A lo largo de los siglos, lo que consideramos saludable ha sido tan cambiante como las civilizaciones mismas. Si hoy en día una ensalada con fruta fresca, legumbres y hierbas parece una receta ejemplar de buena nutrición, en la Roma y Grecia antiguas ese mismo plato habría levantado más de una ceja, y no precisamente por su presentación. Lejos de aplaudir estos ingredientes, muchos médicos de la Antigüedad los veían como auténticos enemigos de la salud.
A simple vista puede parecer ridículo. ¿Cómo es posible que el durazno, las lentejas o incluso la albahaca, alimentos tan presentes y venerados en la gastronomía actual, hayan sido objeto de desconfianza y hasta terror en tiempos pasados? Para entenderlo, hay que sumergirse en la lógica médica de entonces, muy distinta a la actual. En la mente de los antiguos galenos, lo importante no era el contenido nutricional tal y como lo entendemos hoy, sino cómo reaccionaba el cuerpo ante determinadas cualidades físicas de los alimentos: si eran calientes, fríos, secos o húmedos. Esta clasificación, basada en la teoría de los humores, era la piedra angular de la medicina grecorromana.
Frutas: peligrosas bombas de descomposición interna
Entre los alimentos más sospechosos se encontraban las frutas, especialmente aquellas que eran blandas, jugosas o de rápida maduración. La lógica era aparentemente simple: si una fruta se estropea y fermenta con rapidez al aire libre, lo mismo debe ocurrir dentro del cuerpo. Se creía que, al ingerir frutas como los melocotones o los higos, el sistema digestivo podía llenarse de “putrefacción”, generando gases, fiebre o enfermedades prolongadas.
Esta idea no era una simple superstición popular. Grandes figuras de la medicina antigua, cuyos tratados influenciaron siglos de pensamiento médico, mantenían una actitud muy cautelosa hacia el consumo de frutas frescas, especialmente en climas cálidos o después de ciertos esfuerzos físicos. Comer un durazno maduro tras un baño caliente, por ejemplo, se consideraba casi un suicidio digestivo. La fruta podía “enfriar demasiado” el estómago, alterar los humores y provocar una enfermedad grave.

Albahaca: una hierba con reputación mortal
Hoy, la albahaca representa el alma aromática de platos italianos como la pizza margarita o la salsa pesto. En la Antigüedad, sin embargo, esta hierba se vinculaba con la enfermedad, la locura e incluso la generación espontánea de criaturas venenosas. El solo hecho de dejarla secar al sol podía –según los antiguos textos– generar escorpiones o gusanos. No era una creencia aislada o esporádica, sino una visión compartida por numerosos médicos y boticarios de la época.
Este miedo visceral tenía raíces en la teoría de la descomposición y los efectos visibles de la putrefacción. Si una planta despedía un olor penetrante al deteriorarse, eso indicaba que sus cualidades internas eran inestables, peligrosas. Para una mentalidad médica que observaba cuidadosamente los signos del cuerpo y del entorno, esa transformación visible era una prueba palpable de que algo no iba bien. Y si era capaz de generar criaturas por sí sola, ¿qué no podría hacer dentro del cuerpo humano?
Lentejas: humildes y sospechosas
Las legumbres ocupaban una posición ambigua en el pensamiento dietético de la Antigüedad. En pequeñas cantidades, podían ser aceptables. Pero su consumo excesivo –como el de los filósofos que predicaban una dieta sencilla y vegetal– generaba serias advertencias médicas. Se consideraba que las lentejas, los garbanzos y las habas podían provocar desequilibrios graves en los humores, especialmente en el sistema digestivo y en la sangre.
Un exceso de lentejas, por ejemplo, podía aumentar la producción de “bilis negra”, uno de los cuatro humores, vinculada a la melancolía, la tristeza y el desequilibrio mental. El cuerpo se volvía más pesado, la digestión más lenta, y el ánimo, más oscuro. Además, las legumbres eran notorias por su capacidad de generar flatulencias, lo que se interpretaba como una señal física de corrupción interna.
Una visión coherente para su tiempo
Por absurda que hoy nos parezca, esta forma de pensar sobre los alimentos tenía su lógica dentro del paradigma médico de la época. No existía el concepto moderno de nutrientes, vitaminas o bacterias, pero sí una profunda atención a los efectos del entorno y la alimentación en la salud. Los médicos antiguos eran minuciosos observadores de los cuerpos, los síntomas y los patrones de enfermedad, aunque interpretaran todo a través de un filtro simbólico y empírico limitado.
La preocupación por la putrefacción era perfectamente racional en un mundo sin refrigeración, antibióticos ni conocimiento microbiológico. Si algo podía estropearse con rapidez, era razonable pensar que también podía dañar el organismo. Y si ciertos alimentos provocaban cambios perceptibles como gases, malestar o fiebre, lo lógico era sospechar que su naturaleza interna era problemática.

Pero más allá de las preocupaciones sanitarias, la dieta también se convirtió en un asunto moral y filosófico. Comer frutas en exceso podía ser visto como un acto de indulgencia, una falta de control, una forma de debilidad. En muchas escuelas filosóficas, los alimentos sencillos, secos y poco elaborados eran preferidos porque promovían la templanza y el autocontrol. Quien comía demasiado melón o lentejas podía no solo enfermar, sino también perder el dominio de sus pasiones.
Esta asociación entre comida y carácter se mantendría con fuerza en la Edad Media y el Renacimiento, y todavía resuena en algunas ideas modernas sobre las “dietas depurativas” o los “alimentos que limpian el alma”.
Redescubrir el pasado culinario
Hoy, la mayoría de las advertencias dietéticas de los antiguos médicos han sido descartadas por la ciencia moderna, pero su estudio revela mucho sobre cómo las sociedades interpretan el cuerpo, la salud y la relación con el entorno. Nos recuerda que las ideas sobre lo que es “natural” o “sano” son profundamente culturales y pueden cambiar radicalmente con el tiempo.
Curiosamente, muchos de los alimentos demonizados por los antiguos –las frutas jugosas, las hierbas aromáticas, las legumbres ricas en fibra– son ahora pilares de la alimentación saludable. Quizás, dentro de mil años, nuestras propias certezas alimentarias parezcan igual de absurdas. La historia, incluso en la cocina, tiene siempre un sabor a sorpresa.
Cortesía de Muy Interesante
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