
Una de las consecuencias más reiteradas del calentamiento global es un supuesto aumento en la frecuencia de huracanes o ciclones tropicales, y, por tanto, en sus efectos potencialmente catastróficos en materia de vidas humanas, daño y destrucción de equipamientos e infraestructuras, costos económicos colosales, y pérdidas gigantescas para compañías aseguradoras. Sin embargo, esto no ha ocurrido, a pesar de que el aumento en la temperatura promedio del planeta ya ha rebasado el umbral crítico de los 1.5°C y se perfila para llegar a 4°C o hasta 5°C hacia finales del siglo, lo que será apocalíptico. (Sólo hay que observar la terrible crisis canicular que vive Europa con temperaturas superiores a 42°C e incendios forestales infernales). Recuérdese que el cambio climático calienta la superficie de los océanos, cosa que, además de causar la muerte de los arrecifes de coral y afectar profundamente la ecología marina, supondría exacerbar la intensidad y recurrencia, y capacidad destructiva de los huracanes. Esto, debido a que los ciclones tropicales obtienen su energía del calor del mar. Por tanto, a mayor temperatura en la superficie del mar, mayor energía disponible para ellos. Sin embargo, indicadores oficiales de la EPA y de la NOAA, no muestran un incremento interanual en el conteo de huracanes de 1975–2024. (El promedio climático 1991–2020 es 7 huracanes/año en la cuenca del Atlántico). Este hecho es usado en ocasiones por negacionistas interesados para desacreditar a la ciencia del cambio climático. Aunque es indudable que factores como El Niño-La Niña y otras oscilaciones oceánicas pueden incidir en la frecuencia de huracanes, no existe una tendencia histórica de que esta se haya magnificado. Las razones de esa aparente paradoja son de gran interés. Veamos. El calor del mar es el “combustible” fundamental de los huracanes. Estos nacen como depresiones atmosféricas al elevarse el aire caliente sobre el mar, y llevar la humedad a capas altas de la atmósfera. La depresión resultante provoca que corrientes de aire adyacente vayan ocupando el lugar del aire caliente en ascenso, formándose un sistema organizado de manera vertical. Este adquiere un movimiento rotatorio, que empieza a desplazarse y a tomar mayor fuerza con una creciente velocidad de los vientos, lo cual depende, en buena medida, de la temperatura del mar. Los ciclones tropicales o huracanes necesitan de esa estructura vertical bien organizada para consolidarse y ganar intensidad. Son sistemas simétricos, calientes en el centro, que dependen de un flujo de calor y humedad verticalmente alineado.
No obstante, existe otro fenómeno capaz de – literalmente – deformar o cortar la organización vertical de un huracán a determinada altura, y así, inhibirlo o extinguirlo. Se trata de la cizalladura (del latín cisare, cortar) vertical del viento (en inglés, Vertical Wind Shear). Implica un cambio fuerte en la velocidad o dirección del viento a diferentes altitudes en la atmósfera, típicamente, entre 1.5 y 12 kilómetros de altura, que impide que la columna de aire cálido y húmedo se mantenga estable y vertical. La cizalladura, al dispersar el calor y la convección (corrientes ascendentes), y evitar que se concentren en el centro, es capaz de descabezar una tormenta incipiente. Se habla de esfuerzo de cizalladura cuando una fuerza tiende a hacer que las partes de un objeto se deslicen entre sí en planos paralelos. Como tijeras cortando papel, donde las hojas ejercen esfuerzo de cizalladura. La cizalladura vertical en la atmósfera inclina el núcleo de una tormenta, separando el ojo huracán de las corrientes convectivas verticales de aire; y aumenta la ventilación en altura. Así, extrae la energía del sistema, y desorganiza la circulación interna de la tormenta, reduciendo la velocidad de los vientos. De esta forma, la cizalladura puede inhibir, “matar” ciclones, o suprimir su formación.
Lo paradójico es que, por un lado, el cambio climático calienta la superficie del océano y lo hace más fértil para el desarrollo de huracanes, pero, por otro lado, modifica los patrones de circulación atmosférica, incluyendo una mayor cizalladura vertical del viento, que suprime, debilita y dispersa a los ciclones tropicales. Es por ello que no ha aumentado la frecuencia global de huracanes, aunque sea posible que se haya incrementado la rapidez en su intensificación en distancias y periodos muy cortos por mayor inestabilidad y humedad atmosféricas, especialmente cerca de las costas (como el huracán Otis en Acapulco en 2023). Además, el calentamiento global provoca perturbaciones atmosféricas a gran escala, como el fortalecimiento de la corriente de chorro subtropical (que circunda al planeta) lo que implica una mayor cizalladura vertical, y con ello, una menor frecuencia de ciclones tropicales o huracanes. También, la temperatura de las capas altas de la atmósfera aumenta más rápido que la del océano superficial, lo que va a hacer más pronunciada la cizalladura vertical, y a impedir con ello la formación y desarrollo de huracanes. En conclusión, menos huracanes no es argumento para negar el cambio climático.
Cortesía de El Economista
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