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- Autor, Alessandra Corrêa
- Título del autor, BBC News Brasil
Hace cien años, la atención de Estados Unidos y del mundo se centró en Dayton, una pequeña localidad de menos de 2.000 habitantes situada en el interior del estado de Tennessee.
Fue allí donde, en 1925, el profesor John T. Scopes fue acusado de violar una ley recién aprobada que prohibía la enseñanza de la Teoría de la Evolución en las escuelas públicas.
Su juicio, seguido por la prensa mundial y el primero en ser transmitido en vivo a nivel nacional por radio, se convertiría en algo mucho más grande que una simple disputa legal.
A lo largo de poco más de una semana, el llamado “juicio del mono” expuso las profundas divisiones en la sociedad estadounidense.
El caso ilustró el choque entre el fundamentalismo religioso y la ciencia, entre la fe y la razón y entre los valores tradicionales y los modernos.
No solo estaban en juego la evolución y la interpretación literal de la Biblia o la separación entre Iglesia y Estado, sino también visiones políticas opuestas sobre cómo debía gobernarse el país.
Malestar creciente con la Teoría de la Evolución
La enseñanza de la obra del naturalista británico Charles Darwin no era algo nuevo en aquella época.
“El origen de las especies”, el libro en el que Darwin expuso su Teoría de la Evolución mediante la selección natural, había sido publicado más de medio siglo antes, en 1859.
Sin embargo, en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cobró fuerza en las denominaciones protestantes de Estados Unidos una disputa entre los llamados fundamentalistas y modernistas sobre cómo interpretar la Biblia (y la historia de la creación), y sobre si rechazar o aceptar la teoría de Darwin.
Los primeros se aferraban a una lectura más literal y tradicional de la Biblia y rechazaban la teoría de la evolución, mientras que los modernistas eran más flexibles con respecto a ambos temas.

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“Los fundamentalistas también estaban preocupados por otros aspectos de la modernidad”, dice a BBC News Brasil Glenn Branch, subdirector del National Center for Science Education (Centro Nacional para la Educación en Ciencias, o NCSE, por sus siglas en inglés).
Según Branch, también comenzó a destacarse en ese periodo la idea de que las teorías evolucionistas eran responsables del militarismo alemán que había llevado a la devastación de la Primera Guerra Mundial. En ese entonces, había un debate sobre cómo los líderes militares alemanes utilizaban el concepto de la “supervivencia del más apto”, presente en la teoría de la evolución, para justificar la agresión militar.
La expansión de la educación científica en Estados Unidos durante ese tiempo también alarmó a los fundamentalistas.
“Hubo una gran expansión de las escuelas secundarias, y los alumnos comenzaron a ser expuestos a más que solo lectura, escritura y aritmética. Empezaron a estudiar, entre otras materias, Biología”, explica Branch, cuya organización monitorea leyes que amenazan la enseñanza de la evolución o del cambio climático en el país.
Fue en ese contexto que surgió el movimiento para prohibir la enseñanza de la Teoría de la Evolución en las escuelas públicas.
En la década de 1920, al menos 20 estados de EE. UU. consideraban implementar prohibiciones.
Una propuesta presentada en 1922 en Kentucky ya había atraído la atención nacional, pero finalmente no fue aprobada. Tres años después, Tennessee se convirtió en el primer estado del país en aprobar una ley de este tipo.
La Ley Butler, promulgada el 21 de marzo de 1925, prohibía a los profesores de universidades y escuelas públicas en Tennessee “enseñar cualquier teoría que niegue la historia de la Creación Divina del hombre según la Biblia, y enseñar, en cambio, que el hombre desciende de un orden inferior de animales”.
El autor de la ley, el representante estatal John Washington Butler, era un agricultor de maíz y tabaco del interior del estado que más tarde admitió que “no sabía nada sobre evolución” cuando propuso la iniciativa.
