La soledad se ha consolidado como un problema de salud pública de primer orden. No se trata simplemente de estar solo, sino de sentirse desconectado de los demás, una experiencia subjetiva que puede tener consecuencias profundas para la salud mental y física. Diversos estudios han mostrado que la soledad se relaciona con enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo, depresión y un mayor riesgo de mortalidad. A pesar de su relevancia, la mayoría de las investigaciones sobre la soledad en adultos se basan en mediciones puntuales, sin tener en cuenta cómo puede cambiar esta experiencia con el paso del tiempo.
Nuestro estudio parte de la necesidad de llenar este vacío. Con datos longitudinales recogidos durante doce años, se han identificado diferentes trayectorias de soledad en una muestra representativa de adultos en España. Este trabajo no solo permite observar cómo evoluciona la soledad, sino también detectar qué factores sociodemográficos, psicológicos, sociales y de salud influyen en esas trayectorias. Así, se aportan claves para el diseño de intervenciones más eficaces y personalizadas.
Trayectorias de la soledad: dos perfiles diferenciados
Como se destaca en el artículo, “la trayectoria media de soledad fue principalmente creciente a lo largo del tiempo”.
En cuanto a los distintos perfiles de soledad, los resultados revelaron la existencia de dos trayectorias principales. Una amplia mayoría (87,86 %) siguió un patrón de soledad baja y estable a lo largo del tiempo. Por otro lado, un 12,14 % mostró una trayectoria de soledad alta e inestable, caracterizada por niveles moderados a altos de soledad que fluctúan. Esta última trayectoria presenta un patrón en el que la soledad elevada primero disminuye a niveles moderados, luego se estabiliza y finalmente vuelve a aumentar.
Ambas trayectorias reflejan que la soledad no es un fenómeno homogéneo ni estático, sino que presenta múltiples formas de expresarse. Parece, que existe una mayoría de personas que reportan sentir soledad en un nivel bajo o de forma puntual y, por otro lado, un grupo (menos frecuente) de personas que reportan sentir una soledad moderada-alta que tiende a cronificarse. Esta conclusión, coincide con estudios internacionales, aunque en España no se habían realizado hasta ahora investigaciones longitudinales representativas de este tipo.
Factores sociodemográficos asociados a la soledad crónica
Los datos muestran que vivir solo, no tener pareja o haber perdido a la misma, y ser migrante, son factores asociados a la trayectoria de soledad alta-inestable. Estar viudo, separado o nunca haberse casado aumenta el riesgo de pertenecer a esta clase. En concreto, las personas viudas tienen un 2,46 veces más de probabilidad de seguir esa trayectoria, frente a las que están casadas o conviven con su pareja.
Además, vivir solo duplica el riesgo y ser migrante también implica un mayor riesgo (78 % mayor). Estas asociaciones podrían estar vinculadas a la pérdida de redes de apoyo, el aislamiento social y barreras culturales o idiomáticas y discriminación, en el caso de las personas migrantes. Como se explica en el artículo, en el caso de la migración, podrían tener también un peso importante aspectos relacionados con la sociedad receptora (discriminación, confianza social), más que con características personales de las personas migrantes (nivel educativo, ingresos, de salud), pues “esta relación podría extenderse más allá de un vínculo indirecto, ya que la migración sigue siendo un factor relevante incluso tras controlar por variables económicas, educativas, de salud y de redes sociales”.

La salud mental como predictor clave
En el ámbito psicológico, la depresión, las ideas suicidas y las quejas cognitivas se asociaron de forma clara con la soledad crónica. Las personas con depresión tienen una probabilidad 2,7 veces mayor de pertenecer al grupo de soledad alta-inestable, y aquellas con ideas suicidas, un riesgo duplicado. Estos hallazgos apoyan la idea de una relación bidireccional entre soledad y salud mental: la soledad puede agravar los síntomas depresivos, y a su vez, estos pueden intensificar la percepción de aislamiento.
En cuanto a las quejas cognitivas, también muestran un papel relevante. Las personas que perciben un deterioro de su memoria tienen un 36 % más de probabilidades de presentar una trayectoria crónica de soledad. Esta relación podría explicarse por la posible tendencia a evitar interacciones sociales por miedo al juicio o la dificultad para mantener conversaciones fluidas.
Factores sociales protectores y de riesgo
El único factor social que se comportó como predictor de riesgo fue el índice de aislamiento social, que incluye la falta de contactos significativos o la escasa participación en actividades. En cambio, el apoyo social, la confianza social y la satisfacción con la vida actuaron como factores protectores. Por ejemplo, un mayor apoyo social reduce un 13 % la probabilidad de formar parte del grupo de soledad alta-inestable, y una mayor satisfacción vital la reduce en un 24 %.
Estos resultados sugieren que sentirse parte de una red confiable y estar satisfecho con la vida general puede amortiguar el impacto de la soledad. Como señala el artículo, “ver a los demás como confiables puede facilitar relaciones positivas” y disminuir el sentimiento de aislamiento.

Implicaciones para la prevención y la intervención
Las conclusiones del estudio subrayan la necesidad de identificar adultos en riesgo de desarrollar soledad crónica y de diseñar intervenciones específicas para distintos perfiles de soledad. No todas las personas solas experimentan soledad, ni todas las personas que se sienten solas están aisladas físicamente. Por ello, la evaluación debe ser personalizada y tener en cuenta la trayectoria individual.
Además, se destaca la importancia de conocer e intervenir sobre factores modificables no solo en el plano individual, sino también en los niveles meso, exo y macro, abordando aspectos del entorno físico, los servicios disponibles y las políticas públicas. Tal como se afirma en el artículo, “estos niveles pueden ser igual de relevantes que los centrados en la persona”.
Referencias
- Blanca Dolz-del-Castellar, Alejandro de la Torre-Luque, Chiara Castelletti, Lea Francia, Cristina Rodriguez-Prada, Marta Miret, Joan Domènech-Abella, Aina Gabarrell-Pascuet, Beatriz Olaya, Josep Maria Haro, José Luis Ayuso-Mateos, Elvira Lara. Loneliness trajectories and predictors in Spain: Results from the Spanish longitudinal study on aging and health (Edad con Salud). Journal of Affective Disorders, Volume 378, 2025, Pages 100–108. doi: 10.1016/j.jad.2025.02.084

Blanca Dolz del Castellar Blanco
Doctorada en Medicina y Cirugía, en el departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid. Graduada en Psicología, Máster Universitario en Psicología General Sanitaria y Máster de Especialización Terapéutica en Terapia Familiar Sistémica.

Cortesía de Muy Interesante
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