Los expertos aventuran que el cerebro se encarga de rellenar esos huecos, manteniendo una captura de imagen que hace de puente en esos breves momentos en que parpadeamos y deja de entrar información visual al encéfalo. Sin embargo, en el pasado, esas explicaciones limitaban dicha actividad a ciertas zonas de la sesera, más exactamente, al área sensorial de la corteza cerebral, localizada en la parte posterior de la cabeza. Recientemente, los investigadores se han cuestionado si están involucradas otras regiones, en especial, la zona frontal.
En un pequeño estudio publicado en la revista Current Biology, un grupo de científicos ha descubierto que el córtex prefrontal —una región implicada en la toma de decisiones y la memoria a corto plazo— enlaza lo que vemos entre parpadeos u otras interrupciones de la visión. De esta manera, es una piedra angular de la memoria perceptual, un tipo de memoria a largo plazo que almacena la información sensorial.
En previas investigaciones, los autores del trabajo habían examinado la actividad cerebral con la ayuda de la resonancia magnética, y dieron con varias regiones —incluido el córtex prefrontal— que estaba activa durante la formación de recuerdos perceptuales, tal y como nos cuenta el director del estudio, Caspar Schwiedrzik, que es neurocientífico en el Centro Alemán de Primates y en el Centro Médico de la Universidad de Göttingen (Alemania).
Cuando compararon los resultados entre múltiples sujetos, confirmaron que la actividad del córtex prefrontal era la más consistente y la más implicada en este proceso.
¿Desaparece el mundo al cerrar los ojos?
En un nuevo experimento, los científicos se propusieron replicar los resultados. Y lo lograron con una técnica electrofisiológica más directa, indica Schwiedrzik. En concreto, midieron la actividad cerebral en seis pacientes con epilepsia, que ya tenían electrodos implantados en el cerebro para tratar su enfermedad. Así, era más sencillo grabar su actividad neuronal directamente.
Resulta que, cuando una persona parpadea, la imagen de lo que está mirando queda retenida por el cerebro y, luego, se conecta visualmente a lo que ve cuando abre los párpados de nuevo. Para comprobarlo, los científicos diseñaron un experimento que trabajaba con una conexión visual similar entre dos imágenes. Al mismo tiempo, los electrodos tenían que mostrar qué áreas del cerebro se activaban cuando la interpretación visual tenía lugar.
En esta ocasión, los investigadores enseñaron a los participantes patrones cuya orientación podía ser interpretada de diferentes maneras, como horizontal o vertical. Los voluntarios observaban los patrones por parejas —uno detrás de otro— y, luego, se les pedía que escogieran la orientación de las dos imágenes.

La pieza que falta: qué ocurre si falta el córtex prefrontal
Durante esta actividad, los científicos grababan la actividad del córtex prefrontal, y observaron que la memoria perceptual se activaba si la orientación seleccionada para la segunda imagen concordaba con la orientación de la primera. Esto indica que la visión del primer patrón influía en la forma en que los sujetos veían el segundo. La actividad en esta región cerebral durante el proceso confirmaba, por otro lado, que tiene un papel principal en la formación de recuerdos perceptuales, según explica Schwiedrzik.
Es más, él y su equipo hallaron que un individuo al que le faltaba parte de la corteza prefrontal, debido a una cirugía anterior, era incapaz de almacenar información para formar este tipo de recuerdos en las pruebas, lo que sugiere que es un área indispensable para lograr dicha continuidad visual.
Por lo tanto, estos descubrimientos demuestran que el córtex prefrontal hace concordar activamente la información nueva con los datos visuales anteriores y, por lo tanto, “nos permite percibir el mundo con más estabilidad, incluso, cuando cerramos los ojos brevemente”, dice Schwiedrzik.
¿Qué es la memoria perceptual y qué la hace especial?
La memoria perceptual es como un puente invisible que mantiene la coherencia de nuestra percepción a pesar de interrupciones fugaces, como cuando parpadeamos. A diferencia de la memoria sensorial, que retiene impresiones breves de lo que vemos o escuchamos por milisegundos, la memoria perceptual sostiene imágenes visuales durante más tiempo, permitiéndonos percibir el mundo como algo fluido y continuo .
A esta funcionalidad se contraponen otros tipos de memoria: la memoria de trabajo, que nos ayuda a retener y manipular información de forma consciente durante unos segundos (como memorizar un número telefónico); la memoria a largo plazo, que almacena hechos, experiencias y habilidades; y la memoria implícita, que fija aprendizajes automáticos, como montar en bici o conducir .
En este escenario, la memoria perceptual encaja como una suerte de sala de espera que mantiene la imagen presente mientras el cerebro procesa o realiza una pausa visual.
Por eso es tan esencial para lo que vemos a diario: sin ella, nuestra visión sería un mosaico confuso de instantes aislados cada vez que parpadeamos o giramos la mirada. Gracias a la memoria perceptual, el cerebro compara lo que acaba de ver con lo siguiente, rellenando huecos y asegurando una sensación visual sólida. Es lo que nos permite, por ejemplo, seguir a un auto en movimiento sin que la imagen se disuelva entre parpadeos.

