Cuenta la arquitecta y colaboradora del estudio de Javier Senosiain, Adriana Cerón, que el exponente mexicano de este estilo arquitectónico habla mucho del significado y las implicancias sociales de las cajas y la figura cuadrada.
Cuando nacemos –plantea– nos meten a una incubadora o a una cuna. Estas son las primeras cajas cuadradas con las que interactuamos. Luego, nuestras exploraciones incipientes se dan en nuestras casas, que también suelen ser construcciones cuadradas.
Pasan los años y pasamos por marcos de puertas igualmente cuadrados y abrimos y guardamos recuerdos en cajones cuadrados. De adultos, vamos a la oficina, otro espacio cúbico, y encontramos nuestras principales fuentes de entretenimiento en dispositivos (o pantallas) cuadradas.
Pasamos de una a otra, hasta el momento en que morimos y terminamos –paradójicamente– en la última de estas cajas cuadradas. Con esas estructuras, según reflexiona el arquitecto, perdemos libertad de movimiento, creatividad y espontaneidad.
Es por eso, principalmente, que las construcciones de Javier Senosiain –uno de los máximos exponentes de la denominada arquitectura orgánica mexicana, junto con Juan O’Gorman–, proponen otros volúmenes y formas, más parecidas a las que se encuentran en la naturaleza.
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Desde sus primeros acercamientos a la bioarquitectura, en los años 70, y teniendo de referentes a Antonio Gaudí y Frank Lloyd Wright, las formas por las que optó fueron circulares, esféricas, y amables. Un corte, en cierto sentido, con la geometría, la estructura y el uso de la línea recta que se venía promulgando desde las corrientes racionalistas y la escuela de la Bauhaus.
“Todo lo que podamos ver o imaginar, desde el macrocosmos al microcosmos, pasando por las galaxias hasta las células de nuestros cuerpos, es curvo o gira en espiral”, dice Cerón. “La intención de Senosiain de crear espacios distintos y abrirlos al público, es justamente la de brindar instancias que puedan despertar la curiosidad, los sentidos y la capacidad de asombro”.
Y en eso, el Conjunto Satélite, construido en 1995 en un predio de 30 metros cuadrados en Naucalpan de Juárez, Estado de México, es un claro ejemplo. Podría parecer una construcción antigua, de la época de las cavernas, o incluso futurista, dependiendo de dónde se ponga el énfasis. Pero lo cierto es que esa misma ambigüedad temporal, y esa posibilidad del juego, es la que propone intencionalmente Senosiain, más que situar –o encasillar– su obra en una sola época.
La premisa básica de la arquitectura orgánica es la de crear espacios que armonicen la relación entre el ser humano y su entorno, tomando en cuent la naturaleza y el medio ambiente como parte integral de todo el ecosistema arquitectónico. Una suerte de reintegración del ser humano a lo más esencial, explica Cerón.

“Gaudí decía que para ser original hay que volver al origen. Para nosotros, el origen es el vientre materno. Aunque no lo recordemos, esa es la primera noción y percepción de espacio que tenemos. Con la arquitectura orgánica, lo que se busca es crear espacios semejantes, para así recrear la sensación de refugio que tan difícilmente volvemos a encontrar”.
¿Qué diferencia a la arquitectura orgánica mexicana?, le pregunto. “Principalmente el uso de los materiales, como las piedras, y en general la denominada plástica mexicana, que se caracteriza por una volumetría pesada. Senosiain explica que esto tiene que ver con la presencia de las montañas, tan representativas de nuestro territorio. De ahí que los indígenas replicaron estos volúmenes creando las pirámides. Luego, en la época colonial, se hicieron catedrales y conventos, que también son constitutivos de arquitecturas pesadas. Esa volumetría robusta siempre ha estado presente”.

Cortesía de Chilango
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