Mackinac, la isla estadounidense donde los autos están prohibidos desde hace más de un siglo y “el caballo es el rey”

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    • Autor, Stephen Starr
    • Título del autor, BBC Travel*

Michigan, Estados Unidos, es la cuna de la “ciudad del motor” de Detroit, donde nacieron empresas como Ford, General Motors y Chrysler, y que se conoce a menudo como “la capital mundial del automóvil”. Pero frente a la costa septentrional del estado, en el lago Hurón, hay una isla serena y pintoresca que lleva cientos de años atrayendo a los viajeros, y que ha prohibido los coches prácticamente desde que se inventaron.

Bienvenido a Mackinac: una isla de 3,8 km2 donde viven 600 personas todo el año, no hay vehículos motorizados y cuenta con la única carretera estadounidense donde no está permitido conducir. Incluso los carritos de golf están prohibidos en sus calles, así que lo más probable es que si oyes un bocinazo o un chillido, sea de uno de los gansos o búhos de la isla.

Como dice Urvana Tracey Morse, propietaria de una tienda de artesanías en la calle principal, “aquí el caballo es el rey”.

Según la tradición local, cuando en 1898 un coche petardeó y asustó a los caballos cercanos, las autoridades del pueblo prohibieron los motores de combustión interna, y la medida se extendió al resto de la isla dos años después. Desde entonces, los lugareños se han aferrado a este tranquilo modo de vida.

Más de un siglo después, unos 600 caballos hacen que todo funcione, desde el invierno hasta el verano, cuando aproximadamente 1,2 millones de personas se embarcan en un transbordador de 20 minutos desde Mackinaw City o St Ignace, en la Alta Península de Michigan, y llegan al pequeño pueblo (también llamado Isla Mackinac), en el extremo sur de la isla.

Allí, los visitantes compran el famoso caramelo del pueblo, exploran sus 110 km de senderos y se empapan de los sonidos de una época más sencilla.

Mackinac.

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“Los caballos se utilizan en todo, desde la retirada de basura hasta las entregas de FedEx”, dice Morse, que ha estado vendiendo arte, joyas y otras mercancías después de visitar la isla por primera vez como estudiante universitario en 1990.

“Así ha sido nuestro estilo de vida; así es nuestro ritmo”, agrega. “A una parte de nosotros le gusta la tradición de desplazarnos en bicicleta, a pie o en taxi a caballo”.

El “lugar de la gran tortuga”

Durante cientos de años, las comunidades indígenas utilizaron la estratégica ubicación de la isla, en la confluencia de los lagos Hurón y Michigan, como lugar de pesca y caza. Pensaban que sus acantilados de piedra caliza y sus bosques verdes se asemejaban a una tortuga gigante surgiendo del agua, así que la llamaron Michilimackinac o “lugar de la gran tortuga” en anishinaabemowin.

Las fuerzas británicas acortaron el nombre y establecieron un fuerte defensivo en la isla en 1780. En la actualidad, los visitantes pueden seguir a los intérpretes disfrazados, ver disparos de cañón y visitar los aposentos de un oficial en el interior del edificio más antiguo de Michigan. Pero más de 200 años después de que EE.UU. tomara el control de Mackinac, tras la Guerra de 1812, sus raíces indígenas permanecen.

“La isla Mackinac es uno de los lugares más importantes y destacados de la historia y la cultura anishnaabe”, afirma Eric Hemenway, un miembro anishnaabe que ha desempeñado un papel decisivo en la recuperación de la historia indígena de la isla.

“El pueblo anishnaabeek ha estado en el estrecho (las vías fluviales que conectan el lago Hurón y el lago Michigan) desde tiempos inmemoriales, dicen algunos. Y seguimos estando en el lugar de nuestros antepasados, aquí en el estrecho. Las aguas eran y siguen siendo las autopistas del Medio Oeste”, explica.

Como señala Hemenway, en la isla se ha encontrado un gran número de enterramientos indígenas, algunos de los cuales se remontan a hace unos 3.000 años. “(Mackinac) es uno de nuestros lugares más sagrados de los Grandes Lagos”, sostiene.

Isla Mackinac

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Hemenway también ha trabajado en el desarrollo de Biddle House, que alberga el Museo Nativo Americano de la Isla Mackinac, inaugurado en 2021.

