Al décimo intento, llegó la primera derrota de un equipo sudamericano en el Mundial de Clubes, este nuevo torneo en el que se intuía una pequeña Champions y que está resultando una exhibición competitiva de este lado del Atlántico. Cayó Boca, pero después de un ejercicio extenuante de resistencia y duelos callejeros, un partido áspero. Sin embargo, el Bayern aplacó la rebeldía argentina impulsada por la mayor asistencia hasta el momento en Miami, 63.587 espectadores, casi todos cantando por Boca. Los alemanes navegaron por encima de todos los choques, más rápidos, más precisos, mejor estructurados. También más ricos. Tal vez dudaron cuando los argentinos cazaron un empate que parecía improbable, pero siguieron percutiendo y dejaron a Boca casi fuera del torneo, a expensas de que logren una gran goleada contra el Auckland y que el Bayern derrote al Benfica, contra el que empataron en la primera jornada.

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Manuel Neuer, Jonathan Tah, Josip Stanisic, Konrad Laimer, Raphaël Guerreiro (Dayot Upamecano, min. 66), Kingsley Coman (Leroy Sané, min. 66), Serge Gnabry (Jamal Musiala, min. 56), Joshua Kimmich, Michael Olise, Leon Goretzka (Aleksandar Pavlovic, min. 56) y Harry Kane
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Agustín Marchesín, Luis Advíncula, Lautaro Di Lollo, Ayrton Costa, Lautaro Blanco, Tomás Belmonte (Williams Alarcón, min. 68), Carlos Palacios (Milton Giménez, min. 68), Kevin Zenón (Malcom Braida, min. 58), Rodrigo Battaglia, Alan Velasco (Exequiel Zeballos, min. 79) y Miguel Merentiel (Marcelo Saracchi, min. 79)
Goles
1-0 min. 17: Kane. 1-1 min. 65: Miguel Merentiel. 2-1 min. 83: Michael Olise
Arbitro Alireza Faghani
Tarjetas amarillas
Marcos Rojo (min. 14), Advíncula (min. 35), Leon Goretzka (min. 47), Lautaro Di Lollo (min. 70)
Los argentinos, eso sí, obtuvieron una ligerísima reparación histórica. No habían transcurrido diez minutos cuando Olise encontró la red directamente desde el córner. Marchesin contempló el gol olímpico desde el interior de su portería, en el suelo, con Gnabry encima. La jugada contenía casi los mismos ingredientes que otra con la que el Bayern les ganó en Tokio la Intercontinental de 2001, la única vez que se habían enfrentado en un partido oficial. El brasileño Giovane Élber, que precisamente se encuentra estos días en Miami, se enredó con un defensa argentino con el que se quedó enganchado en la hierba. El lance dejó libre el camino al gol de Kuffour con el que los alemanes se llevaron el torneo al final de la prórroga. Entonces Riquelme rabió en el campo. Pero 24 años más tarde, en Miami había VAR, y Riquelme, ahora presidente, respiró en la butaca. Boca recuperó el aliento y la grada retomó el cancionero.
El estadio Hard Rock ha sido una pequeña Bombonera en estos dos encuentros de Boca en Florida. Volvieron a oficiar de locales ya desde la tarde anterior, cuando se juntaron miles en Miami Beach en un banderazo que ya se ha convertido en fiesta ordinaria del condado, imán para cualquiera con apetito por un chute de entusiasmo. De la playa a la grada, la ciudad es azul y amarilla. Late al ritmo del soniquete de un repertorio hipnótico y sencillo como una letanía.
Boca juega empapado de lo emocional, consciente de la distancia sideral que marca el dinero. Eran la resistencia ante el enérgico orden bávaro. El Bayern maneja una exuberancia arrolladora a partir del control de la pelota y del filo de Olise, Gnabry y Coman. Los argentinos ponían la música, pero los alemanes secuestraron el balón con las redes de Kimmich y Goretzka en el medio. El equipo dirigido por Russo achicaba agua al límite. Se apretaban, pero el Bayern provocaba grietas por todos lados.
Llevaron el partido a lo crudo, lo áspero, al choque y la celadas. Los avances del Bayern no se ganaban sin peajes. Acercaban la pelota a Marchesin veinte metros, pero al precio de dejar atrás un hombre atropellado sobre la hierba. Boca rascaba, pero ellos no se arrugaban y provocaban bastantes cosas en el área rival. Un mal despeje le cayó a Harry Kane y el inglés cruzó un zurdazo a la red.
El gol atenuó algo a la grada, con algunos tramos insólitos de silencio. Boca estaba sonado en su campo. Cualquier expedición al otro lado se desvanecía en unos pocos metros. Llegaron a intentar sorprender a Neuer desde su lado y el portero domó el balón diez metros por delante de su área. Les costó muchos minutos conseguir hacer retroceder al Bayern, asomarse a la otra área. A impulsos: ahora de Advíncula, luego de Velasco, o de Zenón. Sin hilar apenas. Había camisetas rojas por todas partes. Pero después de una encerrona a Olise Velasco encontró a Merentiel a la espalda de Tah. Se extendía un latifundio ahí, con todo el Bayern apuntando a Marchesin. El delantero uruguayo esquivó a Stanisic, que le salió al cruce y, ya a solas con Neuer, marcó. Les bastó burlar el cerco una vez para desactivar la sofisticación alemana.
Quedaba mucho, apenas era el minuto 75, pero durante un rato pareció que Boca podía extinguir ahí el partido. Los saltos del graderío volvieron a provocar que el estadio se meciera como en el partido del Benfica. El portero se echó al césped y se quejó de calambres, un defensa se quedó tendido después de un choque de un atacante del Bayern y cuando se levantó se dieron cuenta de que había otro compañero acalambrado en el centro del campo. Dolores, quejidos, cambios, y casi diez minutos se evaporaron de repente.
Pero el Bayern no perdió el hilo y Olise resolvió un barullo en el área con un exquisito zurdazo que terminó en en gol y desactivó todo el artefacto de Boca para dormir la noche en un costoso empate. El Bayern sostuvo la voz de la vieja Europa ante la animosa resistencia de Boca.
Cortesía de El País
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