Peste negra, muerte negra, debacle de la humanidad o la pandemia más devastadora de la historia hasta nuestros días: distintas formas de denominar a la enfermedad que asoló Europa y Asia en el siglo XIV y que se calcula pudo llegar a provocar la muerte de alrededor de 200 millones de personas, un elevado porcentaje de la población de dichos continentes.
El origen geográfico…
Todavía hoy, siete siglos después, las incógnitas y controversias rodean a la pandemia por antonomasia, empezando por su origen geográfico y biológico. En cuanto al primero, existe un cierto consenso en afirmar que la peste apareció en la estepa asiática para después alcanzar Europa y el norte de África a través de las rutas comerciales, pero la realidad es que no se sabe con exactitud el lugar concreto desde el que comenzó su letal expansión.
Según el autor árabe Ibn al-Wardi, su procedencia se situaría en el ‘País de la oscuridad’, territorio del actual Uzbekistán. El historiador egipcio Muhammad al-Maqrizi sugirió su origen en Mongolia y el norte de China, en el desierto de Gobi, entre 1341 y 1342, lo que concordaría con la ascendencia china que Lien-Tê Wu le atribuyó siglos después. Otras hipótesis hablan de la aparición de la muerte negra en los territorios que hoy se corresponden con Yemen, Kenia y Uganda.
En lo que sí hay más unanimidad es en situar el enclave genovés de Caffa (actual Feodosia, en la península de Crimea) como punto neurálgico de la propagación de la enfermedad, debido fundamentalmente a dos factores. Por una parte, las crónicas de la época relatan que la colonia se hallaba asediada por hordas mongolas que lanzaban con catapultas cadáveres infectados con el objetivo de sembrar el terror, propagar la plaga y acelerar la caída de la urbe, en lo que habría sido uno de los primeros usos de armas biológicas para la guerra. Por otro lado, existen relatos más focalizados en la parte científica de la pandemia que sostienen que la peste negra penetró a través de las ratas infectadas que viajaban con los ejércitos invasores.

Lo cierto es que, cuando los mercaderes genoveses tuvieron conocimiento de la epidemia, huyeron en barcos hacia Italia –barcos en los que viajaba la enfermedad–, desde donde se esparció al resto del continente. La peste salió de Caffa en octubre de 1347 y llegó a Mesina a finales de dicho año. Desde la estepa asiática, por tanto, se habría extendido hacia el sur y hacia el oeste, habría descendido sobre China e India, se habría trasladado hacia Persia y Crimea y de allí, finalmente, habría asolado el mundo mediterráneo: Francia, España, Inglaterra, Alemania, Hungría y el norte de África.
… Y el origen biológico
Tampoco existe un acuerdo generalizado sobre el agente infeccioso que provocó la dolencia. Historiadores, médicos, veterinarios, químicos y biólogos proponen distintas teorías sobre su origen biológico. Por supuesto, en un primer momento, en pleno siglo XIV, no faltaron hipótesis acerca de una causa astrológica –una conjunción maligna de planetas, eclipses o cometas– e incluso geológica –el producto de erupciones volcánicas y movimientos sísmicos que liberaban gases y efluvios tóxicos–.

Actualmente, ha adquirido mayor solidez la teoría de la bacteria Yersinia pestis, que afectaba a las pulgas que colonizaban las ratas, animal muy común en la Edad Media. La población, bien picada por las pulgas infectadas, bien mordida por las ratas, habría acabado por contagiarse masivamente.
La Yersinia pestis fue descubierta por el científico Alexandre Yersin en 1894. Ese año, el gobierno francés lo envió a Hong Kong a estudiar una epidemia que estaba matando al 80% de los chinos que la padecían. Al examinar a los afectados, Yersin comprobó que presentaban un bacilo que les hacía desarrollar una sintomatología similar a la de la peste; en concreto, desarrollaban un bubón (inflamación de los ganglios) de color oscuro característico de las personas fallecidas en la gran pandemia. Esta bacteria (nombrada finalmente en el siglo XX Yersinia pestis en su honor) sería el vehículo común entre ambas epidemias.

Este argumento quedó reforzado en 2011 cuando científicos europeos consiguieron localizar la Yersinia pestis en restos de muertos en esa pandemia –exhumados en un cementerio inglés– y secuenciar su ADN.
En cuanto a las tesis que asimilaban la peste negra a la bubónica, por los bubones que ambas generaban, el biólogo, zoólogo y experto en ratas Graham Twigg afirmó que la segunda no pudo ser una modalidad de la primera, pues la bubónica se desplazaba mucho más lentamente y con menor capacidad de contagio, además de ser casi tropical y necesitar temperaturas superiores a las de los inviernos europeos.
La enfermedad
La peste negra habría sido entonces una zoonosis, es decir, una enfermedad que pasa de los animales a los seres humanos. El contagio resultó fácil porque ratas y humanos convivían en graneros, molinos, casas, barcos, etc., y las circunstancias políticas y socioeconómicas contemporáneas constituían un caldo de cultivo favorable: la Guerra de los Cien Años provocaba el movimiento de soldados en barcos, transporte habitual para las ratas, y el campo europeo, que debía alimentar a 80 millones de personas, se hallaba agotado, lo que provocaba el debilitamiento de la ciudadanía.

