Una tensa calma entre Irán, Israel y EE.UU.

Mientras Irán e Israel velan a sus muertos, también velan las armas para su próximo combate. Una tensa calma se vive entre estos países que intercambiaron miles de drones y misiles a 2000 kilómetros de distancia, motivados por la geopolítica atómica. 

En una reciente conferencia, el politólogo John Mearsheimer de la Universidad de Chicago expuso su tesis de que las armas nucleares son básicamente “armas para la paz”, aunque suene paradójico. Porque en un Medio Oriente donde cada actor del tablero tuviese un arma atómica, la probabilidad de guerra sería mucho menor por la “doctrina de destrucción mutua asegurada”. Dos países nuclearizados lo pensarían bien antes de ir a la guerra entre sí, por temor a autoincinerarse. Esta sería una de las razones de por qué la Guerra Fría nunca estalló de manera directa entre EE.UU. y la URSS.

“Si yo fuese el gobierno iraní, crearía un arma nuclear” declaró Mearsheimer. Argumentó que poseer una bomba atómica no es un disuasivo perfecto, pero sí una excelente armadura que garantiza con alto nivel de efectividad, la supervivencia de un país y su régimen, ante amenazas externas. Corea del Norte es el ejemplo: Kim Jong un está prácticamente blindado de amenazas exteriores.

El propio ex primer ministro de Israel, Ehud Barak, dijo una vez que tenía mucho sentido que Irán estuviese buscando ser potencia nuclear para equipararse con Israel.

La incerteza nuclear

El problema es que ningún gobierno puede estar absolutamente seguro que el adversario jamás le arrojará la bomba. Y en paralelo, cuando un país se nucleariza en una región, se da un proceso de proliferación nuclear: los demás buscan igualarse para evitar un hegemón con el monopolio de la disuasión militar más potente que existe.

Hoy por hoy, Irán no podría ganarle una guerra de Israel, entre otras razones, porque de verse acorralado, el gobierno sionista triunfaría en cinco minutos apretando un botón. Para evitar esto, Irán necesitaría nuclearizarse.

Para mantener su hegemonía, Israel viene atacando a todo país de la región que comienza a desarrollar una industria nuclear, aunque solo sea para producir energía: bombardearon Irak en 1981, Irán en 2010 y Siria en 2007. El proceso previo a la generación de una posible bomba nuclear resulta siempre muy belicoso. En los hechos Irán dio en los últimos lustros señales claras de que esa no era su intensión y se dejó auditar por el Organismo Internacional de Energía Atómica, el cual certificó los dichos del gobierno islámico. Si Irán ya fuese una potencia nuclear, Israel y EE.UU. lo hubiesen pensado más antes de atacar. Lo más probable es que no lo hubiesen hecho.

La situación actual es: Irán siente un imperativo estratégico por nuclearizarse e Israel –desde su perspectiva– percibe una potencial amenaza existencial, la cual exagera para justificar su ataque a Irán violando el derecho internacional, mientras aduce razones existenciales similares por las que Putin invadió Ucrania. Pero a los israelíes, EE.UU. los ayuda. Y a Putin lo han combatido de manera indirecta. Tanto Irán como Israel se ven entre sí como amenaza existencial mutua.

La historia nuclear de Irán

El programa nuclear iraní nació en 1950 en tiempos del Sha de Persia con el apoyo de EE.UU. Al suceder la Revolución Islámica en 1979, los ayatolas suspendieron el programa nuclear por considerarlo “occidental y corrupto”. Pero durante la guerra con Irak –1980-1988– sufrieron ataques con armas químicas de parte de Saddam Hussein y comenzaron a replantearse su doctrina militar: buscaron desarrollos nucleares en Pakistán, Rusia y China. Y reinstalaron reactores y centrifugadoras. El objetivo final era la bomba atómica. Occidente comenzó a presionarlos y sancionarlos para que se desnuclearizaran.

En 2003 los ayatolas iraníes observaron con espanto la facilidad con que EE.UU. invadió Irak y desmanteló el gobierno de Sadam Hussein –el mismo al que habían armado contra Irán– a partir de una falsa denuncia de armas de destrucción masiva. El gobierno iraní temió ser el siguiente. Esto fue en gran medida lo que los impulsó a nuclearizarse.

En 2015 se firmó entre Irán y EE.UU., Rusia, China, Reino Unido, Alemania y Francia –con el auspicio de Barak Obama– el Acuerdo Nuclear JCPOA que limitaba el programa iraní, a cambio del levantamiento de sanciones. Pero en 2018 Donald Trump lo dinamitó, aunque Irán lo venía cumpliendo a rajatabla. Lo hizo presionado por Benjamin Netanyahu y el lobby israelí en EE.UU. Entonces Irán comenzó a incrementar el enriquecimiento de uranio hasta un 60% (para comenzar a crear una bomba se necesita 90%). Enriquecer uranio no significa que se pueda crear una bomba en poco tiempo: los procesos son bastante complejos.

EE.UU. aplicó entonces una política de presión extrema con sanciones económicas a Irán. Y los israelíes comenzaron a planear un ataque a Irán, algo que forma parte desde hace décadas del plan estratégico de Netanyahu, casi su estrategia central generando miedo en la población israelí con lo cual ha cimentado su carrera política: busca guerras que unifiquen al país alrededor suyo y presentarse como un salvador, una especie de mesías laico.

