Un libro publicado en 1996 fue la chispa que activó el cambio en la consideración de esas personas que ven y sienten cada detalle y que se emocionan, entusiasman o preocupan –aparentemente– demasiado. Se trataba de The Highly Sensitive Person (La persona altamente sensible), editado en España, en 2006, con el título de El don de la sensibilidad. Su autora, la psicóloga estadounidense Elaine Aron, ya había perfilado este rasgo de la personalidad en trabajos realizados desde 1991, junto con su marido, el también psicólogo Arthur Aron. Pero sería dicho libro el que, traducido y publicado por todo el planeta, daría relevancia al concepto de persona altamente sensible o PAS.
Nacía así una corriente teórica que se ha extendido internacionalmente y ha dado lugar a asociaciones de gente identificada con el perfil psicológico definido por Aron. Muchos profesionales lo incluyen ya en sus terapias. Y, para miles de personas, ha significado una luz en su perspectiva de vida: de sentirse unos bichos raros –incluso enfermos– han pasado a reconocerse como integrantes de un grupo humano con una dimensión específica de la personalidad que, según algunas encuestas, representaría alrededor de un 20 % del total de la población mundial.
Si bien el fenómeno es ante todo occidental, ya que en otras culturas, sobre todo asiáticas, los hombres y mujeres con este perfil sí han sido tradicionalmente aceptados, hasta muy respetados.
¿Un rasgo o un trastorno? El debate sigue abierto
Por ahora, esta toma de conciencia continúa, mientras que los PAS se afanan por conseguir un reconocimiento pleno como axioma de la psicología por parte de lo que podríamos denominar establishment científico y psiquiátrico de ministerios y sistemas de sanidad. Aunque los terapeutas que ya tienen en cuenta esta perspectiva son muy numerosos, y a pesar de que hay estudios, como el de la neurocientífica Bianca Acevedo, que demuestran claras diferencias funcionales en los cerebros de estas personas –especialmente en la ínsula y el sistema de neuronas espejo–, el término PAS aún no es, por así decirlo, oficial.
El quid de la cuestión es que se defina y admita como un rasgo de la personalidad de origen fisiológico, y no un trastorno. “En lugar de ser simplemente un tipo de persona, como quien es tímido o extrovertido, la PAS se define por tener un sistema nervioso hipersensible”, especifica Aron.

¿Nacemos PAS o nos hacemos así?
Asimismo, defiende su origen genético, algo que apoyan muchos de sus seguidores, aunque no lo afirmen de forma taxativa. “Personalmente, creo que es hereditario, pero cierto es que un trauma de cualquier tipo lo puede despertar, disparar o intensificar”, opina Karina Zegers de Beijl, presidenta de la Asociación de Personas con Alta Sensibilidad de España (APASE), coach acreditada por Aron y autora de libros especializados en el tema.
El cuestionamiento de este supuesto lo expresa José Luis Carrasco, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense y director científico de la Unidad de Personalidad y Comportamiento del Hospital Ruber Juan Bravo (Madrid): “El exceso de sensibilidad interpersonal tiene bases biológicas en ciertas estructuras del cerebro, como la amígdala, el hipocampo y el córtex cingulado, pero esto no indica que sea genético. Estas áreas se desarrollan a lo largo de los primeros años de vida y están muy influenciadas por los acontecimientos con carga emocional que se experimentan durante la infancia”.
Así, el origen de la alta sensibilidad sigue en entredicho. “Los estudios con gemelos criados en ambientes distintos arrojan datos a favor de su transmisión de padres a hijos. Y aun cuando hay mucha evidencia científica a favor de esta hipótesis, es difícil de comprobar en el caso de los adultos sin haberles hecho un seguimiento desde su niñez”, comenta David G. Alcaraz, coach y bloguero especializado en PAS.
Cuatro letras para entenderlo todo: PSES
Lo que sí está sobradamente definido, a partir de Aron y de los profesionales que han seguido su mismo camino –muchos de ellos a causa de considerarse PAS a sí mismos–, es el perfil que presentan estas personas. Algo que, insisten, no tiene nada de patológico. “La alta sensibilidad cualifica como normal, aunque quizá no se encuentre dentro de la norma–que no deja de ser una estadística–. Pero es lo suficientemente normal como para ser un rasgo y no un trastorno”, recalca Zegers.
La propia Aron estableció los cuatro aspectos distintivos que han de manifestarse claramente para que una persona pueda ser considerada PAS. Se representan con un acrónimo, que en español es PSES: profundidad de procesamiento; sobreestimulación; fuerte emocionalidad y empatía; y sensibilidad a las sutilezas.
Procesamiento profundo
La primera se refiere a la tendencia a analizar de forma más concienzuda cualquier detalle o información. Se trata de una característica personal, por lo general poco comprendida por los demás, de quienes la PAS a menudo escuchará frases como “le das demasiadas vueltas a todo” o “te comes mucho el coco”. Y es verdad que, si la persona en sí no sabe poner límites a esta tendencia, puede desarrollar serios problemas psicológicos.
