Durante siglos, el nombre “peste” ha evocado una sombra densa sobre la historia de la humanidad. Desde el imperio bizantino hasta las costas de Madagascar, esta enfermedad ha dejado un rastro de muerte y miedo difícil de borrar. Ahora, una investigación conjunta entre la Universidad McMaster de Canadá y el Institut Pasteur de Francia arroja nueva luz sobre su extraordinaria persistencia: todo apunta a un solo gen, llamado pla, como el responsable de su letal eficacia.
El estudio, publicado en Science, ha analizado más de 2.700 muestras de ADN de víctimas de peste, tanto modernas como antiguas, procedentes de Asia, África, Europa y América. La investigación representa un avance sin precedentes en el campo de la paleomicrobiología y ayuda a responder una de las grandes incógnitas históricas: ¿cómo logró un solo patógeno mantenerse activo durante más de un milenio y provocar tres pandemias distintas?
El hallazgo clave es que el gen pla fue modificando su comportamiento a lo largo del tiempo. Esta pequeña secuencia genética permitió que la bacteria Yersinia pestis adaptara su virulencia en función del entorno y la disponibilidad de huéspedes, prolongando su capacidad de infección incluso a costa de reducir su letalidad.
De Constantinopla a Madagascar: un legado de muerte
La peste no es solo un capítulo oscuro del pasado. Aunque su imagen más conocida es la de la peste negra del siglo XIV, el germen responsable, Yersinia pestis, ha provocado al menos tres pandemias reconocidas en la historia. La primera, la llamada Plaga de Justiniano, asoló el mundo mediterráneo entre los siglos VI y VIII, causando la muerte de decenas de millones. La segunda, más célebre, fue la peste negra, que arrasó Europa entre 1347 y 1351 y volvió en oleadas durante 500 años. Y la tercera comenzó en China en 1855, y sus últimos ecos todavía resuenan en regiones como Madagascar y la República Democrática del Congo.
Lo que une a todas estas pandemias es la misma bacteria. Pero ¿por qué algunas cepas desaparecieron mientras otras siguen activas? Ahí entra en juego el gen pla. Este gen permite que la bacteria atraviese el sistema inmunológico sin ser detectada y llegue a los ganglios linfáticos, lo que desencadena la forma más conocida: la peste bubónica. Sin embargo, el número de copias de pla fue disminuyendo con el tiempo en algunas variantes del patógeno. Esa reducción, según demuestran los investigadores, hizo que la enfermedad fuera menos mortal, pero más duradera.
Es decir, cuanto menos agresiva era la peste, más tiempo tenía para propagarse. Este cambio, lejos de ser casual, parece haber sido una adaptación evolutiva consciente del patógeno: matar más lentamente le garantizaba más huéspedes.

Ratas, humanos y una ecuación de supervivencia
Una de las grandes revelaciones de esta investigación es que la peste no fue, en realidad, una enfermedad humana en su origen. Fue una pandemia de ratas. Los humanos, según explican los investigadores, fueron víctimas colaterales de una infección que necesitaba mantener vivas a las poblaciones de roedores para seguir transmitiéndose. El comportamiento del gen pla se ajustó, a lo largo del tiempo, a la demografía tanto humana como animal.
Durante los primeros brotes, la cepa con alta concentración de pla mataba a los humanos y roedores en cuestión de días. Pero a medida que la peste agotaba sus poblaciones anfitrionas, las mutaciones genéticas que reducían la cantidad de copias del gen se volvieron más exitosas. Los roedores infectados sobrevivían más tiempo, lo que les permitía viajar más y contagiar a más individuos.
Este fenómeno de “adaptación por atenuación” podría explicar también por qué muchas cepas antiguas finalmente desaparecieron. La peste suavizada perdió efectividad en un mundo cambiante, donde las densidades urbanas disminuían y la higiene mejoraba. Las variantes con bajo número de copias del gen se extinguieron silenciosamente, dejando como herencia genética sólo las más agresivas, las que hoy todavía circulan en determinadas regiones del planeta.

Vietnam, el último eco de un pasado letal
El estudio también encontró pruebas sorprendentes de que esta evolución genética sigue ocurriendo. Entre las más de 2.700 muestras analizadas, los investigadores identificaron tres cepas modernas procedentes de Vietnam —una humana y dos de ratas negras— que presentan la misma reducción del gen pla observada en cepas medievales. Se trata de un hallazgo insólito, una especie de fósil viviente de una peste que evolucionó para adaptarse al tiempo y al espacio.
Estos resultados sugieren que la estrategia evolutiva de Yersinia pestis no ha desaparecido, sino que sigue activa, buscando un equilibrio entre matar y sobrevivir. En un mundo donde los antibióticos han reducido el impacto letal de la enfermedad, la bacteria podría estar, nuevamente, cambiando su táctica para asegurar su existencia a largo plazo.
Este tipo de investigaciones ofrece una nueva ventana para entender cómo surgen, se propagan y desaparecen las pandemias. No es solo una lección del pasado. Sin duda alguna, estudiar la longevidad de la peste puede ayudar a prever cómo los patógenos del futuro podrían evolucionar, adaptarse… y volver.
Referencias
- Sidhu RK, Mas Fiol G, Lê-Bury P, et al. Attenuation of virulence in Yersinia pestis across three plague pandemics. Science. 2025;388(6750):eadt3880. doi:10.1126/science.adt3880
Cortesía de Muy Interesante
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