“Había leído en los periódicos que chicos y chicas volvían de la escuela y le decían a sus madres que la Biblia era una tontería”, declaró Butler en una entrevista durante el juicio.
“No me parecía que eso estuviera bien”.
La búsqueda de un acusado “voluntario”
La Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), actualmente una de las principales organizaciones defensoras de los derechos civiles en Estados Unidos, había sido fundada apenas cinco años antes de la Ley Butler, en 1920.
Con la entrada en vigor de dicha ley, la ACLU y otros activistas vieron una oportunidad para poner a prueba la constitucionalidad de ese tipo de prohibición.
La organización anunció que defendería ante la Justicia a cualquier profesor acusado de violar la ley.
El objetivo era encontrar a un docente que estuviera dispuesto a ser el acusado en un juicio para desafiar la norma. Si el caso llegaba a la Corte Suprema, la instancia judicial más alta del país, podría establecer un precedente importante sobre la separación entre el Estado y la religión.

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Al mismo tiempo, en la ciudad de Dayton -cuya población de apenas 1.800 habitantes venía disminuyendo-, líderes empresariales vieron en un posible juicio sobre un tema de tal magnitud una oportunidad para atraer publicidad y reactivar la economía local.
Comenzaron entonces a incentivar a profesores locales a desafiar la ley y aceptar la propuesta de la ACLU.
John T. Scopes, que en ese momento tenía 24 años y enseñaba en Dayton desde hacía un año, aceptó participar.
Era entrenador de fútbol americano en la escuela secundaria del Condado de Rhea -la división administrativa a la que pertenece Dayton-, pero a veces también trabajaba como profesor suplente de ciencias.
En esas clases, usaba el libro de texto obligatorio del Estado, “A Civic Biology”, publicado en 1914 por George William Hunter, que incluía secciones sobre la evolución humana.
Tras ser contactado por los líderes locales, Scopes aceptó admitir que enseñaba la teoría de la evolución y participar en el caso.
Así, en mayo de 1925, fue arrestado por la policía e imputado por un gran jurado por violar la nueva ley.
Estrellas de la acusación y la defensa
La acusación, a favor de mantener la ley y condenar a Scopes, estuvo encabezada por William Jennings Bryan, en representación del Estado.
Abogado, político y orador de renombre, Bryan había sido Secretario de Estado y se había postulado tres veces a la presidencia por el Partido Demócrata.
A lo largo de su extensa carrera, Bryan adoptó varias políticas progresistas y se hizo conocido por su defensa de los derechos de los trabajadores. Sin embargo, también tenía opiniones religiosas conservadoras y apoyaba una lectura fundamentalista de la Biblia.
Bryan estaba involucrado en los esfuerzos a nivel nacional para aprobar leyes que prohibieran la enseñanza de la Teoría de la Evolución.
Rechazaba especialmente la idea del darwinismo social: la aplicación distorsionada de la teoría de Darwin a la sociedad, que sostenía que solo las personas más fuertes estaban capacitadas para sobrevivir. Para Bryan, eso podía fomentar conflictos y perjudicar a los más débiles y pobres.
“Pronunció discursos, hizo lobby y escribió sobre estas leyes en todo el país”, explicó el historiador Edward Larson, profesor de la Universidad Pepperdine, en una conferencia en la Universidad de Tennessee.

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Larson es autor de un libro sobre el juicio: Summer for the Gods: The Scopes Trial and America’s Continuing Debate over Science and Religion (“Verano para los dioses: el juicio de Scopes y el debate continuo de Estados Unidos sobre ciencia y religión”).
Por su parte, el equipo de defensa estuvo liderado por Clarence Darrow, el abogado más famoso de la época. Había alcanzado notoriedad nacional inicialmente como defensor de sindicatos y líderes laborales, y luego por su trabajo en casos penales.
Agnóstico, Darrow defendía la libertad académica y se ofreció a representar a Scopes de forma gratuita.
