Estuvo almacenado durante 50 años en un museo: ahora los paleontólogos han descubierto que el ‘príncipe dragón’ de Mongolia podría revelar una fase clave en la evolución del T. rex

Durante décadas, las vitrinas polvorientas de algunos museos han escondido auténticas joyas del pasado. Entre ellas, los restos de un dinosaurio hallado en Mongolia en los años 70, clasificado durante mucho tiempo como un simple ejemplar conocido. Pero ahora, más de 50 años después, un análisis exhaustivo ha revelado algo extraordinario: ese fósil no pertenece a un tiranosaurio común, sino a una especie completamente nueva y clave en la historia evolutiva de los depredadores más temidos de la era mesozoica.

Se trata de Khankhuuluu mongoliensis, apodado por los investigadores como el “príncipe dragón de Mongolia”. Un nombre que no solo alude a su etimología —derivada de las palabras mongolas para “dragón” y “príncipe”—, sino que refleja su papel en la historia evolutiva: un antecesor noble pero aún lejano del rey absoluto, el T. rex. El hallazgo, publicado esta semana en la revista Nature, aporta una nueva pieza clave en el rompecabezas de la evolución de los tiranosaurios, y lo hace con una narrativa digna de epopeya prehistórica.

El eslabón perdido: un cazador pequeño, pero crucial

Khankhuuluu mongoliensis vivió hace unos 86 millones de años en lo que hoy es el desierto de Gobi. Medía apenas 4 metros de largo y pesaba unos 750 kilos, una cifra modesta si lo comparamos con los colosos de su linaje como el T. rex, que alcanzaba los 12 metros y más de 10 toneladas. Sin embargo, su importancia va más allá del tamaño: este pequeño depredador presenta características únicas que lo colocan como un paso intermedio entre los tiranosauroides más primitivos y los gigantes que dominaron el Cretácico superior.

El cráneo, más alargado y estrecho que el de sus descendientes, revela que aún no contaba con la poderosa mordida característica del T. rex. Sus brazos, aunque pequeños, eran más largos que los de sus herederos, indicando un uso más activo. Estos detalles no solo muestran un cuerpo en plena transformación evolutiva, sino que ayudan a entender cómo y cuándo los tiranosaurios comenzaron a cambiar su biología para convertirse en los depredadores dominantes de su tiempo.

La edad del fósil, 20 millones de años anterior al surgimiento de los primeros tiranosaurios gigantes, lo convierte en el más antiguo de su linaje conocido hasta ahora con este nivel de especialización. Este dato, aparentemente técnico, reconfigura el mapa evolutivo de los tiranosauroides y obliga a revisar las rutas migratorias y adaptativas de este grupo de dinosaurios.

K. mongoliensis era considerablemente más pequeño que el temido T. rex, con una longitud aproximada de 4 metros de la cabeza a la cola
K. mongoliensis era considerablemente más pequeño que el temido T. rex, con una longitud aproximada de 4 metros de la cabeza a la cola. Fuente: Jared Voris/Christian Pérez

De Asia a América y de regreso: una historia de migraciones prehistóricas

Uno de los aspectos más fascinantes del estudio es la reconstrucción de las migraciones que moldearon a los tiranosaurios. Gracias a un análisis comparativo de doce especies, los investigadores han trazado un patrón de movimientos que va mucho más allá de lo que se pensaba.

Hace unos 85 millones de años, los ancestros de K. mongoliensis o quizás una especie muy cercana cruzaron desde Asia a América del Norte a través de un puente terrestre que hoy corresponde al estrecho de Bering. Allí, estos pequeños depredadores encontraron un nuevo hábitat donde prosperar, diversificarse y, eventualmente, crecer hasta convertirse en los gigantescos T. rex.

Pero la historia no termina ahí. Según los nuevos datos, hace 78 millones de años otra ola de tiranosaurios regresó a Asia, iniciando una nueva diversificación en el continente. De ese segundo viaje surgirían formas colosales como Tarbosaurus bataar, y otras más ligeras como el llamado “Pinocchio rex”, famoso por su hocico largo y su apariencia casi caricaturesca.

Y aún habría una tercera migración, hace 68 millones de años, cuando una especie asiática volvió a cruzar hacia América, probablemente dando lugar al propio T. rex. Esta triple ola de migraciones convierte la evolución de los tiranosaurios en una auténtica saga de ida y vuelta, un relato que se teje entre continentes y que transforma para siempre nuestra comprensión de su historia.

Un fósil olvidado que reescribe los libros de texto

El descubrimiento de K. mongoliensis es también una reivindicación del trabajo meticuloso de revisión paleontológica. Los restos fueron encontrados en 1972 y 1973, pero durante décadas se consideraron parte de otra especie conocida. No fue hasta que un grupo de científicos volvió a analizar los huesos que se reveló su verdadera identidad. Detalles como las vértebras fusionadas, las pequeñas protuberancias óseas del cráneo y la textura de los huesos nasales indicaron que no se trataba de un individuo joven, sino de un adulto de una especie completamente nueva.

Aunque existen fósiles completos y espectaculares que nos permiten conocer con detalle al T. rex (como el que aparece en la imagen), sus antepasados más antiguos siguen envueltos en un halo de misterio
Aunque existen fósiles completos y espectaculares que nos permiten conocer con detalle al T. rex (como el que aparece en la imagen), sus antepasados más antiguos siguen envueltos en un halo de misterio. Foto: Darla Zelenitsky

Este tipo de “redescubrimientos” no son infrecuentes en la paleontología, una ciencia donde los museos del mundo guardan miles de ejemplares a la espera de ser correctamente clasificados. Lo extraordinario en este caso es el impacto que tiene el hallazgo en nuestra comprensión de toda una familia de dinosaurios.

Además, la rareza y el valor científico del fósil hacen que, por el momento, no se haya podido cortar para estudiar sus anillos de crecimiento, lo que permitiría confirmar de forma definitiva su edad adulta. Aun así, la mayoría de los indicios apuntan a que estos ejemplares no eran juveniles, sino adultos de pequeño tamaño, lo que refuerza su importancia como un representante temprano y diferenciado.

El “príncipe” que anticipó al rey

Este hallazgo no solo ilumina el origen de los tiranosaurios, sino que aporta una mirada nueva sobre cómo la evolución puede actuar a través de múltiples etapas intermedias, modelando formas de vida que durante millones de años quedaron enterradas en el polvo del tiempo. El Khankhuuluu mongoliensis no fue un rey, pero fue parte de una nobleza evolutiva que, paso a paso, sentó las bases para el reinado de uno de los depredadores más célebres de la historia.

Hoy, gracias a los investigadores que desempolvaron su historia, el “príncipe dragón” de Mongolia reclama su lugar en la narrativa paleontológica global. Un recordatorio poderoso de que aún queda mucho por descubrir bajo nuestros pies… y en los cajones de los museos.

El estudio ha sido publicado en Nature.

Cortesía de Muy Interesante



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