En su primer libro, Los armarios vacíos, Annie Ernaux escribe: “Me he puesto un vestido muy corto, después de echarme en las piernas un mejunje a base de achicoria para broncearlas”. Su autoficción, que evoca un verano de provincias francés a finales de los cincuenta, confirma que los inventos para presumir de piel dorada no son ni recientes ni exclusivos de la Península. Frente al sucedáneo del café que usaba la ganadora del Nobel, aquí siempre ha gustado tirar del ingrediente estrella de nuestra gastronomía: “Recuerdo utilizar aceite de oliva virgen directamente sobre la piel para ‘potenciar’ el moreno”, dice María Almendros, almeriense de 37 años, que se lo untaba porque todas en su clase lo hacían. “Antes de tumbarme al sol, yo me echaba crema Nivea, la de la caja azul, porque se suponía que al ser grasa hacía de lupa y te ponías más morena”, confiesa Ana Pozo, madrileña de 38 años. Otras recuerdan mezclar esa misma crema con Mercromina, colocarse frente a espejos para multiplicar la radiación, tomar el sol en el agua o empezar la jornada con una potente exfoliación para que la piel estuviera más sensible. Coca-Cola, zumo de zanahoria, de limón o miel rebajada, la lista de la compra de algunos de los que tomaban el sol en los ochenta o noventa era tan variada como letal para la piel. A casa se llevaban un bonito rebozado cutáneo cuando esos mejunjes entraban en contacto con la arena de la playa, quizá alguna quemadura y, sin duda, un daño solar sobre la piel de recuerdo para toda la vida.
El tono del bronceado siempre ha sido una cuestión política. Durante siglos fue marcador de clase: desde la palidez aristocrática de los que podían echar el día al resguardo de sus palacios, hasta el viraje de hace 100 años, cuando pasó a significar todo lo contrario. Así lo señala Nathalie Chahine en La belleza del siglo. Los cánones femeninos en el siglo XX: “En Estados Unidos, a partir de 1919, el entusiasmo por el deporte admite un ligero bronceado durante el verano. Se le reconoce el mérito de embellecer la piel y de resaltar el resplandor de los ojos y los dientes. En Francia, Coco Chanel y Jean Patou lanzan en 1925 la moda del bronceado seguida por la élite afortunada que pasa sus vacaciones en Deauville o en la Costa Azul”. Aunque el verdadero furor se dio unas décadas más tarde. En Francia, la dictadura de la tez pálida no se vio seriamente amenazada hasta la implantación de las vacaciones pagadas como derecho laboral en 1936. En España pasó algo parecido, pero más tarde, a partir de que en 1965 las vacaciones se ampliaran a 15 días.

Desde entonces y durante varias décadas hemos asistido a un desfile de cuerpos cada vez más morenos como sinónimo de veranear (que no vacacionar, que es algo mucho más restringido en el tiempo). En invierno, el colmo de lo chic era volver de una escapada a esquiar con la marca de las gafas tatuada en la cara bronceada por el sol de la montaña. En Sevilla, donde cuando quieren a esnobismo no les gana nadie, se puso de moda la expresión ‘moreno de azotea’. Con ella etiquetaban a aquellos que, al no tener casa en la playa a la que viajar, se asomaban al balcón para coger algo de sol antes de que empezara la Feria. “Hay un componente cultural y aspiracional muy fuerte vinculado al bronceado”, recuerda Clara Pi, directora de Comunicación de Stanpa (Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética), porque “durante décadas, una piel morena se ha asociado a salud, ocio y estatus social”.

