La sorprendente ciencia del bienestar en el mundo antiguo: cómo griegos y romanos cultivaban la salud hace más de 2.000 años (y sabían cuidarse mejor que nosotros)

Mucho antes de las dietas detox, los gimnasios 24 horas y los relojes inteligentes que monitorizan nuestro sueño, ya existía una profunda preocupación por la salud. En el corazón de la civilización grecorromana, el bienestar no era una moda pasajera ni un privilegio de influencers: era una ciencia compleja y, en muchos aspectos, sorprendentemente avanzada.

Los antiguos médicos, como Hipócrates, Galeno o Diocles, no solo prescribían remedios para curar enfermedades, sino que elaboraban completas guías de vida saludable, con una precisión que puede resultar abrumadora incluso para nuestros estándares. Para ellos, la salud era un equilibrio dinámico entre el cuerpo, el entorno y las costumbres, una danza delicada entre estaciones, humores y hábitos diarios.

Si bien no tenían microchips ni suplementos vitamínicos, sí contaban con algo que, a menudo, se nos escapa: una visión integral del ser humano como parte de su entorno natural, cultural y espiritual.

Una salud hecha a medida: la medicina personalizada del pasado

Uno de los aspectos más fascinantes del pensamiento médico antiguo es su insistencia en la personalización. No existía una fórmula única para todos. El tratamiento y el estilo de vida recomendados variaban en función de la edad, el sexo, la estación del año, el clima e incluso el temperamento del paciente.

Para un joven robusto del campo, el consejo podía ser intensificar la actividad física y reducir los alimentos húmedos. Para un anciano de ciudad, se proponía justo lo contrario: evitar el ejercicio excesivo, comer alimentos más densos y dormir más. Cada cuerpo era un mundo, y cada mundo requería su propio equilibrio.

Este enfoque individualizado anticipa, de forma asombrosa, la medicina de precisión que hoy comienza a desarrollarse con tecnologías punteras. Mientras nosotros confiamos en algoritmos, los médicos antiguos confiaban en la observación minuciosa y la experiencia acumulada durante generaciones.

El mundo antiguo concebía el cuerpo como un reflejo del equilibrio entre fuerza, salud y armonía interior
El mundo antiguo concebía el cuerpo como un reflejo del equilibrio entre fuerza, salud y armonía interior. Foto: Wikimedia

El sexo como medicina: entre la moderación y la energía vital

Pocos imaginarían que el mundo clásico tenía normas detalladas sobre la frecuencia ideal de las relaciones sexuales. Para los antiguos médicos, el cuerpo humano era un sistema de energías y fluidos que debían mantenerse en proporciones exactas, y la actividad sexual se consideraba una poderosa forma de regular ese sistema.

Se creía que el exceso de relaciones debilitaba el cuerpo, vaciándolo de su “energía vital”, mientras que la abstinencia prolongada podía causar acumulaciones dañinas. Por ello, se recomendaban ritmos de actividad íntima según la edad, el estado físico y, sobre todo, la estación del año. En verano, con el calor drenando energías, se aconsejaba reducir la frecuencia. En invierno, en cambio, se permitía algo más de indulgencia.

Esta visión del sexo como algo más que placer —como un factor determinante del equilibrio corporal— puede parecer exótica hoy, pero subraya la sofisticación con la que se entendía el cuerpo humano en la antigüedad.

La vida ideal… solo al alcance de los privilegiados

Aunque el conocimiento médico estaba relativamente difundido en el mundo grecorromano, llevar una vida perfectamente saludable era, en la práctica, una opción reservada a unos pocos. Los manuales de salud más detallados, como los de Diocles, proponían rutinas tan meticulosas que resultaban imposibles de seguir para quienes tenían que trabajar.

Despertar con los primeros rayos del sol, realizar ejercicios suaves, asearse con esponjas templadas, desayunar alimentos ligeros, dormir una siesta al mediodía, pasear al atardecer… Cada momento del día estaba regimentado con precisión quirúrgica. Pero esta vida idílica solo era viable para ciudadanos ricos, liberados de las exigencias del trabajo manual o las obligaciones del mercado.

Aun así, el ideal de una vida dedicada al equilibrio, al autocuidado y a la contemplación fue profundamente influyente, incluso en los siglos posteriores. La idea de que la salud debe ocupar un lugar central en la vida —no como excepción, sino como norma— tuvo su origen en estos textos y prácticas antiguas.

Menos músculos, más armonía

Frente a la obsesión contemporánea por cuerpos esculpidos y rutinas extenuantes, los médicos antiguos desconfiaban del ejercicio extremo. Los atletas profesionales, especialmente los gladiadores y luchadores, eran vistos como ejemplos de desproporción: su desarrollo muscular se percibía como un exceso, un desequilibrio que comprometía la salud.

La mayoría de las recomendaciones apuntaban al ejercicio moderado, especialmente caminatas al aire libre, juegos con pelotas o ejercicios gimnásticos de bajo impacto. La prioridad era mantener al cuerpo activo y flexible, sin forzarlo más allá de su equilibrio natural.

Esta mentalidad contrasta drásticamente con los estándares de hoy, donde se glorifican los cuerpos extremos y se minimiza el daño colateral del sobreentrenamiento o la obsesión estética. Los griegos y romanos, al parecer, entendieron algo que todavía nos cuesta asimilar: no se trata de verse fuerte, sino de estar en armonía con uno mismo.

En esta ánfora panatenaica se representa a algunos atletas corriendo, capturados en pleno esfuerzo durante una competición a pie
En esta ánfora panatenaica se representa a algunos atletas corriendo, capturados en pleno esfuerzo durante una competición a pie. Foto: Wikimedia

¿Caminar desnudos para perder peso?

Aunque pueda parecer una excentricidad, algunos médicos antiguos creían que andar desnudos —sí, sin ropa alguna— ayudaba a perder peso. La lógica era sencilla: al exponer el cuerpo al aire, se facilitaba la evaporación de líquidos, y con ello, la “purga” de humores y excesos.

En la antigua Grecia, el ejercicio desnudo era habitual, especialmente en los gimnasios y palestras, donde se celebraban competiciones atléticas sin ropa, algo totalmente natural dentro del contexto cultural de la época. Lejos de ser un acto provocador, la desnudez era parte de un ideal de salud y pureza corporal.

Aunque hoy nos parezca imposible trasladar esa práctica a nuestro estilo de vida, sí refleja una visión más abierta, desinhibida y natural del cuerpo humano. La salud no era una batalla contra el cuerpo, sino una alianza con él.

Un legado olvidado (y muy actual)

El bienestar, en el mundo antiguo, no era solo la ausencia de enfermedad. Era un compromiso consciente con la vida: con lo que se comía, con cómo se dormía, con cuánto se caminaba o con quién se compartía el lecho. Cada decisión diaria formaba parte de un proyecto mayor: mantenerse en equilibrio con uno mismo y con el mundo.

Hoy, en medio de una industria del bienestar que muchas veces reduce la salud a cifras y métricas, vale la pena mirar atrás. Los griegos y romanos nos recuerdan que el cuidado del cuerpo comienza con algo más básico que una app o una rutina: con la atención plena, el conocimiento del entorno y, sobre todo, el respeto por nuestra propia naturaleza.

Cortesía de Muy Interesante



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