En la costa oriental de la bahía de Hudson, en el norte de Quebec, Canadá, un paisaje rocoso aparentemente anodino está revolucionando lo que creíamos saber sobre los primeros días del planeta Tierra. Allí, en el llamado cinturón de rocas verdes de Nuvvuagittuq, un equipo de geólogos ha encontrado algo extraordinario: fragmentos de corteza terrestre que podrían tener más de 4.160 millones de años. Si se confirma, serían las rocas más antiguas conocidas hasta ahora, una reliquia física de la Tierra primitiva, anterior incluso a los primeros continentes.
Este hallazgo podría ofrecer algo más que un récord geocronológico: una ventana directa al eón Hádico, ese periodo infernal de los primeros 600 millones de años de existencia del planeta, donde la Tierra era una bola ardiente plagada de impactos de meteoritos, actividad volcánica extrema y condiciones que rozaban lo apocalíptico.
Un fósil de magma en plena superficie
Estas rocas no son cualquier tipo de piedra. Se trata de intrusiones de magma —fragmentos que alguna vez fluyeron desde el manto hacia la corteza— ahora fosilizados, y que quedaron atrapados en una matriz aún más antigua de basalto oceánico. A través de sofisticadas técnicas de datación radiométrica, los investigadores lograron establecer su edad con una precisión inusitada. Al analizar dos tipos de desintegración de samario a neodimio, ambos sistemas ofrecieron el mismo resultado: 4.160 millones de años.
Ese acuerdo entre métodos, tras décadas de debate, otorga a este estudio una credibilidad sin precedentes. Hasta ahora, la datación de rocas tan antiguas estaba plagada de controversias, principalmente por la ausencia de zirconios —el “reloj” mineral preferido de los geólogos— en estas formaciones. Pero estas rocas, que nacieron en el fondo del mar, nunca contenían suficiente silicio como para generar zirconios. Por eso se necesitaba un enfoque alternativo y más arriesgado. Y esta vez, parece que ha funcionado.

Durante mucho tiempo, los científicos pensaban que no quedaba nada de la superficie original de la Tierra. El planeta ha estado tan agitado por el tectonismo, las colisiones cósmicas y la erosión, que los primeros capítulos de su historia parecían irremediablemente perdidos. Por eso, el descubrimiento de una formación que sobrevive desde aquellos días primordiales representa una oportunidad única.
La región de Nuvvuagittuq ya era conocida por sus rocas de más de 3.800 millones de años. Pero esta nueva evidencia lleva el reloj aún más atrás, posiblemente hasta apenas 400 millones de años después de que el planeta se formara. Para entender la magnitud del descubrimiento, basta con considerar que, en ese momento, la Luna acababa de surgir tras el violento impacto de un protoplaneta llamado Theia. La Tierra estaba cubierta por un océano global de magma, y sólo comenzaban a emerger las primeras islas de roca sólida. En esas condiciones, la existencia de rocas que hayan resistido tanto tiempo es casi milagrosa.
¿Las primeras huellas de vida?
Más allá de su antigüedad, estas rocas podrían tener implicaciones aún más trascendentales: podrían contener indicios de los primeros océanos, de la atmósfera primitiva e incluso —aunque aún es pronto para afirmarlo— de los orígenes de la vida. Algunas formaciones adyacentes en la misma zona han mostrado características químicas que podrían vincularse con procesos biológicos antiguos: estructuras sedimentarias, filamentos y tubos que recuerdan a microfósiles bacterianos.
Si estos rastros se confirman, estaríamos ante un escenario fascinante: una Tierra aún en formación, con océanos que comienzan a condensarse, atmósferas inestables ricas en dióxido de carbono y nitrógeno, y ya quizás —en medio de ese caos— las primeras reacciones químicas capaces de replicarse, de evolucionar, de dar paso a lo que hoy llamamos vida.

En cualquier caso, el simple hecho de que estas rocas puedan ofrecernos una imagen tangible de ese periodo nos permite comenzar a reconstruir una etapa de la historia geológica que hasta ahora era casi completamente teórica.
Eso sí, como ocurre con todo descubrimiento revolucionario, no faltan las voces escépticas. Algunos expertos siguen cuestionando si las fechas obtenidas reflejan realmente el momento de formación de las rocas o si, por el contrario, son el resultado de alteraciones posteriores. En estos contextos, es muy fácil que un solo cristal rehecho durante un episodio tectónico posterior pueda “resetear” el reloj isotópico. Y cuando hablamos de edades de más de 4.000 millones de años, cualquier pequeña alteración en la muestra puede provocar enormes diferencias.
Sin embargo, la solidez metodológica de este último estudio —al basarse en intrusiones bien delimitadas y utilizar dos sistemas de datación independientes— ha convencido incluso a varios críticos históricos. Aunque todavía queda trabajo por hacer, la comunidad científica comienza a aceptar que al menos parte del cinturón Nuvvuagittuq pertenece realmente al Hadeico.
Más allá de la Tierra
Este descubrimiento también tiene ramificaciones cósmicas. Si la vida en la Tierra pudo haber comenzado apenas unos cientos de millones de años después de la formación del planeta, eso sugiere que la vida puede surgir rápidamente cuando las condiciones son favorables. Y eso, por extensión, da un impulso al optimismo de los astrobiólogos que buscan vida en Marte, en las lunas heladas de Júpiter o incluso en exoplanetas lejanos.
Los secretos que guarda este cinturón rocoso en Canadá pueden ayudarnos no solo a entender nuestros orígenes, sino también a buscar pistas de vida en otros mundos. Porque entender cómo se formó la Tierra —y cómo apareció la vida en ella— es también entender qué debemos buscar en otros planetas para saber si están o estuvieron alguna vez habitados.
Referencias
- Sole C, O’Neil J, Rizo H, Paquette JL, Benn D, Plakholm J. Evidence for Hadean mafic intrusions in the Nuvvuagittuq Greenstone Belt, Canada. Science. 2025;388(6754):1431-1435. doi:10.1126/science.ads8461
Cortesía de Muy Interesante
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