“Mi mayor éxito es cuando veo pasar a otros nativos… esta es nuestra historia”, dice Hemenway.

Oferta variada

A finales del siglo XIX, la isla de Mackinac se había convertido en un lugar de recreo para familias industriales adineradas de Chicago, Detroit y otras partes del otrora próspero Medio Oeste, que acudían a la isla en verano para relajarse en sus aguas prístinas.

El Grand Hotel de Mackinac, de 138 años de antigüedad, tiene habitaciones decoradas individualmente y presume de tener el porche más largo del mundo. También es uno de los últimos hoteles en pleno funcionamiento de la Edad Dorada de la América industrial.

Tal es el singular atractivo del Grand Hotel que la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, acudió recientemente a la red social X (ex Twitter) para proponer a la isla como escenario de la cuarta temporada de la serie “The White Lotus”.

Aunque la propuesta fue divertida, Morse no quiere que Mackinac se convierta en un destino turístico multitudinario. “Uno se siente orgulloso del lugar donde vive, pero al mismo tiempo no quiero decirle a la gente lo bonito que es”, dice.

En efecto, esta pequeña isla tiene mucho que ofrecer. El 80% de la superficie de Mackinac está ocupada por el Parque Estatal de la Isla Mackinac, donde los visitantes pueden pasear por bosques centenarios, admirar imponentes pilares de piedra caliza y hacer senderismo, montar en bicicleta o alquilar un coche de caballos para fotografiar una de las atracciones más famosas de la isla: el Arch Rock, de 15 metros de ancho.

Cañón en la Isla Mackinack

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Los lugareños también sugieren dirigirse al norte para recorrer la carretera de cerca de 13 km convertida en sendero para bicicletas y excursionistas que recorre la circunferencia de la isla y ofrece vistas del puente colgante Mackinac, de ocho kilómetros de longitud, y acceso a tranquilas playas cubiertas de guijarros y bosques.

Dejando a un lado los caballos, las 1.500 bicicletas de alquiler de la isla son el principal medio de transporte de residentes y visitantes, un medio de transporte autopropulsado que muestra que los habitantes de Mackinac están encantados de moverse a un ritmo diferente al del resto del país.

Vivir en un lugar sin coches es una de las principales razones por las que Morse, que monta en bicicleta nueve meses al año, ha decidido vivir todo el año en la isla, a pesar de los duros inviernos.

“Me encanta la idea de subirme a la bici y bajar (al pueblo) entre los árboles. Me prepara para el día”, dice. “Siempre estás saludando y hablando con la gente”.

Viaje en el tiempo

Pero aunque el ciclismo es el medio de transporte más fácil y popular, las bicicletas desempeñan claramente un papel secundario en la isla.

“Sin los caballos, este lugar no sería lo que es. Es lo que te hace sentir que has retrocedido en el tiempo cuando te bajas del barco y oyes ese ‘clip clop'”, dice Hunter Hoaglund, quien trabaja en Arnold Freight, una empresa que lleva 140 años prestando servicio de ferry a la isla y que cada mes de abril embarca una manada de sus caballos que pasan el invierno en la Península Superior de Michigan.

“Todos los días aparecen por aquí nuestros camiones (para dejar a los caballos) y en el próximo mes probablemente aparezcan entre 200 y 300 más”, explica.

Se calcula que entre 20 y 30 caballos permanecen en la isla durante el invierno para recoger la basura, entregar paquetes y mantener la isla en funcionamiento.

Rodeada de aguas cristalinas, Mackinac puede quedar aislada periódicamente del continente en invierno, cuando los témpanos de hielo interrumpen los servicios de transbordador hacia o desde la isla.

Arch Rock

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Pero en primavera y verano, Mackinac cobra vida.

Las decenas de lilas que salpican las calles del pueblo empiezan a florecer en junio, en vísperas del popular Festival de la Lila, de 10 días de duración.

Los observadores de estrellas se dirigen al Fuerte Holmes de Mackinac, el punto más alto de la isla, y al bar Cupola del Grand Hotel para contemplar sin filtros el cielo nocturno del norte de Michigan.

Pero para la mayoría de los visitantes, felizmente agotados tras recorrer la isla en bicicleta, lo mejor es disfrutar de un helado o un trozo de caramelo frente al puerto deportivo.

Y todo ello sin el sonido del motor de un coche que estropee la experiencia.

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Cortesía de BBC Noticias



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