Japón se encuentra contra la espada y la pared. Por un lado, la ola de calor que azota los campos de cultivo ha dejado las cosechas devastadas y reducido al mínimo histórico la producción de un pilar en la dieta nipona: el arroz. Por el otro, las políticas gubernamentales, sumado al turismo masivo, han duplicado el problema a tal punto que un grano tan arraigado en su cultura se ha vuelto incosteable: es 30% más caro. ¿Qué es lo que se ha hecho para revertir el problema? Pedir ayuda a Corea del Sur.
Una medida sin precedentes en 25 años. Por primera vez desde 1999, la tierra del sol naciente ha recurrido al arroz extranjero para afrontar tanto el aumento de los precios, la escasez del grano, así como el enojo de los consumidores. Según arrojan desde The Guardian, el costo del arroz se duplicó a 4,214 yenes (535 pesos mexicanos) por 5 kilos, lo que provocó que la población comenzara a mirar más allá de sus fronteras. Esto ante el escepticismo y el arraigo cultural a los productos nacionales.
Punto de inflexión. Con la llegada del arroz surcoreano a los supermercados nipones, e incluso también algunos lotes traídos desde California, la población ha tenido que ceder en sus hábitos de consumo. Con costos de arroz nacional encarecido, las personas se ven orilladas a cambiar su percepción del grano extranjero bajo la urgencia de precios más accesibles. Cuestión que contrasta con el rechazo al arroz tailandés en 1993. La otra opción: comer menos arroz.
Uso de reservas. Con todo este panorama, y en un intento desesperado por contener la crisis, el gobierno japonés decidió liberar 210,000 toneladas de reservas de arroz. Como indican en The Japan Times, esta medida tiene como objetivo reducir la brecha entre la producción y cantidad distribuida del grano. Eso sí, se liberarán poco a poco y hasta realizarán subastas a mayoristas. La opción, de fondo, tiene un problema aún más grave: son las reservas para desastres naturales.
El incendio más allá de los campos. Por si fuera poco, la exorbitante alza en los precios del arroz ha puesto a tambalear a la política en Japón. Al estar en juego el alimento básico japonés, los consumidores culparon a la administración del primer ministro, Shigeru Ishiba. La cuestión es que en julio se llevaron a cabo las elecciones en el país y como si no fuera suficiente la presión de su propio Partido, Ishiba quedó en el ojo del huracán debido a la preocupación central: el aumento de precios.
Más leña al fuego. No es de sorprender entonces lo que sucedió después: el caos mediático. Resulta que el ministro de Agricultura japonés, Taku Eto, provocó la furia de los consumidores tras declarar que él “nunca tuvo que comprar arroz” gracias a los regalos de sus simpatizantes. Aunque ofreció una disculpa casi inmediata, el daño estaba hecho. Porque en un país donde el arroz es parte importante de la vida diaria de las personas, el comentario no pasó por alto. El resultado: su inminente renuncia.

“¿El arroz de este año es raro?”. Esto se preguntó Yu Arikawa, un agricultor preocupado por lo granos de arroz en mal estado que se han cosechado debido al calor extremo y la escasez de lluvias. Mientras los factores climáticos no dan tregua, aumentan las preocupaciones en cuanto a la seguridad alimentaria. Esto dado a las tensas negociaciones arancelarias por parte de Estados Unidos impuestas por el presidente Donald Trump. Se prevé que se de pie a más importaciones agrícolas.
A resumidas cuentas, la crisis del arroz se da no solo por la falta de producto nacional, sino también debido a la posible acumulación del grano por parte de distribuidores. Esto sin contar los diversos problemas logísticos en la cadena de suministro y al aumento de la demanda impulsado por el auge del turismo. A final, efecto dominó que ha dejado en la incertidumbre el alimento, y la propia cultura, de Japón.
Cortesía de Xataka
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