmontaje del NSC actual podría liberar partículas radiactivas al ambiente y su reemplazo costaría varios miles de millones de dólares, además de tomar años en diseño y construcción.
Analistas de Greenpeace, como Shaun Burnie y Jan Vande Putte, coinciden en que el impacto es simbólicamente grave: si un dron de bajo costo puede vulnerar un proyecto respaldado por decenas de países, es evidente que los diseños actuales no están preparados para la guerra moderna. Se requiere integrar sistemas de defensa aérea especializados en la ingeniería nuclear.
Un futuro incierto para Chernóbil
Este incidente también obliga a replantear el cronograma de desmantelamiento. Sin un confinamiento hermético, la extracción y traslado de los residuos radiactivos podrían quedar suspendidos por tiempo indefinido. La dispersión de partículas al aire, agua o suelo traería consecuencias duraderas para la salud pública y el medio ambiente.

Lo ocurrido muestra que una infraestructura construida para durar un siglo puede ser vulnerada con armas de bajo costo. Las autoridades ucranianas ahora evalúan un plan que combine monitoreo remoto, refuerzo antidrón y parches estructurales, incluyendo mallas sintéticas, materiales compuestos más ligeros y unidades robóticas para identificar grietas, además del evidente financiamiento internacional para lograrlo.
Si algo queda claro tras el 14 de febrero es que la guerra moderna exige rediseñar infraestructuras críticas con amenazas asimétricas en mente, donde la ingeniería de contención radiológica ya no puede pensarse sin estrategias de defensa integradas.
Cortesía de Xataka
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