En cambio, si aprende a gestionarlo bien, llegará a contar con la ventaja de un análisis de cada asunto mucho más completo que el de la mayoría. Aunque siempre se ha de tener en cuenta que “la intuición de la PAS no es infalible. Por desgracia, algunos textos alientan a dar por sentado que sus percepciones son inequívocas, y no siempre es así”, advierte Pablo Villagrán, terapeuta y presidente de la Asociación Española de Personas Altamente Sensibles.
Sobreestimulación
La segunda característica se refiere al resultado de esa capacidad cerebral de sentir cada elemento del entorno, ya sea emocional o físico. Es decir, una PAS va a captar inmediatamente la energía y los estados anímicos de quienes la rodean, así como los ruidos, luces o ambientes cargados. Todo ello le provoca una sobreestimulación que debe aprender a manejar para no verse invadida y saturada por su alta capacidad perceptiva, para no necesitar con tanto apremio aislarse o retirarse a entornos más relajados.
Se trata, sin duda alguna, de la faceta que más riesgo supone para padecer trastornos mentales. Sin usar el término PAS, el doctor Carrasco lo explica así: “Las personas anómalamente sensibles van a sufrir con mayor intensidad cualquier tipo de frustración o de agresión procedente del entorno. El trauma producirá un trastorno de estrés postraumático con mayor probabilidad que en otras personas. De la misma manera, si sufren rechazo por cualquier condición –sexual, física, racial, etcétera–, “también es más probable que desarrollen un trastorno global de las emociones o de la personalidad”, añade el doctor Carrasco.
No obstante, la relevancia de esta interacción con el ambiente y los acontecimientos va a depender de otros condicionantes de la vida. “La interpretación o el sentido que la persona otorgue a ese conjunto de datos va a estar mediatizado por la cultura, la personalidad, la experiencia previa, los aprendizajes y un sinfín de factores añadidos”, señala Alcaraz.

Fuerte emocionalidad y empatía
El tercer factor determinante es la fuerte emocionalidad y empatía, lo que, de alguna manera, representa el lado positivo de la sobreestimulación. Intuir con tanta intensidad las emociones ajenas activa en estos individuos su tendencia natural a ponerse en su lugar. “A menudo pueden incluso saber cómo se sienten los demás antes de que estos sean conscientes de ello”, asegura Alcaraz.
De esta manera, la PAS puede ser de gran ayuda para quienes la rodean y, de hecho, suele involucrarse en esta tarea, que resultará muy positiva para sus amigos y para sí misma, siempre que sepa gestionarlo y se proteja de ser abrumada o contagiada de los sentimientos negativos de los demás.
“Por eso, cuando las PAS funcionan en entornos propicios, es probable que sean populares, porque están muy en sintonía con las necesidades de los otros. Asimismo, es muy posible que sean artistas, músicos, profesores, consejeros o profesionales de la salud”, explica el psicólogo norteamericano Ted Zeff, autor de libros sobre el tema.
Sensibilidad a las sutilezas
La cuarta y última característica, la sensibilidad a las sutilezas, alude a su captación de pequeños detalles que pasan inadvertidos para los demás. Es como si su engranaje cerebral les posibilitase una visión panorámica inmediata. “Se ha demostrado en recientes estudios de neurociencia social, cognitiva y afectiva, donde se ha observado que estos individuos muestran una mayor actividad en la región del cerebro conocida como la sede de la conciencia”, enfatiza Alcaraz.
Es una habilidad que, junto con las tres anteriores, conforma una de las ventajas del rasgo PAS bien delimitado y utilizado. “La investigación de Michael Pluess, psicólogo de la Queen Mary University de Londres, ha demostrado que suelen tener una resiliencia por encima de la media; o sea, una gran capacidad de superar traumas, probablemente porque la persona, por su tendencia a la reflexión, puede llegar a ver más allá que su propia desgracia”, apunta Zeger.
Se trata de una virtud que aflora en muchos sujetos que cumplen estas cuatro características establecidas como condición sine qua non por Aron. Siempre en función, como ocurre con cualquier ser humano, de las circunstancias que hayan ayudado a resaltar esta cualidad sensitiva. O, por el contrario, que el entorno no solo no le haya dejado espacio para manifestarse, sino que haya contribuido a obstruirla e intensificar la incomodidad, el sufrimiento y, acaso, algún tipo de trastorno psicológico.
Cuando sentir mucho duele: los riesgos del rasgo
Es lo mismo que pasa con otros aspectos comunes, pero no determinantes, para que alguien se identifique con este rasgo personal. Con frecuencia, las PAS manifiestan un gran sentido de la justicia, alta responsabilidad, mucha sensibilidad al dolor, conciencia medioambiental, preferencia por los deportes individuales, intensa curiosidad, capacidad de innovación, interés por los temas espirituales, preocupación por que cunda el buen ambiente en reuniones y fiestas... Además, son muy enamoradizas.