Para qué sirve estudiar este fenómeno
Observar cómo el cerebro conecta las imágenes visuales tras cada parpadeo no es solo una curiosidad científica: tiene aplicaciones reales que pueden transformar varias disciplinas.
En neurociencia clínica, por ejemplo, esta investigación ayuda a identificar disfunciones tempranas del córtex prefrontal. Una incapacidad para mantener coherencia visual, como la detectada en pacientes con daño prefrontal, puede servir como indicador precoz de alteraciones cognitivas, como en casos incipientes de Alzheimer o lesiones por traumatismo craneoencefálico. Reconocer patrones atípicos en esta memoria perceptual podría permitir intervenir antes de que los síntomas sean irreversibles.
En el mundo del diseño de pantallas, interfaces y realidad virtual, conocer cómo el cerebro rellena los parpadeos informa cómo crear experiencias visuales que se perciben continuas y naturales. Por ejemplo, en sistemas de realidad virtual, ciertos saltos en imágenes o ligeros retrasos pueden romper la sensación de inmersión. Si comprendemos mejor cómo funciona esta interpolación visual del córtex prefrontal, los diseñadores pueden ajustar la tasa de refrescamiento o sincronizar los estímulos visuales con nuestros ritmos perceptuales para evitar que experimentemos disonancias visuales o mareos.
Pero no acaba ahí. En neurociencia cognitiva, este hallazgo aporta también a la comprensión del procesamiento predictivo del cerebro: cómo anticipamos lo que vamos a ver, basándonos en la información previa. Este mecanismo es esencial en la inteligencia artificial y los sistemas de visión computacional, que intentan emular la estabilidad perceptiva humana.
Además, estudiar la interacción del córtex prefrontal y cortical sensorial en tareas visuales secuenciales puede inspirar nuevos modelos diagnósticos para centrar terapias cognitivas en la mejora de la memoria visual, especialmente en individuos con dificultades para integrarla durante cambios bruscos de atención.
¿Parpadean igual todos los animales?
Aunque el parpadeo es tan pequeño y fugaz, no es exclusivo ni igual en todos los seres. Muchos animales han desarrollado adaptaciones sorprendentes para seguir percibiendo el mundo, incluso cuando sus ojos se cierran momentáneamente.
Las aves, por ejemplo, despliegan dos mecanismos fascinantes: parpadean con un tercer párpado —la membrana nictitante— que se arrastra horizontalmente, y sincronizan sus parpadeos con los movimientos de su cabeza y sus cambios de mirada.
Un estudio hecho con pavo reales demostró que casi siempre parpadean durante una mirada, especialmente cuando hacen grandes giros o escanean el entorno, para reducir al mínimo la pérdida de información visual. Cuando están alertas, incluso hacen lo contrario: retrasan el parpadeo en momentos clave.
En mamíferos, el patrón difiere. Algunas especies apenas muestran parpadeo consciente, mientras que otras, como los humanos, pueden cambiar el ritmo según estén leyendo o estresados. Sin embargo, tanto aves como mamíferos parecen compartir un objetivo: sincronizar el parpadeo con intervalos en que ya están menos enfocando activamente. Así, el cerebro “rellena” patrones visuales, garantizando que pequeños paréntesis blancos no interrumpan nuestra percepción del mundo.
En definitiva, el parpadeo es una adaptación universal: ya sea con párpados o membrana nictitante, parpadeamos estratégicamente y no solo por lubricar los ojos. La naturaleza ha afinado este acto común para que la verdad visual no se pierda.

Curiosidades sobre el parpadeo
El ser humano adulto parpadea unas 12–20 veces por minuto en reposo, pero esa frecuencia se desacelera cuando nos concentramos: al leer o al fijarnos en una pantalla, rondamos las 10–11 parpadeos por minuto.
El cerebro incorpora estos breves cierres de ojos para mantener la vista sin secarse, y también para facilitar la transición entre imágenes. Al leer, solemos parpadear en puntos concretos, como al pasar de palabra o tras un giro sintáctico, sugiriendo que el parpadeo puede estar sincronizado con la descarga cognitiva.
La frecuencia varía según la actividad: durante una conversación ligera, pasamos a unos 32 parpadeos por minuto, mientras que leyendo el ritmo baja a 10–11. Estos cambios reflejan estados mentales: más parpadeamos cuando hacemos una pausa en el pensamiento o al relajarnos, y menos cuando estamos concentrados. Por ejemplo, un estudio registró una ralentización significativa del parpadeo mientras los participantes descifraban textos más complejos.
Pero no solo los humanos parpadean de forma interesante. Las aves, como halcones o búhos, tienen un tercer párpado, la membrana nictitante, que barre el ojo sin cerrar totalmente los párpados normales. Además, ejecutan dos tipos de parpadeos: uno rápido (de pocos milisegundos) al moverse la cabeza o al picotear, y otro más largo en momentos de reposo o limpieza. Por ejemplo, los rapaces extienden esta membrana en picados a gran velocidad para limpiar y humedecer el ojo sin perder visión.
Referencias
- Schwiedrzik C., Sudmann S., Thesen T., Wang X., et al. Medial prefrontal cortex supports perceptual memory. Current Biology, (2018). DOI: 10.1016/j.cub.2018.07.066
- Yorzinski, J. Eye blinking in an avian species is associated with gaze shifts. Sci Rep. (2016). doi: 10.1038/srep32471
- Chidi-Egboka NC, Jalbert I, Chen J, Briggs NE, Golebiowski B. Blink rate measured in situ decreases while reading from printed text or digital devices, regardless of task duration, difficulty, or viewing distance. Invest Ophthalmol Vis Sci.( 2023). doi:10.1167/iovs.64.2.14
Cortesía de Muy Interesante
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