“Fue la única vez en su vida que se ofreció a actuar gratis”, destaca Larson. “Vio una oportunidad para estar en el centro de atención y desenmascarar la moral fundamentalista, dos cosas que le encantaba hacer”.
Bryan y Darrow, antiguos amigos, se convirtieron en adversarios en el caso.
“Eran dos de los oradores más populares del país”, subraya Larson.
“Bryan y Darrow, litigando sobre cuestiones profundas como ciencia versus religión y libertad académica versus control estatal de la educación, convirtieron el juicio en una verdadera sensación mediática”.

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Aforo máximo en el tribunal
Cuando comenzó el juicio, el 10 de julio de 1925, el caso ya llevaba meses acaparando titulares a nivel nacional.
Más de 200 periodistas de todo el país y del extranjero estaban en Dayton.
Uno de los más famosos, Henry Louis Mencken, del periódico The Baltimore Sun, fue quien acuñó el apodo de “el juicio del mono”.
A pesar de que la teoría de la evolución no sostiene que el hombre desciende del mono -sino que ambos tienen un antepasado común-, Dayton fue inundada con recuerdos e imágenes que aludían a primates.
Un chimpancé, llamado Joe Mendi, deambulaba por las calles vestido con traje, sombrero y bastón.
La ciudad fue tomada por visitantes, curiosos por seguir el juicio. Grupos cristianos organizaban oraciones al aire libre, mientras vendedores ambulantes ofrecían desde bocadillos y limonada hasta souvenirs.
Según la ACLU, más de mil personas se agolpaban cada día dentro del tribunal. Como el lugar tenía capacidad solo para 700 personas y debido al calor, tras algunos días el juez decidió trasladar las sesiones a un área exterior, con espacio para 5 mil espectadores.
“El juicio fue rápido para los estándares actuales, apenas ocho días”, destaca Branch.
A pesar de que nadie negaba que Scopes efectivamente había infringido la ley, el argumento de Darrow, en la defensa, era que dicha ley violaba la Constitución.
Bryan, representando a la acusación, sostenía que la enseñanza de la evolución amenazaba los valores morales ofrecidos por la Biblia.
“Darrow quería luchar contra lo que consideraba un intento de convertir al país en una teocracia intolerante”, dijo en una conferencia en la Universidad Vanderbilt la escritora Brenda Wineapple, autora del libro Keeping the Faith: God, Democracy, and the Trial that Riveted a Nation (“Manteniendo la fe: Dios, democracia y el juicio que cautivó a una nación”).
“Un lugar donde solo una versión de la Biblia podría enseñarse -la literalista y fundamentalista-, y donde la libertad académica sería destruida. Donde entonces se prohibiría la ciencia, se negarían los derechos civiles, y el prejuicio y la ignorancia reemplazarían al conocimiento y la libertad”.

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Los abogados de la defensa querían incluir el testimonio de científicos especializados en evolución y de teólogos, pero el juez negó la solicitud, con el argumento de que lo único que estaba en juicio era si Scopes había violado o no la ley.
“(La defensa) quería demostrar que la ley no tenía realmente un propósito legítimo, y que la evolución no era intrínsecamente opuesta a la religión”, señala Branch.
Entonces, Darrow anunció que llamaría al propio Bryan a testificar, como experto en la Biblia.
Ante el público, le preguntó si creía que Jonás había sido tragado por una ballena o que la Tierra había sido creada en seis días, entre muchas otras preguntas sobre el significado -literal o no- de pasajes bíblicos.
A pesar de saberse la Biblia de memoria y de poseer una oratoria poderosa sobre cómo las Escrituras podían consolar a las personas, Bryan se mostró incapaz de debatir estos temas, y sus respuestas sonaron evasivas.
Demostró ignorancia no solo sobre la Teoría de la Evolución, sino también sobre la propia Biblia.