Son, en definitiva, características que se relacionan más con personas populares y extrovertidas, si bien esta última característica solo se da en un 30 % de las PAS. El resto, a pesar de su introversión, no dejará de interactuar con su entorno, debido a esa sobreinformación y sobreestimulación que reciben de él. Y empatizará con quienes tienen cerca, contribuirá a reflexiones y buenos ambientes, pero no por eso dejará de ser introvertida.
Quienes las rodean admirarán su bonhomía e, incluso, su optimismo, aun a pesar de que la PAS en cuestión, en ese preciso momento y sin que nadie lo sepa, se esté sintiendo fatal. Porque uno de sus vapuleos mentales sigue escapándose a esa gestión de personalidad que ya ha aprendido, pero que no acaba de interiorizar, o que se debilita cuando se presenta un problema nunca antes vivido.
Ciertamente, a las PAS no se les hace fácil esquivar la alteración de su mundo interior, porque “no tienen un escudo natural y les resulta difícil desconectar de las cosas”, indica Zeff. Es la razón por la que les acechan ciertas dolencias mentales. “Se encuentran personas especialmente sensibles entre los pacientes con depresión y ansiedad, con trastorno límite de la personalidad o con alteraciones de la conducta alimentaria”, comenta el experto.
¿Cerebro diferente?
En todos estos casos, se hallan disfunciones en las áreas del sistema límbico cerebral, que incluyen la amígdala y el hipocampo, así como en las regiones del procesamiento más inmediato de las emociones, como son los lóbulos prefrontales y el córtex cingulado —explica el doctor Carrasco. Y añade—: Se debe enseñar a regular las emociones derivadas de la sensibilidad interpersonal, para que no se conviertan en destructivas o en egocéntricas. De un exceso de sensibilidad puede derivar lo mejor o lo peor de las personas”.
“La buena noticia es que los adultos muy sensibles tienden a responder bien a la terapia, porque están muy en contacto con sus emociones”, asegura Aron. Sobre todo cuando sus padres han detectado la alta sensibilidad a edades tempranas y, con ayuda de especialistas, la han sabido encajar y optimizar.
En el caso del adulto que se ve desbordado, la terapia ha de consistir en “un proceso de profundo autoconocimiento, a la par de ahondar en las características del rasgo”, explica Zeger. En definitiva, conocerse a sí mismo como remedio esencial para cualquier humano, y saber bien en qué consiste su peculiaridad para reconciliarse con ella y usarla positivamente.

Una personalidad intensa, compleja… y creativa
“Es muy recomendable entrenarse y perfeccionarse en la gestión emocional, ya que la información sensorial llega a las áreas emocionales –amígdala, sistema límbico, cíngulo, etc.– del cerebro tres veces más rápido que a las áreas racionales –neocórtex–. Pero la emoción no es lo que perdura, sino la interpretación, los pensamientos y las conclusiones que sacamos de ellas”, puntualiza Alcaraz.
“Con el desarrollo de la llamada inteligencia emocional, aprendemos a elegir el ángulo interpretativo que más nos beneficia para el momento presente. Y, con la práctica del mindfulness, podemos observar cómo surge una emoción, cómo la vivimos y cómo se desvanece, sin interpretarla a priori, lo cual nos hace más objetivos a la hora de vivir las situaciones”, señala el experto.
De la aceptación al autocuidado
Otras técnicas que pueden contribuir a esta reconducción –que no curación, según recalcan sus defensores– pueden ser las de relajación, de meditación o de reprocesamiento de las vivencias dolorosas antiguas, como es el caso de la terapia denominada EMDR, siglas que, en español, significan desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares.
Y lo cierto es que, “cuando una persona entiende que es una PAS, por lo general, es una liberación, porque comprende por fin por qué no es como los demás y por qué a veces no se entienden sus necesidades desde fuera”, nos comenta la psicóloga Teresa Arias.
No obstante, “una vez que hemos aprendido de este rasgo, deberíamos vigilarnos para no encontrar en él excusas a nuestro victimismo”, aconseja Villagrán.
Igualmente, resultará a la postre negativo si, debido a muchos textos erráticos que circulan por internet y al título de la edición española del libro de Aron –El don de la sensibilidad–, se vive como tal, como un talento extraordinario, “un término que hace más daño que bien, ya que conlleva el tentador y seductor riesgo de que las PAS se sientan seres superiores”, reacciona Zeger. Y claro que no se trata de eso.
Referencias
- Acevedo, B. P., Aron, E. N., Aron, A., Sangster, M. D., Collins, N., & Brown, L. L. (2014). The highly sensitive brain: an fMRI study of sensory processing sensitivity and response to others’ emotions. Brain and behavior, 4(4), 580–594. doi: 10.1002/brb3.242
Cortesía de Muy Interesante
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