Echando la vista varios milenios atrás, distintas culturas relacionaron al sol con lo divino, la creación o la salud; el astro ha sido central para diversas religiones y mitologías. Del Ra de los egipcios al Helios de los griegos, pasando por el Inti de los incas. Solo que el mundo siguió girando y la ciencia evidenció que exponerse a sus rayos era un comportamiento nocivo. Costó que cambiaran las mentalidades, pero la idea ya se extiende. Según un estudio realizado este año entre Stanpa y la consultora Kantar, un 65% de los españoles usa fotoprotección “siempre o a menudo”. Una cifra mucho más alta que la de países vecinos como Italia (51%) o Francia (41%). Según el mismo informe un 92% conoce el riesgo de quemarse, un 90% sabe que eso le puede acarrear un cáncer de piel y un 87%, que además produce arrugas (y a veces esto último es el argumento más potente). Aunque cabe recordar que el cáncer de piel es uno de los que más crecen, indica la doctora Yolanda Gilaberte, presidenta de la Academia Española de Dermatología y Venereología: “Se prevé un ascenso del 40% de la incidencia hasta 2050 a nivel global”. La buena noticia es que se puede esquivar: “Se sabe que el principal factor de riesgo de estos cánceres es evitable y está relacionado con las radiaciones ultravioletas, en su mayor parte procedentes de la exposición solar excesiva”, indican desde la Asociación Española Contra el Cáncer, “es importante tomar conciencia de la importancia de establecer las adecuadas medidas de protección: evitar la exposición solar intensa, protegerse la piel y usar cremas fotoprotectoras”. Fácil, ¿no?

La realidad alternativa de la posverdad
Seguramente no sea casual que en los primeros borradores de la reforma fiscal de Trump, su Big Beautiful Bill, propusiera quitar el impuesto especial con el que se gravaba a los locales de rayos UVA. Su propio secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., es cliente de este tipo de establecimientos, pese a que hace tiempo que la OMS los clasificó en el grupo uno de carcinogénicos, junto al tabaco. Pero en el nuevo gobierno de Estados Unidos gusta poco la OMS y mucho más una piel bien curtida por el sol.
Tampoco les convencen las cremas protectoras, sobre las que arrojan la sospecha de ser peores que el sol (que, al fin y al cabo, es natural) por estar hechas con químicos. “Solía pensar que el sol es malo, pero ahora creo que las cremas solares también lo son”, decía en uno de sus programas el podcaster libertario Joe Rogan, el más escuchado del mundo. Reddit está lleno de hilos sobre los tóxicos y en TikTok cada cierto tiempo se viraliza algún vídeo en el que se defiende el callo solar. La lista de teorías es infinita. Por ejemplo, que el sol es capaz de matar a las células cancerígenas o que exponerse a él genera colágeno. Si lo miras directamente 60 minutos al amanecer cargarás la batería interna porque “no quieren que lo sepas, pero tu cuerpo fue hecho para el sol”, afirma con los ojos enrojecidos Juergen Horn, un “sanador de energía somática”, según su perfil en Instagram con más de 600.000 seguidores.

Las derivadas pueden ser complicadas, pero no hace falta indagar muy profundamente algunos de los perfiles que propagan estos bulos solares para encontrar mensajes reaccionarios, en muchos casos directamente ligados a la ultraderecha. Es evidente que el bronceado vuelve a estar de moda entre ciertos círculos de poder, “solo que esta vez no se trata solo de verse bien, sino de abrazar una ideología”, analizaba hace unos días la periodista de The Atlantic Yasmin Tayag. “Se ha convertido en un símbolo de desafío: a las recomendaciones de salud, a la ciencia establecida y al envejecimiento mismo”, añadía.
Negarse a protegerse del sol, desde la óptica de estas narrativas anticientíficas, implica una resistencia a las recomendaciones de salud pública que no está exenta de un posicionamiento ideológico.
Estrella Gualda, Catedrática de Sociología en la Universidad de Huelva
No sorprende que desde las derechas radicales se planteé un rechazo al statu quo que había en torno al sol, apunta Estrella Gualda, Catedrática de Sociología en la Universidad de Huelva y Académica de Número de la Academia Iberoamericana de La Rábida: “Los mensajes tienden a difundir una simbología corporal dicotómica muy simplista. Por una parte, broncearse sin cremas se equipara falsamente en las narrativas políticas a la fuerza, la naturalidad, la vitalidad y la salud; frente a los cuerpos ‘artificiales’ invadidos a través de la piel por unas cremas que los envenenan. De esta forma, el negacionismo de la fotoprotección solar implica un rechazo y un desafío a la estética predominante, orientada por avisos sanitarios, y un acto de libertad. Se trata de una rebeldía frente a lo woke o lo progre, según sus discursos”. Si desde la cultura predominante se propugna el respeto a la diversidad y una aceptación de la propia piel, los negacionistas, “instrumentalizan la idea del bronceado natural como estrategia anti-woke, destinada a denostar a los contrincantes políticos”, añade Gualda. “Negarse a protegerse del sol, desde la óptica de estas narrativas anticientíficas, implica una resistencia a las recomendaciones de salud pública que no está exenta de un posicionamiento ideológico”.

