Durante más de un siglo, la imagen del dinosaurio ha estado envuelta en un aura de rugidos aterradores, de criaturas colosales que hacían temblar la tierra con su voz. Pero un nuevo hallazgo paleontológico podría poner fin a ese mito sonoro. En una cantera del norte de China, un equipo de investigadores ha desenterrado los restos extraordinariamente conservados de una criatura que no solo desafía lo que sabíamos sobre ella, sino también sobre cómo sonaban los dinosaurios.
El protagonista de esta historia es Pulaosaurus qinglong, un pequeño herbívoro bípedo de poco más de 70 centímetros de largo. Su nombre, que rinde homenaje a un mítico dragón chino que “grita con fuerza”, no es casual: este dinosaurio extinto hace más de 160 millones de años poseía una estructura vocal que lo acerca más a los pájaros modernos que al temible Tyrannosaurus rex de las películas.
El hallazgo, publicado en la revista científica PeerJ por Yang, King y Xu, ha captado la atención internacional por una razón muy concreta: el fósil incluye elementos osificados del aparato laríngeo, una rareza absoluta en el registro fósil de los dinosaurios. Hasta ahora, solo se había documentado una laringe similar en un Pinacosaurus, un dinosaurio acorazado del Cretácico. Que ahora aparezca otra, y en un linaje tan distinto, ha hecho saltar las alarmas entre los paleontólogos.
Un aparato vocal que reescribe la historia
El fósil de Pulaosaurus, procedente de la Formación Tiaojishan del Jurásico Superior, en la provincia china de Hebei, está tan bien conservado que los investigadores pudieron estudiar no solo la mayoría de su esqueleto, sino también sus estructuras más delicadas. Entre ellas destacan los cartílagos laríngeos osificados: hojas gráciles y afiladas que, en la actualidad, se asocian con la producción vocal en aves.
Este tipo de estructuras, raramente fosilizadas, sugieren que Pulaosaurus era capaz de emitir sonidos complejos, probablemente más cercanos a un canto o un gorjeo que a un rugido. En otras palabras: este pequeño dinosaurio del Jurásico podría haber llenado su entorno de trinos, zumbidos y chirridos parecidos a los de los pájaros actuales.
Y eso no es todo. Dentro del fósil, los científicos también encontraron restos de contenido estomacal (cololitos), lo que ofrece una rara ventana a su dieta y comportamiento. Pero sin duda, el verdadero tesoro fue su aparato vocal: una pista inusual que lanza una nueva hipótesis sobre cómo se comunicaban estos animales.

El silencio de los rugidos
Aunque Hollywood se empeñe en lo contrario, los grandes dinosaurios probablemente no rugían. Así lo sostienen cada vez más estudios. La ausencia generalizada de laringes fosilizadas había mantenido este aspecto como un misterio hasta ahora. Sin embargo, el descubrimiento de Pulaosaurus sugiere que algunos dinosaurios contaban con aparatos vocales sofisticados, más parecidos al de las aves que al de los reptiles actuales.
Esto abre un escenario fascinante: ¿y si los bosques jurásicos no estaban llenos de rugidos, sino de chillidos, llamadas guturales, gorjeos y reverberaciones bajas? Algunos investigadores ya especulan con que los sonidos de los dinosaurios eran más parecidos a los de los casuarios australianos o incluso a los zumbidos subacuáticos de los cocodrilos actuales.
Las aves modernas, descendientes directas de los dinosaurios terópodos, producen sonidos mediante un órgano llamado siringe, mientras que los reptiles actuales emplean la laringe. Que un dinosaurio tan antiguo y alejado evolutivamente como Pulaosaurus tenga un aparato vocal desarrollado podría indicar que la capacidad de vocalización era mucho más común de lo que se pensaba.
La voz del Jurásico: ¿qué sonidos emitía realmente?
Aunque los investigadores no pueden reconstruir con precisión el sonido que emitía Pulaosaurus, debido a la deformación de su mandíbula, sí pueden inferir cómo habría sido su sistema acústico. Al contar con una laringe osificada y estructuras similares a las de los pájaros, es posible que este dinosaurio comunicara con chirridos agudos, llamadas territoriales o cantos para atraer pareja.
Es un cambio radical respecto a la imagen popular. Este pequeño herbívoro no abría la boca para emitir rugidos ensordecedores como los que retumban en las salas de cine. Más bien, habría emitido sonidos sutiles, quizás apenas audibles para nosotros, pero con funciones vitales para su especie: comunicación social, advertencia de peligros o cortejo.
Además, el hallazgo de su laringe sugiere que otras especies extintas podrían haber tenido órganos vocales similares que no han sido identificados correctamente o que, sencillamente, no se han conservado. Esto obliga a los paleontólogos a reconsiderar muchos fósiles ya estudiados bajo una nueva perspectiva: la posibilidad de que el canto no fuera una rareza en los dinosaurios, sino una norma.

Lo que aún nos pueden decir los fósiles
El caso de Pulaosaurus qinglong no solo revoluciona la paleontología por lo que nos dice sobre el sonido, sino también por su ubicación evolutiva. Este pequeño dinosaurio pertenece al grupo de una rama que, curiosamente, estaba ausente en la Biota Yanliao de China… hasta ahora.
Su descubrimiento en la Formación Tiaojishan llena un vacío evolutivo y biogeográfico, y obliga a los científicos a reescribir parte de la historia de esta región, considerada uno de los yacimientos fósiles más ricos del Mesozoico.
El esqueleto de Pulaosaurus, excepcionalmente conservado, incluye además un conjunto de detalles anatómicos únicos: desde cinco dientes premaxilares hasta un proceso obturador peculiar en la pelvis. Pero son sus cartílagos laríngeos los que lo convierten en una verdadera joya paleontológica, al proporcionar una de las pistas más importantes sobre cómo sonaban estos animales.
Una sinfonía olvidada
Todo apunta a que el mundo de los dinosaurios era menos un festival de rugidos y más una sinfonía de sonidos variados, sutiles y adaptados al entorno. Algunos, como los hadrosaurios con crestas resonadoras, habrían emitido llamadas profundas y largas; otros, como Pulaosaurus, chirridos agudos. Los más pequeños, quizá, trinos parecidos a los de los pájaros modernos. Y los gigantescos saurópodos, tal vez, comunicaban mediante vibraciones de baja frecuencia que hoy apenas podríamos percibir.
Lo que una vez se interpretó como un mundo de monstruos rugientes, puede haber sido en realidad un bosque lleno de cantos, zumbidos y susurros. Este descubrimiento no solo cambia cómo imaginamos a los dinosaurios: también los humaniza. Nos permite imaginar un momento en el que, al amanecer del Jurásico, un pequeño Pulaosaurus emitía su canto entre los árboles, buscando a los suyos.
Cortesía de Muy Interesante
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