La mujer del átomo: Leona Woods y el origen del poder nuclear

En los grandes relatos de la ciencia, hay nombres que se repiten hasta la saciedad. Sin embargo, entre los engranajes menos visibles de la historia, hay figuras que, aunque esenciales, rara vez se convierten en protagonistas. Una de ellas es Leona Woods, una joven física de apenas 23 años que formó parte del equipo que puso en marcha el primer reactor nuclear de la historia. Aquel día de 1942, cuando la humanidad dio un paso irreversible hacia la era atómica, ella era la única mujer presente en la sala. Le preguntó a Enrico Fermi: “¿Cuándo empezamos a tener miedo?”.

Desde los laboratorios ocultos bajo un estadio hasta su papel pionero en estudios de cambio climático, la vida de Woods recorre las capas más densas de la ciencia y la política nuclear, pero también ofrece una mirada sincera y aguda de lo que significó ser mujer, científica y madre en medio de la carrera armamentística.

Una física precoz en un mundo que no la esperaba

Leona Woods nació el 9 de agosto de 1919 en Illinois y se graduó de la universidad a los 18 años. A los 23, ya había completado su doctorado. No solo destacaba por su inteligencia, sino también por su determinación. Aun cuando uno de sus posibles mentores, el Nobel James Franck, le advirtió que “como mujer, moriría de hambre” si se dedicaba a la física, ella persistió y eligió trabajar con Robert Mulliken, quien también ganaría el Nobel años después.

Durante su formación, Woods demostró habilidad con la tecnología de vacío y la manipulación de detectores de partículas, dos destrezas fundamentales que más tarde serían cruciales en el proyecto Manhattan. Su tesis doctoral, centrada en las bandas del óxido de silicio, fue aceptada en 1943, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Mientras muchos compañeros se incorporaban al esfuerzo bélico, ella fue reclutada para trabajar junto a Enrico Fermi, el arquitecto de la primera pila nuclear.

Leona Harriet Woods. Fuente: Wikipedia

La única mujer en Chicago Pile-1

El 2 de diciembre de 1942, en el sótano del estadio Stagg Field, Fermi y su equipo lograron lo impensado: la primera reacción nuclear autosostenida. En aquel lugar oscuro, entre bloques de grafito y controles rudimentarios, Leona Woods era la única mujer presente. Su papel no fue menor. Se encargó de calibrar detectores de neutrones y construirlos con técnicas de soplado de vidrio, habilidades poco comunes entre los físicos de entonces.

La misma Woods fue clave para interpretar los datos que confirmaban que el reactor estaba funcionando. Preguntó con ironía y algo de nerviosismo cuándo debían asustarse. Su colega Laura Fermi la describió como “una joven alta, con cuerpo de atleta, que podía hacer el trabajo de un hombre, y hacerlo bien”. Su compromiso era tal que, incluso embarazada, siguió trabajando en el reactor sin que muchos lo supieran. Usaba ropa holgada para ocultarlo y se subía cada mañana a un autobús militar sin calefacción, “llegando justo a tiempo para vomitar antes de comenzar su jornada”.

Equipo de Chicago Pile-1. Leona es la única mujer. Fuente: Wikipedia

La emergencia en Hanford y el descubrimiento del xenón

Un episodio fundamental de su carrera ocurrió en Hanford, Washington, donde los primeros reactores industriales producían plutonio para las bombas. Leona y su esposo John Marshall estaban allí cuando el reactor se apagó de forma misteriosa pocas horas después de ser encendido. Mientras muchos pensaban en una fuga de agua, Woods propuso otra hipótesis: la presencia de un veneno radiactivo.

Junto con otros colegas, analizaron los datos con reglas de cálculo y concluyeron que el responsable era el xenón-135, un subproducto que absorbía neutrones y apagaba la reacción. Gracias a un diseño que incluía tubos de combustible extra, pudieron sobrealimentar el reactor y sortear el problema. Este hallazgo fue crucial para la producción estable de plutonio, un paso decisivo hacia las bombas lanzadas sobre Japón.

Fuente: CharGPT / E. F.

Las secuelas del proyecto Manhattan

Años después, al reflexionar sobre su participación en el desarrollo de las armas nucleares, Woods no expresó remordimiento. En sus palabras: “Si los alemanes lo hubieran conseguido antes que nosotros, no sé qué habría pasado con el mundo… Era una época muy aterradora”. También añadió, sobre el bombardeo atómico, que el número de muertos habría sido mayor en una invasión convencional. No justificaba el horror, pero sí lo entendía como parte de una lógica bélica despiadada.

Es relevante destacar que Woods no solo era científica, sino también madre. Su segundo hijo nació en 1949. En una época en que muy pocas mujeres trabajaban fuera del hogar, ella combinaba experimentos con pañales, cálculos con deberes escolares. Cuando se separó de John Marshall, quedó a cargo de sus hijos y continuó su carrera científica sin interrupciones.

Una segunda carrera: del átomo al clima

Tras dejar la física nuclear, Woods —ya conocida como Leona Marshall Libby, por su segundo matrimonio con el Nobel Willard Libby— dio un giro hacia la ecología y el medioambiente. En los años 70, desarrolló un método para estudiar el cambio climático a través de los anillos de los árboles, midiendo las proporciones de distintos isótopos de oxígeno, carbono e hidrógeno. Esta técnica permitió reconstruir patrones climáticos de cientos de años atrás, cuando no existían registros meteorológicos.

Esta transición no fue menor, pues Woods pasó de trabajar en armas de destrucción masiva a estudiar cómo los árboles pueden contar historias sobre sequías, lluvias y temperaturas. Su trabajo fue pionero en la dendroclimatología, una disciplina hoy fundamental en las ciencias del clima.

Compromisos públicos y legado científico

Además de su investigación sobre el clima, Woods fue una firme defensora de la irradiación de alimentos, técnica que permite eliminar bacterias sin usar productos químicos. Afirmaba que las regulaciones eran demasiado estrictas y proponía alternativas como usar radiación en vez de pesticidas. También escribió más de 200 artículos científicos, muchos de ellos fuera de los márgenes tradicionales de la física.

En sus últimos años trabajó en la RAND Corporation, participó como profesora en universidades como UCLA y publicó su autobiografía, The Uranium People. En ese libro, no solo repasó los hechos técnicos, sino también el ambiente humano, las dudas, los miedos y las tensiones cotidianas. Fue testigo y protagonista de una época en que la ciencia cambió el curso de la historia.

Leona Woods falleció el 10 de noviembre de 1986, debido a un accidente cerebro vascular.

Cortesía de Muy Interesante



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