En 1347, una enfermedad terrible y hasta aquel momento desconocida se propagó por Europa y en pocos años sembró la muerte por todo el continente. La temible plaga procedente de Asia se extendió en poco tiempo ayudada por la mala alimentación, las pésimas condiciones higiénicas y los rudimentarios conocimientos médicos de la época. Desde entonces, la denominada peste o muerte negra fue una inseparable compañera de viaje de la población europea hasta su última manifestación, ya en el siglo XVIII.
La enfermedad alcanzaba a todos, pobres y ricos, mendigos y nobles, campesinos y reyes. Y porque afectaba a todos tuvo tanto eco en las exageradas y hasta apocalípticas fuentes escritas de la época. Por ejemplo, en El Decamerón (1353), Giovanni Boccaccio escribe: “¡Cuántos ilustres hombres, cuántas bellas damas, cuántos apuestos jóvenes a los que el propio Galeno, Hipócrates o Esculapio les habrían considerado sanísimos, comieron por la mañana con sus parientes, compañeros y amigos y luego, al llegar la tarde, cenaron con sus antepasados en el otro mundo!”.
Queda clara, pues, la igualdad con la que atacaba el mortífero bacilo, sin atender a condición social, poder económico, edad ni sexo. Así, no faltan ejemplos en el medievo europeo de personajes de sangre real que perecieron a consecuencia de la que fue, sin duda, la enfermedad más temida de la época.
La peste negra llegó a la península ibérica en la primera mitad del siglo, en torno al año 1347 o 1348, y tuvo diferentes puntos de entrada: la zona oriental de los Pirineos, los puertos del Levante y el estrecho de Gibraltar. No obstante, antes de que se expandiera en toda su crudeza la gran epidemia europea de finales de la Edad Media, hubo un rey que, según las escasas crónicas de la época, pudo ser víctima de esta enfermedad. Al monarca aragonés Alfonso III el Liberal la muerte le sorprendió en 1291 en medio de los preparativos de su boda con Leonor, hija de Eduardo I de Inglaterra y Leonor de Castilla.

Según dichas fuentes, le salió una protuberancia en el muslo acompañada de fiebre, lo que para muchos estudiosos es evidencia de que murió de peste bubónica (aunque, para otros, habría sufrido un infarto glandular). En cualquier caso, la enfermedad se lo llevó en solo tres días y el fatal desenlace desbarató la alianza con Inglaterra, pues, aunque el matrimonio se había celebrado por poderes el 15 de agosto de 1290 en la abadía de Westminster, no llegó a consumarse: Alfonso murió cuando se estaban preparando los festejos en Barcelona para recibir a la infanta, que ni siquiera había salido de Inglaterra.
Quien, sin ningún tipo de dudas, murió presa de la peste negra fue Alfonso XI de Castilla. Para muchos es el único monarca de toda Europa que falleció víctima de esta enfermedad. Ocurrió en Gibraltar el 27 de marzo de 1350, cuando tenía 38 años y mientras cercaba la plaza –ocupada por los musulmanes– con el ejército de Castilla.

Alfonso XI, el Justiciero
Este rey, nacido en Salamanca en agosto de 1311 y apodado el Justiciero, era bisnieto de Alfonso X el Sabio. Hijo de Fernando IV de Castilla y de Constanza de Portugal, Alfonso XI heredó el trono con solo un año, pero no reinó hasta que se decretó su mayoría de edad en 1325.
Durante su reinado, consiguió llevar los límites de los territorios cristianos hasta el estrecho de Gibraltar tras la importante victoria en la batalla del Salado (1340), la toma de Alcalá la Real (1341) y la conquista del reino de Algeciras (1344). Pero para Alfonso XI ganar Algeciras sin Gibraltar era una victoria a medias, por lo que en 1349 inició la reconquista del istmo. No lo consiguió, porque siete meses de bloqueo no dieron los resultados esperados –los musulmanes de Gibraltar eran bien abastecidos a través del Estrecho– y por la llegada al campamento castellano, asentado en terrenos de lo que más tarde sería La Línea de la Concepción, de una epidemia de peste que venía asolando Europa desde hacía dos años y que frustró definitivamente la conquista.

