¿Zapatos dentro de casa? Esto es lo que dice la ciencia sobre los microbios en tus suelas

Igual eres una de esas personas que guardan un par extra de zapatillas de andar por casa para ofrecer a los invitados que vienen de la calle… ¿Tiene sentido que les pidas que se quiten el calzado al entrar? No merece la pena hacer sentir mal a tus invitados solo para evitar que los microbios invadan tu casa. ¿O sí? ¿Acaso son realmente preocupantes los agentes microbianos que se adhieren a la suela de los zapatos?

Para empezar, no hay por qué negarlo: un zapato puede albergar cientos de miles de bacterias por centímetro cuadrado, señala Jonathan Sexton, microbiólogo e investigador en la Universidad de Arizona (EE. UU.). Las suelas son punto de encuentro para estos microorganismos, y, con cada paso que damos, recogemos nuevos huéspedes.

Zapatos: una pasarela de microbios

¿Suponen estos seres microscópicos una amenaza? Varios estudios han demostrado que casi todas las suelas de calzado están recubiertas con bacterias fecales, incluida la ubicua Escherichia coli, presente en el 96% de los casos. La mayoría de los tipos de E. coli son inofensivos para los humanos, pero algunos pueden provocar diarrea, infecciones del tracto urinario e, incluso, meningitis. “No están en todos los zapatos, pero sí en casi todos”, advierte Sexton. 

Otras investigaciones han encontrado también colonias de Staphylococcus aureus, causante de una amplia gama de infecciones y con cepas superresistentes a los antibióticos, algunas de la sangre y el corazón. Además, un trabajo publicado en 2014 en la revista Anaerobe analizó treinta hogares en Houston (Texas), y halló la presencia de Clostridium difficile, una bacteria con gran longevidad que puede dar lugar a problemas intestinales, como diarrea grave.

En todos los objetos domésticos que analizaron, los científicos descubrieron que los zapatos contenían más C. difficile que ningún otro, incluida la taza del inodoro. Esto puede darte una idea de la capacidad que tiene el calzado de contaminar tu casa.

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Zapatos fuera: la prevención para quienes más lo necesitan. Fuente: iStock (composición ERR).

¿Realmente estás en peligro?

A pesar del escenario repleto de gérmenes que nos pinta, este estudio no da razones de peso como para preocuparse. “Para un individuo sano, las bacterias de los zapatos no suponen un riesgo real”, comenta Kevin Garey, autor del trabajo y profesor en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Houston (EE. UU.). 

También hay que tener en cuenta que la mayoría de nosotros no pasamos mucho tiempo en el suelo, que es donde se revuelca la mayoría de los microbios. Es decir, apenas estamos expuestos a la amenaza.

Aunque, en algunos casos, las capas de bacteria que recubren el suelo pueden unirse a gotas de vapor de agua y colonizar el aire que respiramos, por ejemplo, cuando son levantadas por la brisa que entra por la ventana. Eso podría aumentar el riesgo de contagio, admite Sexton. Pero el mayor peligro, en realidad, está en el suelo.

“Yo me preocuparía más por un niño que gatea por casa. Para un adulto sano, no es ningún problema”, recalca Sexton. 

Otro grupo de población que tal vez debería tomar precauciones extra son los pacientes inmunodeprimidos, pues sus defensas contra la infección son más bajas de lo deseable. “Por ejemplo, cuando hay una persona que ha sido recientemente hospitalizada, es importante que la casa esté bien limpia”, aconseja Garey. Esta es otra razón por la que no es recomendable entrar con el calzado desprotegido en las zonas de los hospitales donde están los pacientes más vulnerables. 

Qué hacer si prefieres no jugártela

Si eres una persona de riesgo o si tienes un niño pequeño a tu cargo, “sería buena idea descalzarte en la puerta cuando entras en casa”, afirma Garey. “Para el resto de la gente, puede ser más una cuestión de hábitos o preferencias que de salud”, añade este investigador.

Para el primer grupo de personas o para los que se mueren de asco al pensar en la entrada de tantas bacterias en su hogar —caso de los verminofóbicos—, las recomendaciones son sencillas: basta con dejar los zapatos en la puerta, limpiarlos de vez en cuando y mantener el polvo a raya —pues es la comida favorita de las bacterias—.

“Siempre es bueno tomar precauciones, pero no creo que haya que obsesionarse con ello”, apostilla Sexton.

Mantener los zapatos libres de bacterias no requiere soluciones extremas ni productos complicados. Una opción sencilla y eficaz es usar toallitas desinfectantes específicas para calzado, que eliminan la mayoría de los gérmenes sin dañar los materiales.

Para una limpieza más profunda, se puede preparar una mezcla de agua y vinagre blanco (a partes iguales), aplicada con un paño en las suelas, siempre evitando empapar el zapato. Los sprays con clorhexidina o alcohol isopropílico también son útiles, especialmente si hay personas inmunodeprimidas en casa. La frecuencia ideal para desinfectar dependerá del uso, pero una vez por semana es más que suficiente para la mayoría.

Tan importante como limpiar los zapatos es cuidar el suelo, especialmente si hay niños pequeños gateando o personas con alergias. Colocar un felpudo de fibras duras fuera de casa y una alfombrilla absorbente en el interior también ayuda a atrapar suciedad y humedad. Sacudirlos y aspirarlos con frecuencia es clave.

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El hábito japonés: en muchas culturas, descalzarse es norma por higiene y respeto. Fuente: iStock (composición ERR).

¿Qué dicen otras culturas?

En muchos hogares japoneses, quitarse los zapatos al entrar no es solo una cuestión de limpieza, sino una norma casi sagrada de respeto. La casa es vista como un espacio puro, un refugio del mundo exterior, y entrar con los zapatos equivale a arrastrar la suciedad del caos urbano al santuario familiar.

No en vano, las entradas de las casas —los genkan— están diseñadas expresamente para este propósito: se deja el calzado en la parte baja y se sube al hogar con zapatillas interiores. Esta práctica evita que la suciedad se esparza y establece un cambio simbólico entre lo público y lo privado.

Corea del Sur comparte una lógica similar, aunque con un matiz adicional: el suelo no solo es parte del tránsito, también se utiliza para sentarse, comer e incluso dormir. Por eso, preservar su limpieza es una cuestión práctica y cultural. En muchos hogares coreanos se usan slippers o calcetines específicos dentro de casa, y la idea de pisar el suelo interior con zapatos de la calle sería casi impensable.

En Turquía o países nórdicos como Suecia, aunque los motivos pueden variar —del respeto a la comodidad térmica—, también es común descalzarse al llegar. De hecho, en invierno, llevar el barro o la nieve al interior sería visto como una grave falta de educación.

Zapatos vs. otras fuentes de gérmenes en casa

Aunque los zapatos pueden acumular una buena cantidad de bacterias en sus suelas, no son los únicos culpables del ecosistema microbiano que habita en nuestras casas. De hecho, hay objetos cotidianos que albergan más gérmenes de los que imaginamos.

El teléfono móvil, por ejemplo, acompaña a muchas personas incluso en el baño y se limpia con poca frecuencia, lo que lo convierte en un verdadero campo de cultivo de bacterias. Estudios han encontrado en ellos microorganismos como Staphylococcus aureus o incluso trazas de E. coli, muy similares a los que se detectan en los zapatos.

Otro foco de preocupación son las esponjas de cocina. Por su constante exposición a restos de comida y humedad, se encuentran entre los objetos más contaminados del hogar. Investigaciones han mostrado que pueden albergar millones de bacterias por centímetro cúbico, incluyendo cepas potencialmente peligrosas si no se cambian con regularidad.

Las tablas de cortar —especialmente las de madera mal higienizadas— también representan un riesgo, al acumular restos de alimentos crudos y permitir que los gérmenes se infiltren en sus pequeñas ranuras.

Comparado con todo esto, los zapatos, aunque sucios, tienen la ventaja de que no suelen entrar en contacto directo con la comida o la cara. Por eso, aunque descalzarse al entrar en casa puede ser una medida higiénica útil, el verdadero campo de batalla está en los lugares que usamos a diario y que muchas veces pasan desapercibidos.

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Bacterias en casa: C. difficile se ha encontrado más en zapatos que en tazas de inodoro. Fuente: iStock (composición ERR).

Entre la higiene y la obsesión: lo que arrastramos en los pies (y en la cabeza)

Quitar los zapatos al entrar en casa puede parecer un gesto inocente, incluso lógico. Pero, en algunos casos, esta rutina se convierte en el punto de partida de una espiral de ansiedad. La llamada verminofobia —miedo extremo a los gérmenes— lleva a algunas personas a limpiar compulsivamente o a evitar situaciones cotidianas por temor a la contaminación.

La ciencia sí respalda que el calzado puede ser un factor de contaminación invisible pero relevante. Sin embargo, los expertos coinciden en que el equilibrio está en adoptar hábitos razonables basados en evidencia, sin que la higiene se convierta en una fuente constante de estrés.

Por tanto, quitarse los zapatos es una decisión que debe ajustarse a nuestras necesidades. Si la limpieza se convierte en una fuente de angustia o aislamiento, conviene preguntarse qué realmente necesitamos. A fin de cuentas, la salud incluye cuerpo y mente.

Referencias

  • T. Rashid, H.M. VonVille, I. Hasan, K.W. Garey, Shoe soles as a potential vector for pathogen transmission: a systematic review, Journal of Applied Microbiology. (2016). doi: 10.1111/jam.13250
  • Olsen, M., Nassar, R., Senok, A. et al. Mobile phones are hazardous microbial platforms warranting robust public health and biosecurity protocols. Sci Rep. (2022). doi: 10.1038/s41598-022-14118-9

Cortesía de Muy Interesante



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