Para la arquitecta chilena radicada en Ciudad de México, Sofía Oyarzún, es clave entender que las corrientes arquitectónicas que se desarrollaron en el siglo XX se pueden haber implementado en distintas regiones y países, pero nunca de una manera totalmente uniformada. En cada una de esas localidades, más bien, la corriente se adaptó al contexto local.
Y es que no tiene sentido que una tendencia que se desarrolló tomando en cuenta las particularidades y demandas de un determinado territorio se replique a cabalidad en un territorio totalmente distinto. “En un país cálido, colorido y con tanta predominancia del trabajo artesanal y lo hecho a mano, es raro implementar un brutalismo gris, frío, de estructuras cúbicas de hormigón, que siga la línea del brutalismo que se hizo afuera y sin considerar los elementos propios del ecosistema local”, dice.
Como explica, la arquitectura brutalista –esa que se originó en 1950 y que solemos asociar a las construcciones soviéticas y europeas creadas en la postguerra, así como al uso de hormigón crudo, geometrías audaces y un diseño que prioriza la funcionalidad por sobre el ostento decorativo– también se divulgó en México. Especialmente por los vínculos y la cercanía política, social y cultural que siempre existió entre la Unión Soviética y México.
Pero eso no quiere decir, por ningún motivo, que ese brutalismo que se implementó aquí es igual al que se implementó en Europa, en Rusia ni tampoco en el resto de Latinoamérica.
“Es un brutalismo adaptado, y no solamente una réplica de un vaciado enorme de hormigón. La arquitectura brutalista de todos lados comparte la monumentalidad, y México no es la excepción, sobre todo porque esa monumentalidad existía aquí desde antes de la conquista. Pero a esa característica, se le da una vuelta más orgánica y cercana a la cultura local”, dice Oyarzún.
Brutalismo en CDMX
Ejemplos de eso, como menciona la arquitecta, son los edificios como El Banco Nacional de México, el Museo Tamayo y el Auditorio Nacional (todos de Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky), que tienen una terminación martelinada hecha a mano –para crear una textura rugosa en la fachada– y que siempre integran algún detalle decorativo de la simbología mexicana.
Otros ejemplos de esta integración, son las obras de Alberto Kalach, entre ellas la Biblioteca Vasconcelos, el proyecto del Parque Texcoco y el edificio en Roma Norte que hoy alberga el Bar Form + Matter (FO+MA), cuya propuesta –que no se exime del lugar en el que está ubicado– combina diseño y coctelería, además de una estética industrial con vegetación y un enfoque funcionalista.
Así mismo ocurre con los diseños de Luis Barragán, que siguen una visualidad y lógica modernista, pero con el foco puesto en los colores, en el uso del agua, y en lo que aparece entre los reflejos lumínicos y los juegos de luces. “También lo vemos en lo que hace Pedro Ramírez Vázquez con la Nueva Basílica de Guadalupe.
Ese ejemplo es osado porque no solo desarrolló una propuesta brutalista, sino que la aplicó a una basílica en un país totalmente conservador y religioso, en donde las catedrales, históricamente, se han construido en estilos más clásicos y coloniales” –dice Oyarzún–. “Eso fue muy rupturista para la época; que una de los espacios religiosos más importantes de la ciudad fuera proyectado en un edificio gigante y redondo y no siguiendo la estructura tradicionalmente asociada a las catedrales”.
Uriel Vides agrega que, de todas maneras, lo que terminó imperando en México fue el modelo capitalista, aunque en distintos momentos del siglo XX se intentó empujar una agenda social y progresista. Por lo mismo, es difícil dar con el brutalismo que se desarrolló en otros países cuya intención política y social era otra.

Arquitectura rara: lujo, apariencias y sueños abandonados
La arquitectura rara que se desarrolló en la Ciudad de México en el siglo XX se da justo en la intersección entre la herencia colonial, las ganas de hacer ostento de la abundancia en un momento de supuesta estabilidad económica, y el excentricismo y eclecticismo propios de la época. Como corriente, se desenvolvió de manera paralela a las otras mayormente consolidadas que se fueron implementado a lo largo de 1900. Pero esta, que hace alarde de edificaciones excepcionales, es difícil de ubicar en un único contexto.
Un ejemplo es el Hotel Posada del Sol, cuya construcción empezó en 1945 en la actual colonia Doctores. El ingeniero Fernando Saldaña Galván concibió esta obra imponente con la intención de que fuera un lujoso complejo de 600 habitaciones y uno de los más emblemáticos de la ciudad y, por lo mismo, su arquitectura ecléctica terminó siendo una mezcla de estilos, con la única intención de evidenciar el lujo y la posibilidad de derroche.
Un edificio de estilo barroco, neoclásico, gótico, colonial, con detalles del art nouveau y el art déco en la estructura y murales de Roberto Cueva del Río y esculturas de Rómulo Rozo en su interior que hoy, luego de ser sede del Instituto Nacional para el Desarrollo Comunitario y Vivienda Rural, es una mera reminiscencia de un sueño que no pudo llevarse a cabo.

Cortesía de Chilango
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