El rey ya había vivido indirectamente las consecuencias de la peste con la muerte en 1348 de Juana de Inglaterra, la prometida de su hijo legítimo, Pedro I el Cruel. Hija de Eduardo III, murió en Burdeos (Francia) de dicho mal cuando iba camino de Castilla para casarse.
Por temor a la enfermedad, los consejeros reales, los numerosos hijos bastardos del rey y los grandes maestres de las órdenes militares aconsejaron a Alfonso que levantara el sitio. Incluso su amante, Leonor de Guzmán, intentó convencerlo. Leonor lo acompañaba en la campaña porque Alfonso XI, tras apartar a su esposa María de Portugal de la corte, eligió vivir con su amante abiertamente. No solo no la ocultó, sino que incluso se cree que la inmortalizó en una cantiga de amor que se le atribuye. Tuvieron diez hijos, entre ellos el rey Enrique II de Castilla, fundador de la Casa de Trastámara, común a las coronas de Castilla y Aragón hasta los Reyes Católicos.
Todos los ruegos fueron inútiles. Alfonso, convencido de que Gibraltar estaba a punto de rendirse, hizo oídos sordos y se negó a retroceder; solo la muerte lo detuvo. El rey de Castilla falleció de peste el Viernes Santo de 1350, cuando estaba muy cerca de recobrar toda la península para la cristiandad. Su cadáver fue llevado a Jerez de la Frontera, donde fue embalsamado (y sus intestinos, enterrados en la capilla del Real Alcázar). Posteriormente sería trasladado a Sevilla y en 1371, cumpliendo su última voluntad, a la capilla real de la catedral de Córdoba, donde permaneció durante más de trescientos años, junto a su padre Fernando IV. En la actualidad, los restos mortales de ambos monarcas reposan en la iglesia de San Hipólito de Córdoba.
Mujeres lloradas
Otro protagonista del asedio a Gribraltar, Pedro IV de Aragón, llamado el Ceremonioso o el del Punyalet, vivió de cerca las consecuencias de la peste bubónica. El rey aragonés, que ayudó a Alfonso XI en la conquista de Algeciras y en el intento de tomar el Estrecho, perdió en seis meses de 1348 a su segunda esposa, Leonor de Portugal, con la que se había casado en 1347, a su hija y a su sobrina.

También murió a causa de la peste Bona de Luxemburgo (1315-1349), la esposa del futuro rey Juan II de Francia, justo un año antes de que este fuera coronado. Lo mismo que Juana II de Navarra, fallecida en 1349 en el Castillo de Bréval, cerca de París, veinte años después de que ella y su marido Felipe de Évreux ascendieran al trono navarro. Nacida en 1311 en Francia, allí se retiró tras la muerte de su marido y ya nunca regresaría a Navarra, aunque siguió siendo monarca y atendiendo los asuntos del reino por correspondencia hasta su muerte por la epidemia.
La peste saltó a la costa sur de Inglaterra en el verano de 1348. Como ya se dijo, Juana de Inglaterra murió de peste negra ese año, camino de Castilla, pero además su madre Felipa de Hainault, esposa de Eduardo III y madre de Juan de Gante, moriría del mismo mal en 1369, como le había sucedido un año antes a su nuera Blanca de Lancaster (1342- 1368). La primera esposa de Juan de Gante, madre del rey Enrique IV y abuela de Enrique V de Inglaterra, murió en el castillo de Tutbury, Staffordshire, el 12 de septiembre de 1368, mientras su esposo estaba en el extranjero. Su funeral en la catedral de San Pablo, en Londres, fue precedida por un magnífico cortejo al que asistieron la mayor parte de la alta nobleza y el clero.
En 1415, su hija primogénita, Felipa de Lancaster, reina consorte de Juan I de Portugal, también cayó víctima de la peste negra. A principios de ese año la pandemia había llegado a Lisboa y Oporto, por lo que la corte portuguesa se trasladó a Sacavém. El esposo y los hijos de Felipa estaban inmersos en la toma de Ceuta y la reina, entregada espiritualmente a esa empresa, realizaba largos y frecuentes ayunos, oraciones y vigilias que la debilitaron. La peste llegó a Sacavém, por la constante entrada y salida de mensajeros, y en julio la reina ya se encontraba enferma. Murió el día 19 y sus restos fueron trasladados por orden de su marido al convento de Santa Maria da Vitória, que albergaría las tumbas de otros miembros de la casa de Avís, entre ellos su esposo y algunos de sus hijos.

