Alrededor del 85% de la comida vendida Barcelona tiene trazas de plastificantes, aditivos que se emplean en la producción del plástico para hacerlo flexible, ignífugo y con mejores propiedades.
Así lo afirma un estudio llevado a cabo por investigadores del Institut de Diagnòstic Ambiental i Estudis del Aigua (IDAEA-CSIC) y publicado en la revista Journal of Hazardous Materials.
La dieta de los bebés puede superar los umbrales de riesgo establecidos actualmente, en el caso de dos compuestos y de que se consuman los alimentos más contaminados. En todo el resto de casos, un consumidor de la ciudad que tenga una dieta típica va a ingerir una cantidad de plastificantes inferior a los umbrales de seguridad.
Pero los autores advierten de que hay más contaminantes y vías de exposición que no están contempladas en el estudio. Estar expuestos a un cóctel de compuestos tóxicos puede multiplicar los efectos. Por ello, los expertos llaman a endurecer la legislación que controla los plastificantes.
109 alimentos
En 2022, el equipo del IDAEA adquirió en tiendas y supermercados de Barcelona una muestra de 109 alimentos. De cada uno, consiguió tres o cuatro empaquetamientos distintos, desde el producto a granel hasta el envasado en plástico.
“Se ha analizado una gran variedad de comida empaquetada”, comenta Patrizia Ziveri, investigadora del Institut de Ciències i Tecnologies Ambientals (ICTA), no implicada en el estudio. “Los resultados no se podrían generalizar al resto de España, pero deben estar bastante cerca”, observa Marieta Fernández, química de la Universidad de Granada, tampoco implicada.
Tras analizar los alimentos en busca de 20 tipos de plastificantes, los científicos hallaron trazas en el 85% de los casos. “Los contaminantes son prácticamente ubicuos, independientemente de la marca y de donde los compres”, observa Ethel Eljarrat, investigadora del IDAEA y coautora del trabajo.
Los aditivos pasan a la comida principalmente desde los envases, explica la investigadora, aunque en algunos casos ya están presentes en ella (como en los pescados) o se introducen durante el procesado.
Para valorar si eso representa un riesgo, el equipo usó encuentas sobre la dieta típica española, con el objetivo de sumar el total de contaminates ingeridos diariamente. Luego cotejó el resultado con los umbrales de seguridad estimados por organismos internacionales.
Lactantes por encima del umbral
En la mayoría de los casos, la ingesta de cada contaminante está por debajo del nivel de riesgo, aunque en tres compuestos lo está rozando. En el caso de los lactantes, si se toma el promedio de la contaminación de cada alimento (por ejemplo, de las leches en polvo analizadas), tampoco se supera el umbral.
Pero si se toma en cuenta el 5% de alimentos más contaminados (por ejemplo, la leche en polvo con más plastificantes), este se rebasa en el caso de dos compuestos: el ftalato DEHP (1,8 veces superior al umbral) y del organofosforado EHDPP (1,04 veces superior). Ambos son disruptores endocrinos, o sea, moléculas que se disfrazan de hormonas, interfiriendo con el organismo.
“Lo más sorprendente fue encontrarlos también en productos envasados en cristal y en latas”, observa Eljarrat, que apunta a los barnices plásticos presentes en las tapas y en las paredes. Calentar los alimentos en plástico disparó la contaminación en hasta 50 veces.
Que los compuestos estén por debajo del umbral no zanja el problema. El estudio solo se concentra en 20 contaminantes y no incluye otras exposiciones, como la bebida, la inhalación, la ingestión de polvo y el contacto con la piel. “Estamos expuestos a mezclas de compuestos: pueden producirse acciones aditivas o sinérgicas. El efecto combinado es mayor que los compuestos individuales”, explica Fernández.
En la cocina y en el parlamento
“La industria fabrica más de 10.000 aditivos. El desarrollo de estos compuestos es mucho más rápido que la ciencia. No da tiempo para comprobar si son seguros”, constata Emma Calikanzaros, investigadora del Institut de Salut Global de Barcelona (IsGlobal), no implicada en el trabajo.
“Usamos ftalatos durante cincuenta años. Hicieron falta miles de estudios para demostrar que eran peligrosos y para que, años después, se prohibieran”, explica Fernández. Según esta experta, la industria, quien hace dinero con estos compuestos, debería cargar con demostrar su seguridad.
Comprar a granel, usar envases de vidrio, calentar la comida en platos de cerámica son medidas de protección individual. Pero la batalla no se libra en las cocinas, sino en los parlamentos.
“Hacen falta límites más estrictos tanto sobre los aditivos conocidos por ser tóxicos como sobre los emergentes [en referencia a los nuevos]”, afirma Ziveri. “Habría que aplicar el principio de precaución: hasta que no sepamos que algo es seguro, no lo usemos”, afirma Calikanzaros.
Eljarrat apunta a estrategias como prohibir no solo un tóxico, sino toda su familia; vetar el reciclado de materiales que contengan tóxicos y culminar el tratado mundial de los plásticos.
Pero, si se prohibe todo, ¿qué queda de la innovación? “Hay innovación que reproduce el esquema que genera la contaminación e innovación que fomenta la sostenibilidad. La innovación no es un fin en sí. La sostenibilidad sí lo es”, concluye Calikanzaros.
Suscríbete para seguir leyendo
Cortesía de El Periodico
Dejanos un comentario: