Durante siglos, el ser humano ha envidiado en silencio a ciertos animales capaces de regenerar partes enteras de su cuerpo. Pero de todos ellos, hay uno que destaca por su poder casi mítico: el axolote (o ajolote). Este anfibio originario de México ha fascinado a la comunidad científica no solo por su aspecto encantador —con su sonrisa perpetua y branquias como plumas— sino por una habilidad extraordinaria: puede perder una extremidad y volver a tenerla semanas después, idéntica a la original.
Ahora, un nuevo estudio publicado en Nature Communications por investigadores de la Northeastern University en Boston revela un detalle crucial de este proceso. Utilizando axolotes modificados genéticamente para brillar, los científicos han identificado el mecanismo molecular que permite a estos animales regenerar exactamente la parte del cuerpo que han perdido, ni más ni menos. El hallazgo no solo abre nuevas puertas en biología regenerativa, sino que podría tener profundas implicaciones para el futuro de la medicina humana.
El “GPS molecular” de las extremidades perdidas
Cuando un axolote pierde una extremidad, una masa de células llamada blastema se forma en la zona de la herida. Estas células, parecidas a las embrionarias, contienen el potencial de reconstruir cualquier parte del cuerpo. Pero ¿cómo “saben” qué parte exacta tienen que regenerar? ¿Por qué un axolote no genera una extremidad entera cuando solo ha perdido un dedo?
La clave está en un compuesto conocido: el ácido retinoico. Se trata de una molécula derivada de la vitamina A que también está presente en los seres humanos y que usamos habitualmente en cremas para la piel. Pero en los axolote, este ácido actúa como una especie de sistema de navegación celular.

Lo fascinante es que los niveles de ácido retinoico no son uniformes en la extremidad del animal: hay una especie de gradiente. En la zona más cercana al cuerpo (el hombro), los niveles son altos. En la parte más alejada (la mano o los dedos), los niveles disminuyen drásticamente. Así, cuando ocurre una amputación, la cantidad local de ácido retinoico actúa como una señal que indica qué parte debe reconstruirse. Si los niveles son bajos, se forma solo un dedo. Si son altos, puede surgir un brazo completo.
El estudio demostró que esta señalización está controlada por una enzima llamada CYP26B1, cuya función es precisamente degradar el ácido retinoico. Cuando los investigadores inhibieron esta enzima en esta criatura mexicana, el resultado fue sorprendente: las extremidades regeneradas eran excesivamente grandes, incluso duplicadas. Como si el animal hubiera recibido la orden equivocada y hubiera construido de más.
El gen que decide qué huesos construir
Pero el trabajo no termina ahí. Los investigadores también identificaron un gen, llamado SHOX, que se activa en respuesta al ácido retinoico. Este gen no solo está presente en axolote: también lo tenemos los humanos. Y no es cualquier gen. Está directamente relacionado con la formación de los huesos largos del cuerpo, como el húmero o el fémur.
Cuando los científicos eliminaron este gen en el axolote mediante técnicas de edición genética, los animales regeneraron extremidades normales… pero con brazos anormalmente cortos. Era como si el gen funcionara como un interruptor que determina qué tan larga debe ser una extremidad regenerada. Curiosamente, las personas que nacen con mutaciones en SHOX suelen presentar brazos o piernas acortadas, lo que refuerza la conexión entre ambas especies.
¿Estamos más cerca de regenerar miembros humanos?
El estudio, liderado por el biólogo James Monaghan, va más allá del simple asombro científico. Abre un nuevo capítulo en la medicina regenerativa. Porque si los humanos compartimos estos genes y estas moléculas con los ajolotes, ¿qué nos impide regenerar también nuestros propios brazos o piernas?
La respuesta, según los investigadores, no está en la ausencia de herramientas, sino en la forma en que las usamos. En los humanos, cuando sufrimos una herida grave, nuestras células suelen formar cicatrices. En cambio, las células del axolote responden activando programas genéticos embrionarios, “recordando” cómo construir una extremidad desde cero. En otras palabras, los ajolotes no hacen nada nuevo, simplemente vuelven a hacer lo que hicieron una vez en el embrión.

La clave está en desbloquear esa memoria posicional que parece dormida en nuestros genes. El sueño de un parche que se coloque sobre una herida y que instruya a las células humanas para regenerar una extremidad completa ya no suena a ciencia ficción. Es un camino largo, pero cada vez más claro.
Lo que nos enseñan los “monstruos” del pasado
Los axolotes, conocidos también como “monstruos del agua” por los aztecas, han pasado de ser leyendas de Xochimilco a protagonistas de los laboratorios más avanzados del mundo. Su capacidad de detener el envejecimiento, regenerar órganos y ahora, con este nuevo estudio, controlar con precisión milimétrica la reconstrucción de sus extremidades, los convierte en una mina de oro biológica.
Este avance no solo ayuda a entender un fenómeno biológico fascinante. También desafía nuestros propios límites como especie. Porque si compartimos los mismos genes, ¿por qué no podríamos compartir también el mismo destino regenerativo?
Quizás la respuesta esté más cerca de lo que imaginamos. Quizás solo necesitamos volver a escuchar los susurros antiguos de nuestro ADN.
El estudio ha sido publicado en Nature Communications.
Cortesía de Muy Interesante
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