Asimismo, en un posterior rebrote de la peste en tierras inglesas moriría Ana de Bohemia. Miembro de la Casa de Luxemburgo e hija mayor de Carlos IV, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Bohemia, fue reina de Inglaterra como primera esposa de Ricardo II y murió a los 28 años, después de 12 de matrimonio. Fue un golpe devastador para Ricardo, cuya posterior conducta imprudente le hizo perder el trono.
Otras pestes, otras víctimas ilustres
Como ya se ha visto, después de la gran pandemia que asoló Europa entre 1347 y 1352, las plagas regresaron regularmente. El boticario, astrólogo y supuesto adivino Nostradamus (Michel de Nôtre- Dame) vivió en tiempos de pestes reiteradas y en una de ellas, la de 1537, perdió a su primera esposa y a sus dos hijos.

Por su parte, el gran William Shakespeare vio morir en 1596 a Hamnet, su único hijo varón con Anne Hathaway, probablemente de peste. Tenía 11 años y algunos estudiosos especulan sobre la relación entre Hamnet y la obra posterior de su padre, Hamlet, y sobre otras posibles conexiones entre la muerte del niño y El rey Juan, Romeo y Julieta, Julio César o Noche de Reyes.
En el año 1575, cuando la peste negra asolaba la ciudad de Venecia, Tiziano Vecellio pintó La Piedad para la iglesia de los Frari (para decorar su sepultura, aunque finalmente no le acompañó a la tumba). Tiziano, que rondaba los 90 años, y su hijo Horacio aparecen retratados en actitud de plegaria, a manera de exvoto, ante una Virgen que sostiene a su hijo muerto. El gran maestro renacentista murió en agosto de 1576 –dejando La Piedad inacabada– e inmediatamente le siguió su hijo Horacio por el mismo brote epidémico. El Senado veneciano derogó una severa medida que obligaba a incinerar los cadáveres de las víctimas de la peste y permitió que sus restos recibieran sepultura en la iglesia de los Frari.

50 años después, en 1626, el genio barroco de la escuela flamenca Peter Paul Rubens perdió a su primera mujer, Isabella Brant – de la que hizo numerosos retratos–, por culpa de la peste. Y otro grande, Rembrandt, sufrió el dolor de la muerte por esta enfermedad de su amante Hendrickje. La joven de Retrato de Hendrickje Stoffels (1654) estuvo ligada sentimentalmente al pintor neerlandés en sus últimos tiempos, hasta que en 1663 un barco procedente de Argel llevó la peste a Ámsterdam y ella fue una de sus víctimas. Su pérdida impulsó la tragedia y la angustia que se pueden observar en los últimos autorretratos de Rembrandt.
Algunos de los más famosos artistas españoles del siglo XVII, como Zurbarán hijo o Martínez Montañés, perecieron a causa de su fatal contagio en la peste que asoló Sevilla en 1649. Más tarde, en 1695, la escritora y religiosa sor Juana Inés de la Cruz contrajo la peste en México mientras atendía a otras monjas en el convento de San Jerónimo, donde vivía. La enfermedad se la llevó a los 46 años.
Otra epidemia, esta vez de cólera pero igualmente letal, diezmó la población europea en la década de 1830, dejando varias víctimas notables. Una de ellas fue Jean-François Champollion, padre de la egiptología y estudioso que acompañó a Napoleón en su expedición militar, colonizadora y científica a Egipto y que logró descifrar la escritura jeroglífica. Contrajo el cólera en París en marzo de 1832 y murió con solo 41 años de edad. Un año antes había fallecido del mismo mal en Berlín el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel. También la muerte del célebre compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovski en San Petersburgo, el 6 de noviembre de 1893, es atribuida a la epidemia de cólera que vivía esa ciudad. Se cree que el artista bebió deliberadamente agua contaminada para provocarse la muerte.

Ya en el siglo XX, llegó la mal llamada gripe española, que atacó, aunque no mató, al rey de España, Alfonso XIII, al primer ministro británico, David Lloyd George, al presidente estadounidense, Woodrow Wilson, y al káiser alemán, Guillermo II; es decir, a los grandes protagonistas de la política mundial de la época. Además, Edvard Munch, autor del famoso cuadro El grito, estuvo afectado por la pandemia de 1918 (se pintó a sí mismo convaleciente), que también nos arrebató a otro genio, Gustav Klimt, y a dos consagrados escritores franceses: el poeta Guillaume Apollinaire y el autor de Cyrano de Bergerac, Edmond Rostand.
Cortesía de Muy Interesante
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