El mundo, tal como lo experimentamos, no es una realidad objetiva igual para todos. La forma en que lo percibimos está profundamente influida por nuestra biología, nuestras emociones, nuestras experiencias y nuestra forma de pensar. Pero, ¿qué ocurre cuando esa forma de pensar es radicalmente distinta de la media? Algunos adultos viven el día a día con una sensación persistente de desconexión, como si el entorno no estuviera hecho para ellos. No se trata de timidez ni de elitismo intelectual. Es una diferencia estructural en cómo captan, procesan y viven el mundo que les rodea. Para estas personas, incluso los intercambios sociales más simples pueden resultar desconcertantes o dolorosos.
La psicóloga Monique de Kermadec analiza esta vivencia en su libro El adulto superdotado, donde dedica un capítulo entero a describir cómo estos adultos con altas capacidades perciben el mundo exterior. A partir de testimonios clínicos y observaciones terapéuticas, De Kermadec identifica una serie de constantes: una percepción del mundo como un “planeta extraño”, la sensación de hostilidad ambiental, el rechazo de la superficialidad, una inquietud existencial constante y una crítica hacia las redes sociales hipócritas que dominan la vida pública y privada. A través de estos ejes, el libro ofrece una clave para comprender por qué muchas personas superdotadas no solo se sienten diferentes, sino profundamente desubicadas en el tejido social que habitan.
1. El mundo exterior les parece un “planeta extraño”
Para muchos adultos con altas capacidades, el entorno social, profesional y emocional se percibe como un universo regido por normas, valores y prioridades que no comparten. Esta percepción no surge de un sentimiento de superioridad, sino de una diferencia estructural en su forma de pensar, sentir y procesar el mundo. Se sienten como observadores de una realidad ajena: los códigos de conducta, las conversaciones triviales, las rutinas, incluso las normas sociales tácitas, les resultan desconcertantes o arbitrarias. Viven con la sensación de no hablar el mismo idioma emocional e intelectual que quienes les rodean. Como si hubieran aterrizado en un planeta donde las lógicas dominantes no les incluyen, y eso provoca una constante fricción interior.
Este “extrañamiento” puede comenzar ya en la infancia, pero en la adultez toma formas más complejas: desajustes laborales, dificultades para encajar en grupos sociales, o una constante necesidad de retirarse a espacios de soledad para proteger su identidad. No se trata únicamente de no sentirse comprendidos, pues va más allá. En muchos casos, ni siquiera logran comprender por qué ciertas convenciones sociales resultan tan importantes para los demás. Esta vivencia puede derivar en una forma de autoexclusión o en la creación de universos paralelos internos —a veces, ricos en creatividad, pero también marcados por la nostalgia de pertenecer. Esta es una de las razones por las cuales muchos adultos superdotados buscan terapia o apoyo. No lo hacen para “resolver un problema”, sino para entender si el problema es realmente suyo o del mundo en el que se mueven.

2. El mundo exterior les resulta hostil y peligroso
La hostilidad percibida no es necesariamente fruto de una imaginación hipersensible, sino que suele apoyarse en experiencias vividas de incomprensión, exclusión o rechazo. Desde temprana edad, muchos adultos con altas capacidades han tenido que enfrentarse a burlas por “ser diferentes”, por destacar demasiado, por cuestionar lo establecido o por mostrar una intensidad emocional y cognitiva que desestabiliza a quienes les rodean. Esa acumulación de microagresiones o rechazos explícitos genera una actitud de vigilancia constante, pues interpretan muchas interacciones sociales como amenazas potenciales. El entorno, lejos de ser un espacio seguro, se convierte en un campo minado donde es necesario calcular cada paso para no resultar herido.
En la adultez, esta percepción de peligro puede intensificarse en ámbitos laborales o familiares. Se sienten observados, evaluados, cuestionados por su forma de pensar o por la velocidad con la que alcanzan conclusiones. A menudo, su brillantez genera celos o rechazo, incluso de forma inconsciente, lo que refuerza la idea de que mostrar su verdadera naturaleza implica ponerse en riesgo. Como respuesta, pueden adoptar conductas de camuflaje o retraimiento, sacrificando su autenticidad para ganar seguridad. Pero este sacrificio tiene un precio emocional elevado: ansiedad, baja autoestima, sensación de alienación. Monique de Kermadec insiste en que este miedo al rechazo no es neurótico, sino adaptativo, puesto que nace de la experiencia acumulada de haber sido herido por atreverse a ser uno mismo.