“Darrow lo sometió a un interrogatorio devastador, que hizo que Bryan pareciera ignorante y complacido con su ignorancia”, afirma Branch.
Humillado, Bryan acusó a Darrow de querer ridiculizar a todos los que creían en la Biblia.
El abogado defensor respondió que su objetivo era impedir que “fanáticos e ignorantes” controlaran la educación del país.
Cinco días después de concluido el juicio, Bryan murió mientras dormía.
Una sentencia que sigue dando que hablar
El jurado tardó menos de diez minutos en tomar su decisión. Como se esperaba, Scopes fue declarado culpable de violar la Ley Butler y condenado a pagar una multa de 100 dólares (equivalente a unos US$1.800 en valores actuales).
La defensa apeló la decisión, y el caso llegó a la Corte Suprema de Tennessee. Allí, los jueces anularon el veredicto y el pago de la multa por una cuestión técnica, aunque mantuvieron la constitucionalidad de la ley.
A pesar de no haber logrado llevar el caso ante la Corte Suprema de EE. UU. ni de haber conseguido que la ley fuera declarada inconstitucional, la defensa fue considerada victoriosa en el debate intelectual, según varios investigadores que han estudiado el juicio y su repercusión.
Tras el juicio, decenas de propuestas en diferentes estados que intentaban prohibir la enseñanza de la evolución fueron derrotadas, y solo dos proyectos de ley similares fueron aprobados en los años siguientes.
Sin embargo, la Ley Butler no fue derogada hasta 42 años después, en 1967.
La enseñanza de la evolución en las escuelas estadounidenses siguió enfrentando ataques en las décadas posteriores. En lugar de prohibiciones, diferentes esfuerzos intentaron “equilibrar” las clases incluyendo el creacionismo o el diseño inteligente (una creencia que cuestiona la evolución y sostiene que el universo y los seres humanos fueron creados por una inteligencia superior), pero estas iniciativas fueron rechazadas por los tribunales.
Otra estrategia más reciente en varios estados, según Branch, ha sido intentar debilitar la enseñanza de la evolución permitiendo que los docentes presenten el tema como si fuera científicamente controvertido —aunque no hay evidencia de que los profesores estén adoptando esa postura.
Branch afirma que, a pesar de que persisten algunos intentos de socavar la enseñanza de la evolución en las escuelas públicas de EE. UU., las investigaciones indican que dicha enseñanza se ha ampliado y fortalecido.
“(Las encuestas indican que) incluso entre los fundamentalistas, la evolución es cada vez más aceptada”, dice Branch.
“En 1988, solo el 8 % de los fundamentalistas decía aceptar la evolución. En 2019, eran el 32 %”, afirma, citando un estudio de 2021 del cual es coautor.
Cien años después, muchas de las cuestiones planteadas durante el juicio de Scopes siguen vigentes, en un contexto de guerras culturales, profunda polarización en Estados Unidos y debates sobre ciencia, educación, el papel de la religión en la política y los valores que definen a la nación.
A lo largo de las décadas, el caso ha inspirado decenas de libros y ganó aún más notoriedad con la película “El viento será tu herencia” (1960), basada en la obra de teatro del mismo nombre.
El centenario está siendo conmemorado con eventos en todo el país, entre ellos seminarios en varias universidades y una celebración especial en Dayton.
“La respuesta dividida y polarizada sobre cuestiones como las que planteó aquel juicio continúa hasta hoy”, dijo Larson en uno de esos eventos, en la Universidad de Tennessee, en Knoxville.
“El juicio de Scopes se ha convertido, con sus innumerables reinterpretaciones, en parte del folclore estadounidense. Decenas de procesos han sido llamados ‘el juicio del siglo’, pero solo Scopes ha estado realmente a la altura de esa etiqueta, pues sigue resonando no solo en el siglo pasado, sino también en este”.

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Cortesía de BBC Noticias
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