Encuentran la primera huella intacta de un alfarero egipcio de 4.000 años en una ‘casa del alma’: un hallazgo único que revela la vida oculta de los artesanos del Antiguo Egipto

En ocasiones, los descubrimientos arqueológicos no solo nos hablan de grandes faraones o templos monumentales, sino de las manos anónimas que moldearon el mundo cotidiano del Antiguo Egipto. Uno de esos momentos de conexión directa con el pasado ha tenido lugar en el Fitzwilliam Museum de Cambridge, donde un equipo de especialistas ha identificado la huella completa de una mano humana de hace 4.000 años en la base de un curioso objeto funerario: una “casa del alma”. Este hallazgo, revelado por el propio museo en su comunicado de prensa oficial, servirá como pieza estrella de la próxima exposición “Made in Ancient Egypt”, que abrirá sus puertas el 3 de octubre de 2025.

Lejos de tratarse de un mero detalle técnico, esta marca es un raro testimonio de la vida de los artesanos que trabajaban en el Egipto Medio, un periodo que abarca aproximadamente entre 2055 y 1650 a.C. En aquel entonces, el país de los faraones estaba lleno de talleres donde se elaboraban objetos rituales, muchos de ellos humildes en apariencia, pero cargados de significado espiritual. La huella, hallada en el reverso de una maqueta funeraria, nos traslada directamente al instante en que un alfarero, probablemente un hombre sin nombre para la Historia, tomó la pieza aún húmeda para trasladarla fuera de su taller antes de que la arcilla pasara por el fuego.

La vida oculta de las “casas del alma”

Las “casas del alma” eran pequeños modelos de arcilla con forma de vivienda, generalmente de dos plantas, con pilares, escaleras y un patio abierto en el que se colocaban ofrendas alimenticias. Panes redondos, lechugas y cabezas de buey —reproducidos toscamente en miniatura— formaban parte de un ritual que buscaba garantizar el sustento del difunto en el más allá. Según los especialistas, estas piezas cumplían una doble función: eran bandejas de ofrendas y, al mismo tiempo, una especie de “casa simbólica” donde el espíritu del muerto podía reposar o regresar.

El ejemplar que protagoniza este hallazgo ha sido estudiado con minuciosidad por los conservadores del Fitzwilliam Museum. La investigación ha permitido reconstruir su proceso de fabricación: el alfarero construyó primero un armazón con finos palos de madera, que luego recubrió con barro del Nilo. Las escaleras y pilares se modelaron a mano, simplemente pellizcando la arcilla húmeda. Una vez lista la estructura, la pieza se introdujo en el horno, donde el fuego consumió el esqueleto de madera y dejó huecos vacíos en su interior, dando esa apariencia frágil y esponjosa tan característica de estas maquetas.

La marca de la mano apenas se percibe en la zona más baja del reverso de la maqueta funeraria. Foto: The Fitzwilliam Museum/Universidad de Cambridge

Lo excepcional de este hallazgo radica en que la huella no estaba a la vista. Quedaba oculta en la base de la pieza, como si el tiempo hubiera querido reservar un guiño silencioso para los arqueólogos del futuro. No era un gesto ceremonial ni una marca de autor; simplemente, la consecuencia de un acto cotidiano que sobrevivió milenios en el barro cocido.

La importancia de un gesto cotidiano

Los expertos señalan que, aunque se conservan innumerables fragmentos de cerámica egipcia, las huellas completas de sus creadores son extremadamente raras. Lo habitual es encontrar rastros parciales, como impresiones de dedos en el barniz o marcas involuntarias en superficies internas. La aparición de una mano entera en un objeto funerario convierte a este hallazgo en un testimonio íntimo de la relación entre el artesano y su obra.

Estos pequeños descubrimientos aportan una perspectiva diferente a la historia del Antiguo Egipto. Más allá de los faraones y las tumbas reales, existía un mundo de trabajadores, albañiles, canteros y alfareros que sostenían la vida cotidiana y los rituales funerarios. Sus nombres no quedaron grabados en la piedra, pero gestos como esta huella nos recuerdan su humanidad.

En la sociedad egipcia, el trabajo del barro era considerado modesto. Los textos antiguos comparaban a los alfareros con cerdos revolcándose en el lodo, una muestra del escaso prestigio que disfrutaban pese a la importancia de su oficio. Sin embargo, esas manos anónimas fueron esenciales para crear los recipientes, maquetas y ofrendas que poblaban los enterramientos. Cada pieza era parte de un engranaje espiritual que unía el mundo de los vivos con el de los muertos.

La maqueta funeraria mostraba dos niveles sostenidos por hileras de pilares y una escalera que ascendía hasta la segunda planta y el tejado. Foto: The Fitzwilliam Museum/Universidad de Cambridge

Un viaje directo al taller de hace cuatro milenios

El hallazgo no solo tiene valor arqueológico, sino también narrativo. La imagen de aquel alfarero trasladando con cuidado la maqueta, sintiendo el barro fresco en las palmas, nos ofrece una conexión emocional con un instante fugaz del pasado. Ese momento, que en su día fue rutinario e invisible, ha quedado congelado por cuatro milenios para hablarle al presente.

La exposición busca precisamente rescatar estas historias humanas. A través de objetos cotidianos, modelos inacabados, documentos como órdenes de trabajo o recibos, y ahora con esta huella anónima, la muestra pretende dar voz a los artesanos que rara vez figuran en los libros de Historia. Lejos de los esplendores dorados de Tutankamón, la exposición revela la vida de quienes modelaban barro, pulían piedra y decoraban tumbas sin esperar fama ni reconocimiento.

Este hallazgo es también un recordatorio de que la arqueología no siempre depende de descubrimientos grandilocuentes. A veces, un simple rastro de barro endurecido es capaz de abrir una ventana más clara que cualquier inscripción monumental, mostrando el lado humano de una civilización que solemos ver solo a través de sus élites.

Cuando la exposición abra sus puertas en Cambridge, visitantes de todo el mundo podrán acercarse a esta pieza y observar la huella en silencio, imaginando el instante en que alguien, hace 4.000 años, sostuvo la casa del alma entre sus manos y sin saberlo dejó un mensaje para la eternidad.

Cortesía de Muy Interesante



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