En un mundo agitado en el que la indignación y el miedo generan clics, es decir, dinero, el caso del bronceado tenía todas las papeletas para protagonizar su propia confabulación. También muchas para convertirse en bandera identitaria y en nuevo argumento político. “Creo que no hay nada culturalmente neutral, por lo que incluso el bronceado es un tema político, como los tatuajes o los piercings”, razona la periodista de belleza de d la Repubblica Susanna Macchia, que hace unas semanas también analizaba el fenómeno en su newsletter. “Todavía hay mucha ignorancia sobre el daño solar, y es fácil que un tema tan complejo gane popularidad entre los teóricos de la conspiración, entre quienes ven conspiraciones por todas partes”.

Conspira y viraliza
“Existe una creencia generalizada que ha cuajado mucho dentro de una parte de la sociedad y que parte de la idea de que el sistema falla y nos engaña”, analiza Marc Amorós, periodista y autor de ¿Por qué las fake news nos joden la vida? “Esta idea generalizada de que vivimos engañados por un sistema corrupto que solo busca su propio beneficio nutre buena parte de las teorías conspirativas que van contra evidencias científicas. El terraplanismo es quizás el ejemplo más extremo, pero dentro de este marco de pensamiento tienen cabida teorías negacionistas del cambio climático, de las vacunas o de la medicina en general. Se viralizan con mucho éxito porque ofrecen un paquete emocional reconfortante para quien decide creer en ellas. Son creencias fáciles de comprender que ofrecen explicaciones simples o esperanzas alcanzables a problemas complejos”. Además de viralizar, las redes sociales crean comunidad y un sentimiento de identidad, otra pata fundamental para entender a los negacionistas, prosigue Amorós: “Quienes apuestan por casarse con estas teorías se sienten elegidos para acceder a una verdad que los demás no vemos o no logramos aceptar porque vivimos engañados por el sistema. Sentirse elegidos y dueños de una verdad oculta que da sentido al fastidio que supone la realidad es un motor imparable para su adopción y posterior viralización”.

Aunque en España se imponen los mensajes de las autoridades sanitarias, también hay jóvenes que ya están buscando cuál es el índice UV a cada hora del día para exponerse en los momentos en los que el sol sea más dañino. O padres analizando con aplicaciones dudosas los ingredientes del fotoprotector que van a comprar para sus hijos “para evitar tóxicos”. Y un 21% de los encuestados para el informe de Kantar no utiliza nunca fotoprotectores. Porque la desinformación permea y legítimamente hace titubear. “Todo esto no es inocuo”, advierte Clara Pi, “al sembrar dudas sobre prácticas seguras y efectivas, esta desinformación puede llevar a conductas de riesgo, como exponerse al sol sin protección, lo que a largo plazo pone en peligro la salud pública. No obstante, aunque las redes sociales amplifican estas voces, representan a una minoría”, recuerda poniendo la nota optimista.
Puede parecer redundante, pero no está de más repetirlo: “Los filtros solares son ingredientes regulados y su eficacia y seguridad está avalada por el Reglamento Cosmético Europeo y el Comité Científico para la Seguridad de los Consumidores”, señala el informe Verdades al sol. El documento es el resultado de una colaboración conjunta de entidades como Stanpa, la Academia Española de Dermatología y Venereología o el Consejo General de Colegios de Farmacéuticos y acompaña a todo un despliegue de información clara para atajar las dudas razonables que puedan surgir sobre esta materia tan compleja y transversal como es el bronceado.
Cortesía de El País
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