Muere Jim Lovell, el comandante del Apolo 13 que viajó 322.000 km con una nave averiada y convirtió un fallo crítico en una hazaña histórica

En la historia de la exploración espacial hay nombres que se pronuncian con un respeto especial, y uno de ellos es el de James Arthur Lovell Jr. Su legado no se mide solo en kilómetros recorridos más allá de la Tierra, sino en su capacidad para mantener la calma cuando el mundo entero parecía contener la respiración. Fue el comandante del Apolo 13, la misión que pasó de ser un paso más hacia la Luna a convertirse en una épica odisea de supervivencia.

Lovell no nació con un pie en la NASA. Su camino estuvo marcado por rechazos y giros inesperados. De joven soñaba con cohetes y diseñaba modelos caseros, incluso fabricó un rudimentario proyectil de pólvora que explotó a pocos metros del suelo, salvándose de milagro. Su pasión por la aeronáutica le llevó a la Academia Naval de los Estados Unidos, aunque no a la primera; tras un intento fallido y dos años en la Universidad de Wisconsin, logró ingresar en Annapolis. Allí empezó a forjarse el piloto que años más tarde sería llamado a cumplir una de las misiones más peligrosas de la historia.

Su carrera militar estuvo ligada al vuelo nocturno y a las pruebas de aviones, un entrenamiento que, sin saberlo, lo preparó para situaciones límite. Cuando la NASA lanzó su primer programa de astronautas en 1958, Lovell quedó fuera por una condición médica temporal. Pero en 1962, con la segunda selección de astronautas, entró en la historia.

De las cápsulas Gemini a la órbita lunar

Su debut espacial llegó en diciembre de 1965 con la misión Gemini 7, un vuelo de resistencia para comprobar si el cuerpo humano podía soportar dos semanas en órbita. Durante catorce días compartió una cápsula minúscula con Frank Borman, en condiciones que distaban mucho del glamour que asociamos a los viajes espaciales. Era ciencia pura: probar los límites antes de intentar llegar a la Luna.

En 1966 volvió a volar, esta vez al mando del Gemini 12, junto a Buzz Aldrin. Fue una misión clave para perfeccionar las técnicas de trabajo extravehicular, lo que más tarde permitiría a los astronautas caminar sobre la superficie lunar. Con esos logros, Lovell pasó al programa Apolo, donde le esperaba un papel protagonista.

La misión Apolo 8, en 1968, marcó otro hito: por primera vez en la historia, seres humanos salían de la órbita terrestre y viajaban hasta la Luna. Lovell, como piloto del módulo de mando, fue testigo directo de un momento que cambió nuestra percepción del planeta: el amanecer de la Tierra sobre el horizonte lunar. Aquella imagen, capturada por sus compañeros, mostró al mundo un planeta frágil, solitario en la inmensidad del espacio.

Los astronautas del Apolo 8, Frank Borman, William Anders y Jim Lovell, posan frente al simulador de la misión durante su entrenamiento
Los astronautas del Apolo 8, Frank Borman, William Anders y Jim Lovell, posan frente al simulador de la misión durante su entrenamiento. Foto: NASA

Apolo 13: la odisea que unió al planeta

Abril de 1970 debía ser el momento culminante de su carrera: comandar la misión Apolo 13 y caminar sobre la Luna. Sin embargo, en el tercer día de viaje, a 322.000 kilómetros de la Tierra, un tanque de oxígeno explotó, privando a la nave de energía, agua y calor. En cuestión de minutos, la misión cambió de objetivo: ya no se trataba de explorar la Luna, sino de sobrevivir.

Lovell y sus compañeros, Jack Swigert y Fred Haise, se refugiaron en el módulo lunar, diseñado para dos personas y pocos días de autonomía. La temperatura descendió por debajo de los 4 grados, el agua se racionó a menos de 200 mililitros diarios y el dióxido de carbono comenzó a acumularse peligrosamente. Sin piezas compatibles para los filtros, improvisaron un sistema de emergencia con bolsas de plástico, cartón y cinta adhesiva.

Mientras tanto, los ingenieros en Tierra calculaban maniobras y estrategias para traerlos de vuelta, aprovechando la gravedad de la Luna como un tirachinas cósmico. Con los sistemas automáticos apagados, Lovell recurrió a su experiencia en navegación estelar para corregir el rumbo guiándose por el horizonte entre el día y la noche en la Tierra. Era navegación a la antigua, pero en el vacío del espacio.

El mundo entero siguió la misión en directo. Millones de personas, desde jefes de Estado hasta niños en escuelas, aguardaban noticias. Tras casi cuatro días de incertidumbre, el Apolo 13 reentró en la atmósfera. El silencio de radio se prolongó más de lo normal y, cuando todos temían lo peor, la voz de la tripulación sonó clara. Los paracaídas se abrieron y la cápsula amerizó en el Pacífico. El fracaso de llegar a la Luna se convirtió en la mayor victoria técnica y humana de la NASA.

Los astronautas del Apolo 13 —Fred Haise, Jack Swigert y Jim Lovell—, minutos después de su seguro regreso al Pacífico
Los astronautas del Apolo 13 —Fred Haise, Jack Swigert y Jim Lovell—, minutos después de su seguro regreso al Pacífico. Foto: NASA

El hombre tras el mito

Lovell no volvió al espacio. En 1973 se retiró de la Armada y de la NASA, dedicándose a los negocios y a la divulgación científica. Coautor del libro Lost Moon, que inspiró la película Apollo 13, nunca buscó engrandecer su figura. Incluso en el cine insistió en aparecer con su auténtico rango de capitán de la Marina, rechazando ascensos ficticios para la pantalla.

En su vida personal, mantuvo un matrimonio de más de siete décadas con Marilyn, su novia del instituto, fallecida en 2023. Juntos criaron a cuatro hijos y vivieron el lado más íntimo de la carrera espacial, marcada por la incertidumbre y el riesgo constante.

A lo largo de su vida, Lovell fue reconocido como un ejemplo de liderazgo sereno. No se consideraba un héroe, sino un profesional que hizo su trabajo. Sin embargo, para generaciones de ingenieros, pilotos y soñadores, su nombre representa la esencia misma de la exploración: enfrentar lo desconocido con disciplina, ingenio y humanidad.

Hoy, su legado vive no solo en los archivos de la NASA, sino también en la memoria colectiva de un planeta que, por unos días de abril de 1970, se unió para seguir el viaje de tres hombres a bordo de una nave averiada, navegando en el vacío hacia casa.

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Cortesía de Muy Interesante



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