Pesimisma: ¿Una ciudad caminable?

Leí no sé dónde que la Ciudad de México es muy caminable y me pregunté qué criatura con la percepción distorsionada podría pensar eso. Supongo que esa aseveración se refiere a que algunas zonas de la ciudad lo son, pero tanto así como generalizar, no lo sé. Siempre he caminado en la ciudad pero creo que nunca lo he disfrutado tanto como ahora que vivo en zonas de clase media/media alta donde claramente se priorizan delicias exóticas como tener árboles, banquetas y pasos peatonales, esas cosas que no parece merecer todo el mundo por igual. 

No sé andar en bici ni conducir, lo que hace que siempre haya vivido la ciudad a pie o en transporte público. Cuando era adolescente, regresaba a casa desde mi secundaria (Secundaria Técnica 32, de nombre y apellido “Ciencia y tecnología”) caminando al borde de la Avenido Miguel Bernard, tan llena de polvo y con árboles más simbólicos que verdes, y me preguntaba dónde se podía poner una a la sombra sin tener que arrimarse a esos camellones escuálidos en medio de las avenidas que parecen no tener otra intención que separar los sentidos de las calles.

Por caminar, alguna vez esta mugrosa ciudad me regaló a un hijo de puta que me dio una nalgada montado en su bicicleta y luego escapó (dolió mucho la nalga pero mucho más el orgullo). Por caminar, me perdí mil veces antes de que Google Maps llegara a solucionar mi vida y a terminar con la poca orientación que tuve alguna vez. Por caminar, me torcí una y otra vez los tobillos entre las calles mal pavimentadas, las rebeliones de las raíces de los árboles que levantan el asfalto, las coladeras a medio tapar. Por caminar, me jodí los oídos al escuchar música a todo volumen para evitar los piropos no requeridos de algún señor. Por caminar de noche y ser mujer, aprendí a ver detrás de mi hombro más de lo que era sensato. Sigo dándole risa a la gente que va a mi lado, pero es que la precaución ¿o el miedo? ya es parte de mi sistema.

Por caminar, he estado cerca de morir atropellada no sé cuántas veces cuando un automovilista o, con más frecuencia, una bicicleta se pasa por el arco del triunfo los colores del semáforo (sepan que les odio por igual). Por caminar, he cruzado avenidas en todas sus latitudes, sin importar reglas tan tontas como las de esperar a una esquina debidamente etiquetada. No saben cuántas veces he maldecido los puentes peatonales, ese invento infernal que te invita a cansarte en el mejor de los casos o a que te asalten en el peor, para que los automovilistas sigan felices su rumbo. 

Quien diga que esta ciudad es muy caminable solo puede venir de una distopía de cochismo o no salir de su rancho fresa. Aun así, no creo que se pueda conocer más un lugar que si se ponen los pies a la obra y se recorren la mayor cantidad de metros cuadrados posibles en una variedad de climas. En un tornasol de superficies y ambientes, se encuentra el sabor justo y verdadero de un espacio inabarcable.

Aura García-Junco
IG: @aura_gj 

Cortesía de Chilango



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