Sin EE.UU. no alcanza

El problema para Israel es que no tiene la tecnología militar necesaria para destruir todo el proyecto nuclear iraní enterrado muy profundo bajo tierra en las montañas: para eso necesitaba la intervención directa de EE.UU. con aviones B-2, algo que los norteamericanos siempre habían tratado de evitar. Finalmente, convencieron a Trump de enfrentarse con Irán. Así y todo, no pareciera que el desarrollo nuclear iraní haya desaparecido: a lo sumo fue retrasado. Y como fue un ataque anunciado, es de esperar que el plutonio enriquecido estuviese ya escondido en un lugar más seguro.

En opinión de John Mearsheimer, Donald Trump no es a priori un guerrerista: quiere evitar en lo posible una guerra abierta con Irán. Netanyahu viene haciendo lo posible por involucrar a EE.UU. contra Irán, algo que los líderes iraníes y norteamericanos siempre desearon evitar.

El economista y analista internacional Jeffrey Sacks –otra oveja negra del pensamiento norteamericano, ex asesor de Evo Morales– declaró esta semana que la guerra de Israel y EE.UU. contra Irán fue la concreción de la misión central que se propuso Netanyahu en los últimos 30 años. Otro de sus objetivos históricos fue el control total y la despoblación de la Franja de Gaza, lo cual también está logrando. Y algo parecido planearía en Cisjordania para recrear el “Gran Israel” bíblico. El objetivo es dejar en claro que cualquier actor político de la región que se oponga a estos planes será destruido por Israel sin piedad.

EE.UU. siempre ha sido funcional a este accionar ayudando a tumbar gobiernos en Libia, Siria, Irak y Sudán. Irán sería la frutilla del postre: el mismo Donald Trump amenazó con matar al ayatola Alí Jamenei.

Pero según Sacks, EE.UU. no tiene una estrategia clara a largo plazo. China y Rusia son aliados estratégicos de Irán, aunque no se involucran en el combate. El analista remite a la analogía –algo simplificadora pero orientativa– de que históricamente Rusia viene jugando al ajedrez –ataque frontal para el control inmediato del tablero, tácticas agresivas, sacrificios calculados–, China juega al Go –paciencia, rodeo gradual del territorio, expansión silenciosa mediante inversiones, búsqueda de ganar sin luchar, hegemonía a largo plazo– y EE.UU. al póker, implicando esto que Trump ejecuta operaciones psicológicas, crea caos, hace apuestas arriesgadas e imprevisibles, y tensa la cuerda con amenazas militares para luego aflojar.

Un presidente “ignorante”

Según Sacks, a tal punto Trump no tiene una estrategia, que terminó siendo manipulado por Netanyahu. De hecho, el ex asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton confesó que “Trump es un presidente peligrosamente ignorante. No sabe historia, no le importa aprenderla y toma decisiones como si el mundo empezara y terminara en Twitter… …Cuando mencioné el arsenal nuclear británico, respondió: ‘¿Tienen bombas? ¡No lo sabía!’. Era evidente que nunca había leído un informe de inteligencia básico… …Putin veía a Trump como un tonto útil para dividir la OTAN y debilitar sanciones. En privado, los servicios rusos se burlaban de cómo Trump creía en su química personal… …abordaba cumbres con Putin o Kim Jong-un como si estuviera vendiendo un apartamento en Manhattan. Creía que su encanto personal y la presión superficial bastaban, sin entender los intereses estratégicos profundos de esos regímenes”. El resultado: Netanyahu logró llevar a Trump hacia su plan personal .

A simple vista –según Sacks– el ataque israelí sería exitoso: decapitaron las fuerzas armadas y de inteligencia de Irán, empujaron a EE.UU. a bombardear y la tecnología nuclear persa estaría dañada. Pero no hubo cambio de régimen en Irán. Al mismo tiempo, quedaron expuestas la debilidades de la Cúpula de Acero antimisiles de Israel: por primera vez, decenas de misiles cayeron en Haifa, Tel Aviv y Bersheeva destuyendo decenas edificios, y en instalaciones militares. Su vulnerabilidad quedó expuesta, a tal punto que buscaron un cese al fuego rápido porque el costo político y económico de una guerra prolongada era insoportable para la sociedad israelí.

También quedó en evidencia el nivel de infiltración que ha logrado el Mossad en las fuerzas armadas de Irán. Aunque su capacidad dentro de Irán se limita –por ahora– a atentados contra la elite militar: trascendió que los generales iraníes recibieron amenazas directas del Mossad diciendo que los matarían y a toda su familia, si no grababan un video de rendición. Claramente, la estrategia no sirvió.

El riesgo de subestimar

Según Sacks, Israel subestimó las capacidades de Irán. Y no tuvo en cuenta que un país bombardeado suele movilizar a la población bajo su bandera, solidificando el apoyo al régimen. El resultado de todo esto sería que Israel tiene hoy las peores condiciones de seguridad interna de su historia, terminó bombardeando Líbano, Siria, Yemen, Irán, Irak, Gaza y Cisjordania –con el costo político que implica–, Netanyahu está acusado de genocidio en cortes internacionales e Israel ha reducido su apoyo en la ONU a un mínimo histórico, con los representantes del 95 por ciento de la población mundial votando en su contra en diferentes resoluciones. Hasta ahora, solo el veto de EE.UU. en el Consejo de Seguridad de la ONU los termina salvando. Israel ha quedado casi aislada en el consenso internacional habiendo violado todas sus leyes, cuando la única manera de solucionar de fondo sus problemas, sería sentándose a negociar.

Netanyahu no alcanzó sus objetivos de fondo: tumbar al régimen de Irán y eliminar de manera definitiva cualquier posible desarrollo nuclear. Mientras, en Gaza se naturaliza el genocidio. La guerra continuará.

Cortesía de Página 12



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