Explota un volcán de lodo en Taiwán tras meses de silencio: lanza fuego y barro en un fenómeno geológico que parece sacado de una película

En el sur de Taiwán, donde las plantaciones de arroz se extienden entre templos y caminos rurales, la tierra guarda un secreto sorprendente. Bajo los campos aparentemente tranquilos de la localidad de Wandan, algo burbujea, presiona y, de vez en cuando, explota. No se trata de un volcán convencional ni de una fumarola volcánica, sino de un fenómeno geológico que parece sacado de una novela fantástica: un volcán de barro que, cuando despierta, lanza lodo ardiente y columnas de fuego al cielo.

El pasado 26 de junio, a las cinco de la mañana, los habitantes de la aldea Wannei fueron testigos de una nueva erupción. Aunque el fenómeno es habitual —ocurre una o dos veces al año—, esta vez algo fue distinto: las llamas, visibles desde decenas de metros de distancia, coronaban las burbujas de barro que emergían desde el subsuelo. El espectáculo no tardó en atraer a los vecinos, que acudieron cámara en mano para presenciar cómo el barro espeso y humeante brotaba de la tierra como si el suelo hubiese decidido hervir desde dentro.

Una erupción que mezcla barro, gas y fuego

Lo que distingue a este tipo de erupciones es su composición. A diferencia de los volcanes tradicionales, que expulsan lava y cenizas debido a la presión del magma, los volcanes de lodo como el de Wandan se forman por la acumulación de agua subterránea, sedimentos y gases como el metano. Estos gases, cuando alcanzan una presión suficiente, escapan violentamente, arrastrando consigo lodo y minerales.

En esta ocasión, además del barro, las bocas eruptivas escupieron llamaradas rojizas. Aunque pudiera parecer que el fuego emergía de forma natural, lo cierto es que los propios lugareños avivaron las llamas arrojando trapos encendidos sobre los respiraderos. La intención es doble: por un lado, eliminar el metano, un potente gas de efecto invernadero; por otro, ofrecer un espectáculo visual que realza lo insólito del evento.

Este gesto, aparentemente sencillo, también pone en evidencia una realidad más profunda: la relación simbiótica entre los humanos y un fenómeno natural que, lejos de causar pánico, se ha convertido en parte del paisaje cultural local.

Una de las bocas eruptivas lanza barro ardiente mientras el fuego corona el fenómeno ante la mirada de los vecinos
Una de las bocas eruptivas lanza barro ardiente mientras el fuego corona el fenómeno ante la mirada de los vecinos. Foto: Formosa Television (FTV) News

Entre la ciencia y la tradición

Los volcanes de lodo no son exclusivos de Taiwán. Se han documentado en regiones tan diversas como el Mar Caspio, Indonesia, Siberia o incluso la costa del Caribe. Sin embargo, el caso de Wandan es particular por su constancia y localización: puede erupcionar en distintos puntos dentro de un área de aproximadamente un kilómetro de diámetro, incluso justo al lado de templos o en mitad de acequias agrícolas.

Esta vez, uno de los respiraderos surgió dentro de un canal de conservación de agua, obligando a los vecinos a intervenir rápidamente con maquinaria para evitar que el barro se secara y bloqueara el flujo. Cuando se solidifica, el lodo se convierte en una masa densa y difícil de remover, lo que complica las tareas de mantenimiento y puede dañar infraestructuras.

Lo fascinante es que, pese a su apariencia destructiva, estas erupciones no han generado víctimas ni daños materiales de importancia. De hecho, la mayoría de los campos estaban en barbecho, por lo que los cultivos no resultaron afectados. El barro, en lugar de ser enemigo, se convierte temporalmente en un visitante molesto pero esperado.

Un fenómeno con un lado oculto

Los investigadores que estudian estos eventos han señalado que, aunque no existe una conexión directa con el vulcanismo magmático, los volcanes de barro sí están relacionados con procesos geológicos profundos. En el caso de Taiwán, una isla situada en una zona de intensa actividad tectónica, la presión de fluidos a gran profundidad puede encontrar vías de escape hacia la superficie, especialmente en zonas de falla.

Esta presión subterránea empuja hacia arriba el agua cargada de sedimentos finos y gases disueltos, generando una mezcla viscosa que brota violentamente cuando supera la resistencia de las capas superficiales. El resultado es una erupción que, sin ser tan devastadora como una volcánica convencional, no deja de ser espectacular.

El hecho de que el metano sea el principal gas liberado añade un elemento inquietante: aunque es inflamable y potencialmente peligroso, también tiene un fuerte impacto en el cambio climático. La quema controlada por parte de los residentes, más allá de su componente ritual o visual, es también una forma intuitiva de mitigar su liberación a la atmósfera.

Un grupo de curiosos se reúne junto al templo Huangyuan para observar la erupción del volcán de barro
Un grupo de curiosos se reúne junto al templo Huangyuan para observar la erupción del volcán de barro. Foto: Formosa Television (FTV) News

Lo cierto es que cada vez que el volcán de barro entra en erupción, se reaviva el debate entre quienes lo consideran un recurso natural a proteger y aquellos que lo ven como una molestia periódica. Sin embargo, la creciente atención mediática y científica está haciendo que Wandan aparezca en el mapa como una curiosidad geológica digna de estudio.

Geólogos como Mark Tingay, de la Universidad de Adelaida, han señalado en foros públicos y redes sociales la importancia de estos eventos para entender la dinámica de fluidos en el subsuelo. La posibilidad de observar tan de cerca —y con tanta regularidad— un fenómeno así convierte al volcán de barro taiwanés en una suerte de laboratorio natural al aire libre.

Además, los vídeos compartidos por los cuidadores del templo y los residentes locales no solo documentan el evento, sino que lo transforman en un atractivo turístico de tipo “geonatural”, donde ciencia, paisaje y tradición conviven.

Lo que nos dice la tierra cuando habla

Como afirman los expertos, el volcán de barro de Wandan es más que una rareza geológica. Es una ventana a los procesos profundos que moldean nuestro planeta. Cada erupción, cada burbuja de gas, cada bocanada de fuego nos recuerda que la Tierra está viva y que sus susurros —o sus rugidos— nos hablan desde las entrañas.

En un mundo acostumbrado a mirar hacia el cielo en busca de cometas o tormentas solares, a veces conviene mirar al suelo. Porque ahí, en el barro caliente de un campo taiwanés, puede surgir una historia que mezcla ciencia, cultura y maravilla. Una historia que no necesita lava para ser volcán, ni cráter para ser abismo. Solo necesita que la tierra decida hablar, aunque sea con barro y fuego.

Cortesía de Muy Interesante



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