La luna fue, para los antiguos egipcios, mucho más que un astro cambiante que surcaba el cielo nocturno. Desde el Reino antiguo hasta los períodos ptolemaico y romano, su presencia impregnó los discursos religiosos, las prácticas funerarias, las fórmulas mágicas y las reflexiones astronómicas. Los egipcios no solo observaron los ciclos lunares con atención, sino que desarrollaron complejas conceptualizaciones que abarcaban lo astronómico, lo mitológico y lo político.
El conocimiento astronómico
Los antiguos egipcios poseían un profundo conocimiento de la luna, obtenido a través de la observación empírica. Sabían que el ciclo lunar duraba unos 29,5 días y que daba inició con la luna nueva, pasando por su creciente, plenilunio y menguante, hasta desaparecer de nuevo. Observaban con atención tanto el primer como el último creciente visible—dos eventos cruciales que marcaban el inicio y fin del mes lunar.
Los egipcios también registraron los eclipses lunares, que, como en el caso de los antiguos mesopotámicos, también interpretaron en clave simbólica y ominosa. El oscurecimiento temporal del astro se entendía como una señal desfavorable, más que como un mero evento natural.
La luna como cuerpo celeste animado
En el Egipto faraónico se desarrollaron una amplia gama de metáforas para explicar la naturaleza cambiante de la luna. En general, en la culturas antiguas los cuerpos celestes se representaron a partir de las comparaciones y similitues con entidades familiares y tangibles, ya fuesen niños, animales, ojos o extremidades humanas. Así, los egipcios representaron el astro como un ojo herido (el ojo izquierdo de Horus), un niño que crece, un toro poderoso o incluso como una pierna o un brazo.
Cada una de estas metáforas expresaba una idea concreta. La luna vista como un ojo expresaba los ciclos de enfermedad y curación. Presentada como un niño, evocaba el nacimiento, el crecimiento, la vejez y la renovación. Vista como un toro, sugería fuerza y fertilidad. Esta pluralidad de imágenes coexistía y se interrelacionaba en la cosmovisión egipcia.
Representaciones visuales y simbólicas
Desde el Reino nuevo, la luna comenzó a representarse de forma explícita como un disco sobre una media luna, a menudo con el wedjat (el ojo completo de Horus) inscrito en su interior. Esta iconografía distinguía claramente al astro lunar del solar, que se representaba como un disco sin el creciente asociado.
En templos como Dendera o Esna, se representaron procesiones de catorce divinidades simbolizando el crecimiento de la luna día a día. En otros casos, los ciclos completos se evocaban a través de secuencias iconográficas más abstractas. La frecuencia y ubicación de estas imágenes—que solían posicionarse en los dinteles y los techos del lado norte de los templos, tradicionalmente asociado a la noche—revelan que los templos se concebían como un microcosmos, reflejos del orden celeste.

Luz, oscuridad y miedo a la noche
Para una civilización que carecía de grandes sistemas de iluminación artificial, el resplandor lunar era una bendición tangible frente a los terrores de la oscuridad. Las noches sin luna eran sinónimo de caos, invisibilidad y desorientación. No sorprende, por tanto, que la presencia de la luna se celebrase como “luz nocturna”, “esplendorosa” o “radiante”, atributos que la acercaban simbólicamente al sol y le otorgaban una función sustitutiva durante la noche.
El momento en que la luna y el sol se cruzaban en el cielo, sobre todo durante el plenilunio, simbolizaba la continuidad del ciclo cósmico y la alternancia ordenada del día y la noche, expresión directa del maat, el orden universal.

La luna como reflejo del ciclo vital
Entre las metáforas más potentes destaca la que identificaba la luna con un niño recién nacido. Su reaparición como creciente tras el período de invisibilidad se percibía como una auténtica renovación de la vida. En el momento del plenilunio, alcanzaba su madurez, mientras que, con el menguante, envejecía. No obstante, a diferencia de los humanos, el astro no moría, sino que rejuvenecía de manera cíclica. Por ello, la luna se vincula con los textos funerarios desde el Reino antiguo y con el dios Osiris, paradigma de la regeneración.
La luna y el mito
Los mitos egipcios también integraron a la luna en las narraciones sobre los conflictos, la muerte y la renovación. El más conocido involucra al ojo de Horus dañado por Seth y restaurado por Thoth, símbolo de la integridad recuperada. Otra variante sugiere que la luna nació del semen de Horus que Seth ingirió y que emergió desde su cabeza en forma de disco dorado.
La conexión con Osiris también resulta central. La luna representa su cuerpo fragmentado y reconstruido, una imagen que refleja la oscilación entre la invisibilidad y la plenitud del satélite. Este paralelismo reforzaba el carácter cíclico de la existencia y legitimaba las esperanzas de vida eterna.
Representaciones animales de la luna
Aunque visualmente más escasas, las representaciones lunares zoomorfas abundan en los textos. El toro lunar, a menudo descrito como “resplandeciente” o “ardiente”, simbolizaba la fertilidad y el poder sexual vinculado con la luna llena. Durante el menguante, el astro podía adoptar la forma de un buey castrado, aludiendo a su decreciente energía. Otras formas animales la equiparaban al ibis y al babuino, asociados al dios Thoth, protector del conocimiento lunar.

Función política y religiosa
A nivel simbólico, la luna se entendió como un gobernante nocturno, equivalente y, a la vez, subordinado del sol. A través de su luz, regulaba el tiempo, dominaba el cielo y reflejaba el ideal de un poder legítimo que renueva el orden cósmico. Durante el plenilunio, se la describía como “el segundo del sol” o su “hijo”. De este modo, se reproducía en el cielo la estructura jerárquica de la sociedad egipcia.
Faraones como Amenhotep III y Ramsés II se identificaron con la luna para reforzar su autoridad divina, sobre todo en los contextos de sucesión o restauración del orden. En el caso de Tutankamón, los símbolos lunares en su tumba señalan una vuelta a la cosmovisión tradicional tras el interludio solarista de Amarna.
Medición del tiempo y maat
En los textos egipcios, la luna no solo regulaba los meses, sino también todas las unidades de tiempo: las horas, los días y los años, aunque estos últimos estaban más asociadas al sol. El número 30, símbolo del ciclo lunar ideal, reflejaba el deseo de precisión y regularidad. Esta regularidad —que contrastaba con la incertidumbre del mundo humano— garantizaba la permanencia del cosmos y era una manifestación directa de maat, el principio de equilibrio universal.
El faraón tenía la responsabilidad de preservar este orden y, para ello, debía conocer y actuar en consonancia con los ciclos celestes. De esta manera, el curso correcto de la luna se interpretaba como un aval del poder legítimo y una garantía de estabilidad para el mundo.
Un pilar del cielo
En los períodos tardíos, la luna recibió el epíteto de “pilar jubiloso”, quizáas como metáfora arquitectónica del firmamento o como representación de los rayos de luz que se reflejaban sobre el Nilo. En esta imagen, el astro aparecía no solo como fuente de luz, sino como sustento del orden cósmico.
La luna, para los antiguos egipcios, fue símbolo de renovación, orden, legitimidad y trascendencia. Su rica simbología revela no solo una comprensión empírica del firmamento, sino una visión del mundo en la que lo astronómico, lo humano y lo divino se entrelazaban de forma indisoluble.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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