La masificación en las ciudades, las pésimas condiciones higiénicas y la falta de avances médicos notorios hicieron el resto, junto a otra circunstancia clave en la expansión de la pandemia: su largo período de incubación y trasmisión. Tanto estudios de la época como investigaciones posteriores llegaron a la conclusión de que la afección tardaba unos 39 o 40 días en aparecer, con un período de incubación no contagioso de entre 10 y12 días al que seguiría una latencia asintomática pero contagiosa de unos 20 a 22 días, tras los cuales daba la cara y podía llegar a matar en horas.
Su sintomatología era devastadora: fiebre elevada, tos, esputos sanguinolentos, sangrado por la nariz y otros orificios, sed extrema, oscuras manchas en la piel –bubones– debidas a pequeñas hemorragias cutáneas y a la inflamación de los ganglios linfáticos, sobre todo en ingles, axilas y cuello, gangrena en la punta de las extremidades y un olor pestilente.
Las cifras de la muerte
El pico máximo de la pandemia se alcanzó entre 1347 y 1348, alargándose la primera oleada hasta 1353 y con brotes posteriores menos letales, pero recurrentes. Con las técnicas actuales se calcula que, en todo su desarrollo, pudieron llegar a morir entre 80 y 200 millones de personas, aunque estudiosos como Ole J. Benedictow reconocen lo poco preciso de las cifras por la falta de censos en la época.
No obstante, sobre la base de esos pocos recuentos de población, ha podido calcularse que en España y Portugal, por ejemplo, pudieron morir alrededor de cuatro millones de personas. La Iglesia de Inglaterra, que censaba a sus miembros, perdió casi un 70% de la comunidad. La Toscana, que contaba con estadísticas poblacionales por su mayor desarrollo económico, perdió entre el 50 y el 60% de la población; Florencia, Bolonia, Siena vieron reducidos sus habitantes dramáticamente. En Alemania, una de cada diez personas habría muerto; y entre Asia y África, de 40 a 60 millones.
Consecuencias de todo tipo
Las consecuencias de la pandemia que cambió el curso de la historia no se hicieron esperar: socialmente, se acusó a los judíos de ser sus propagadores, lo que generó una encarnizada persecución antisemita. Por la parte económica, la falta de mano de obra provocó la caída de la producción agraria, generándose una fuerte emigración del campo a la ciudad.

En positivo, por contra, la escasez de trabajadores elevó notablemente los salarios; las ciudades recuperaron su dinamismo; en el campo, los campesinos más pobres pudieron acceder a tierras abandonadas; y la creatividad y la innovación que suelen aparecer en los momentos adversos se aceleraron, dando inicio al Renacimiento en Europa.
Otras epidemias devastadoras
Como pandemia, la peste negra se dio por erradicada a finales del siglo XV, en torno a 1490. Ninguna otra epidemia posterior ha tenido su virulencia, aunque sí las ha habido que han diezmado la población y la economía notablemente y con las que la muerte negra comparte rasgos. Entre ellas se cuentan la viruela, la gripe española, la gripe asiática o la COVID-19 que recientemente hemos padecido.
La viruela, el llamado virus variola, había existido en la Europa medieval de forma controlada. Sin embargo, en la conquista del Nuevo Mundo (siglo XVI) se expandió masivamente. La invasión de las poblaciones indígenas llevó aparejado el contagio de esta enfermedad, para la que sus sistemas inmunes no estaban preparados. La viruela, que llegó en el año 1520, fue la primera epidemia que sufrió el continente americano. Ya en el siglo XVIII, y en Europa, se cree que causó la muerte de 60 millones de personas, y a lo largo del siglo XX acabó con la vida de unos 300 millones. Al igual que la peste, era extremadamente contagiosa.

Por su parte, la llamada gripe española apareció en los últimos meses de la Primera Guerra Mundial, en marzo de 1918, en un hospital de Estados Unidos. Se trató de una virulenta modalidad del virus de la gripe que se extendió por todo el mundo al mismo tiempo que las tropas se diseminaban por los frentes europeos.
Se estima que la tasa global de mortalidad fue de entre el 10 y el 20% de los infectados, muy alta, llegando a fallecer, en todo el mundo, entre 20 y 50 millones de personas. Su nombre se debió a que España se mantuvo neutral en la Gran Guerra y, por ello, era el único país en el que se informaba sin censura sobre la pandemia.

La llamada gripe asiática, registrada por primera vez en la península de Yunán (China) en 1957, se propagó por todo el mundo en menos de un año. A pesar de los avances médicos y las vacunas, esta pandemia registró alrededor de dos millones de muertos en todo el planeta. Solo diez años después apareció la llamada gripe de Hong Kong, otra variación del virus de la gripe que se extendió por todo el mundo con un esquema de contagio muy parecido al de la asiática, causando otro millón de muertos.
Hasta el 11 de marzo de 2020, otras epidemias con menor mortandad como el SARS, el ébola, el VIH, la gripe A o la gripe común nos habían golpeado en distintos momentos y diversas localizaciones geográficas. Ese día, la COVID-19 fue declarada pandemia mundial por la Organización Mundial de la Salud y abrió una nueva página de la historia que nos devuelve a un escenario que creíamos superado: el de tener que convivir con un virus letal y planetario.
Cortesía de Muy Interesante
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