
Primera llamada, primera.
La marcha contra la gentrificación en la Ciudad de México irrumpió con la agenda de un movimiento social que resuena más allá del Centro del país.
Guadalajara, Oaxaca, San Miguel de Allende, Tulum, Querétaro, Mérida, Monterrey…
Decenas protestaron en la capital contra el aumento de residentes extranjeros y la llegada de clases medias altas en colonias como la Condesa y la Roma, lo que ha encarecido la vivienda, las rentas y los servicios.
“Gentrificación no es progreso, es despojo”, fue su proclama central.
Estamos ante algo más que una expresión pasajera de descontento. Basta analizar sus características diferenciadoras de otros movimientos sociales.
1. Lo componen mayormente jóvenes.
2. El reclamo obedece a un problema estructural que responsabiliza a los tres niveles de Gobierno.
3. Su expresión violenta, 13 inmuebles vandalizados, le dio mayor visibilidad (la verdadera violencia es condenar a un ejército de jóvenes a la expulsión urbana y a un nomadismo precario).
4. El abordaje de los medios es superficial, prejuicioso o manifiesta una crasa ignorancia e incomprensión.
Estas características recuerdan más al movimiento feminista –la única oposición en este país junto con el movimiento de los desaparecidos–, y su exigencia de igualdad y justicia.
¿Estamos ante el surgimiento de una agenda social irreversible?
La demanda de vivienda asequible es una de las principales batallas políticas de esta época. La gentrificación y la turistificación son los síntomas de ese malestar.
En Guadalajara los procesos de gentrificación y despojo se aceleraron con la llegada de Enrique Alfaro en 2015 a la Perla Tapatía. La visión que plantean los actuales gobiernos emecistas para el Mundial 2026 agravará este malestar.
Por ejemplo, la rehabilitación de parques –como el Parque Revolución, cerrado y cuyas obras ni siquiera han empezado– son el principio, la mayoría de las veces, de procesos de gentrificación.
La gentrificación altera el modo de vida y la fisonomía barrial tradicional; desplaza y despoja a los residentes originales y vuelve esas zonas inaccesibles para los locales.
Vivimos un cambio de época con el agotamiento del modelo neoliberal y la bestialización del capitalismo y la especulación del suelo en las principales ciudades del país.
La soberanía del consumidor, que garantiza derechos fundamentales –a una vivienda, a la ciudad– sólo a quienes pueden pagar por ellos, ahora tienen un contrarrelato.
¿Gentrifiqué? Gen-tri-fi-ca-ción. La clase gobernante debe entender el concepto y atender el reclamo ante un problema que afecta, sobre todo, a los jóvenes.
Cortesía de El Informador
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