3. El mundo exterior les parece un lugar frívolo y superficial
Para el adulto superdotado, muchas de las interacciones sociales cotidianas resultan vacías, repetitivas o carentes de sentido. No se trata de elitismo intelectual, sino de una búsqueda genuina de profundidad: quieren hablar de ideas, explorar emociones auténticas, encontrar coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Cuando se enfrentan a conversaciones centradas en la apariencia, el consumo o las banalidades del día a día, sienten un profundo desencanto. Esta superficialidad no solo les aburre, sino que les hiere: es como si el mundo les ofreciera un menú emocional y mental demasiado pobre para su hambre de sentido.
Esta decepción puede derivar en una actitud cínica o distante hacia los rituales sociales, lo que alimenta aún más la desconexión con el entorno. En lugar de adaptarse, prefieren retirarse. Y si se adaptan, lo hacen a través de un personaje social —una especie de “yo ficticio” diseñado para sobrevivir en un mundo que no tolera la intensidad ni la autenticidad. Monique de Kermadec habla de esta máscara como un mecanismo de defensa: permite moverse por el mundo, pero aleja al superdotado de su propia verdad. A largo plazo, esta estrategia de supervivencia puede generar agotamiento emocional, soledad y una dolorosa sensación de impostura.
4. El mundo exterior le empuja a preguntarse sobre el sentido de la vida y de la muerte
Mientras otros evitan estas cuestiones, el adulto con altas capacidades se enfrenta a ellas de forma recurrente. Su lucidez, su capacidad para hacer conexiones profundas y su hipersensibilidad les llevan a plantearse, con frecuencia, por qué estamos aquí, qué significa vivir con autenticidad, cómo enfrentar la muerte o cómo reconciliarse con la fugacidad de la existencia. Estas preguntas no son existencialismos esporádicos, puesto que forman parte de su día a día y, muchas veces, no encuentran eco en quienes les rodean. Esta necesidad de sentido —a veces espiritual, a veces filosófica, a veces práctica— se convierte en una brújula vital.
En contextos sociales donde esas preguntas se consideran incómodas, inoportunas o incluso “negativas”, el adulto superdotado se ve obligado a reprimir su necesidad de profundidad. Esto genera una forma sutil de sufrimiento: el de no poder compartir sus verdaderas inquietudes. A menudo encuentran refugio en la lectura, la escritura, el arte o la ciencia como formas de buscar respuestas o al menos formular mejor las preguntas. Según Kermadec, esta dimensión existencial es uno de los núcleos más nobles —pero también más solitarios— de su personalidad. Es la chispa que les da vida, pero también el abismo que les separa del resto.

5. El mundo exterior se basa en una red de relaciones sociales complejas e hipócritas
El adulto superdotado percibe muchas relaciones sociales como artificiosas, basadas en la conveniencia, la simulación o la manipulación emocional. Le cuesta aceptar normas sociales que exigen no decir lo que se piensa, sonreír sin sentirlo o mantener relaciones basadas en la utilidad más que en la autenticidad. Esta hipocresía estructural de las interacciones cotidianas le parece insostenible. Le cuesta comprender cómo otras personas pueden tolerarla —o incluso disfrutarla— sin rebelarse. A menudo opta por vínculos más escasos pero más intensos, aunque eso suponga cierta soledad.
Además, su percepción aguda de las dinámicas sociales le hace detectar contradicciones, manipulaciones sutiles o jerarquías no explícitas que otros ignoran. Esto puede volverles críticos, incluso incómodos para su entorno. Monique de Kermadec señala que esta lucidez social se convierte en una trampa: ven demasiado, comprenden demasiado rápido y eso les impide participar con naturalidad en juegos sociales basados en el fingimiento. La consecuencia es que muchas veces sienten que sobran, que están fuera de lugar, o que necesitan replegarse a un círculo reducido donde se puedan permitir ser quienes son sin editarse. En lugar de integrarse en redes amplias y estratégicas, buscan tribus pequeñas, pero profundamente auténticas.
Y mucho más…
El efecto acumulativo de estas percepciones del mundo exterior tiene un impacto significativo en el bienestar emocional y social del adulto superdotado. La constante confrontación con un entorno que perciben como extraño, hostil, superficial e hipócrita, junto con la carga de sus propias preguntas existenciales, conduce a un “malestar característico”. Si este malestar no se aborda adecuadamente, puede derivar en “abatimiento, a una abulia o incluso a un comportamiento depresivo”. Con frecuencia, esta situación culmina en “fracaso afectivo, social y profesional“. La sensación persistente de incomprensión, la lucha por establecer conexiones significativas y la búsqueda constante de respuestas contribuyen de manera sustancial a su infelicidad.
Frente a estas dificultades, Monique de Kermadec enfatiza la importancia crucial del autoconocimiento para mejorar la calidad de vida. Comprender la propia personalidad y reconocer sus “riquezas” es esencial para evitar que su diferencia sea percibida como algo negativo y para dejar de buscar desesperadamente la integración a expensas de su autenticidad. El libro se presenta como una “guía esencial para alcanzar la felicidad aprendiendo a gestionar las particularidades que presentan las altas capacidades“. Entre las estrategias propuestas se incluye la escritura como herramienta para clarificar pensamientos y sentimientos, identificar lo que causa malestar y discernir lo que verdaderamente importa. El objetivo último es ayudar a los individuos superdotados a “construir su vida y hacer realidad sus proyectos,” al mismo tiempo que reconocen el “precio —a menudo desorbitado— que exige la integración”.
La relación constante entre la falta de autoconocimiento y el sufrimiento, y la recomendación de la autoexploración como solución principal para mejorar la calidad de vida, sugiere que la incapacidad del mundo exterior para comprender la superdotación se refleja en la incapacidad del individuo superdotado para comprenderse a sí mismo. La “complicación” que experimentan surge de esta doble incomprensión. El autoconocimiento actúa como un mecanismo crucial de validación interna, permitiendo al individuo reinterpretar su “diferencia” de una carga a una “riqueza”. Al comprender su singular arquitectura cognitiva y emocional, los adultos superdotados pueden trascender los mecanismos de afrontamiento reactivos (como el enmascaramiento o el mimetismo social) y adoptar estrategias proactivas que alineen su ser auténtico con sus interacciones y elecciones de vida. Este cambio de una integración externa a una congruencia interna se presenta como el camino hacia un bienestar genuino y la realización de su formidable potencial, incluso en un mundo que a menudo les resulta desafiante.
Referencias
- Kermadec, M., El adulto superdotado (Península, 2025)
Cortesía de Muy Interesante
Dejanos un comentario: