Un noble ilustrado francés, el conde de Caylus (1692-1765), fue el primero en describir las piedras de Carnac. Décadas después, en 1805, el escritor bretón Jacques Cambry publicaba un libro en el que sugería que los abundantes megalitos de la región francesa de Bretaña formaban parte de la religión céltica y que eran uno de los escenarios de los ritos realizados por los druidas. Su teoría formaba parte de la celtomanía –la pasión por los celtas– que se estaba apoderando de la intelectualidad europea.
En Inglaterra ocurría algo similar con el recinto circular de Stonehenge, adscrito también a los druidas por aquellos años. Los celtas se erigían en los maestros de la arquitectura megalítica, vinculada a una religión llena de magia y misterio. Todo ello contribuyó a disparar la fascinación por estas construcciones, que adquirían un aura casi sobrenatural en la que se unían su dificultad arquitectónica y su función religiosa. Esta aura las sigue acompañando y atrae a una legión de curiosos deseosos de saber más sobre la hercúlea tarea de aquellos fortachones celtas.
Turquía, cuna de hallazgos
La realidad arqueológica, sin embargo, se ha encargado de demostrar que los celtas no fueron los únicos en construir megalitos, así como que estos aparecieron en zonas tremendamente alejadas de las que pudo ser su influencia cultural y en otros continentes, como la propia África. Pero no solo hay distancia geográfica: en las últimas décadas también hemos sabido que grandes construcciones megalíticas precedieron en milenios a la existencia del pueblo celta (Edad del Bronce). Los complejos dedicados al culto religioso de Göbekli Tepe y Nevali Çori, ambos en el este de Turquía y descubiertos en las últimas décadas, datan del Neolítico.
En concreto, de una fecha tan lejana como el x milenio antes de Cristo, una época que tradicionalmente asociábamos a una cultura muy rudimentaria. Muy al contrario, todo indica que algunos de aquellos pueblos neolíticos fueron capaces de asumir retos constructivos cuya magnitud nos parece imposible de conjugar con la visión condescendiente que de ellos teníamos como unos antepasados atrasados, demasiado ocupados en su difícil supervivencia.
En el citado yacimiento de Göbekli Tepe, que empezó a excavarse a partir de los 90, sus habitantes utilizaron grandes piedras talladas para construir enormes estructuras circulares de entre diez y treinta metros de diámetro sostenidas por unos llamativos pilares con forma de T que son todo un logro arquitectónico.

Unos pilares de altura
También realizaron grandes columnas de varios metros de altura. La mayor de ellas recuperada, no en el propio complejo sino en una de las canteras donde extraían la piedra y directamente la tallaban, tenía una altura de 6,9 metros, pero estaba inacabada y, tras ser restaurada, se calcula que debió de alcanzar los nueve metros. En Nevali Çori, por su parte, se hallaron, también en los años 90, dos pilares de tres metros de altura y columnas monolíticas similares a las de Göbekli Tepe. Por desgracia, este último depósito fue inundado al encontrarse en el ámbito proyectado para el gran embalse de Atatürk.
En la época en que se levantaron estos grandes complejos, la Tierra vivía el final de la Edad de Hielo, con el retorno de las buenas temperaturas. La zona del este de Turquía donde se encuentran los yacimientos era un vergel con bosques e incluso selvas, habitados por animales salvajes hoy desaparecidos de la región, como leopardos, gacelas y hasta cocodrilos. Los habitantes de Göbekli Tepe debieron de ser algunos de los primeros protagonistas de la llamada revolución neolítica, que consistió en el dominio de la agricultura para garantizar el acopio de comida. Así, la región pudo ser uno de los primeros escenarios del final del nomadismo característico de las primeras poblaciones de cazadores-recolectores.
En este contexto empezarían a surgir las primeras construcciones permanentes fruto de la mano del hombre. Las más monumentales de ellas serían las dedicadas al culto a los muertos. Klaus Schmidt, el arqueólogo alemán responsable de las excavaciones en Göbekli Tepe, cree que el edificio encontrado era un establecimiento religioso dedicado a honrar a los difuntos, quizá también a enterrarlos, aunque aún no se han hallado tumbas en la excavación. La presencia de diferentes animales esculpidos en las piedras, desde leones hasta serpientes, es interpretada por el científico como una creencia en que estas bestias se encargaban de proteger el alma de los muertos.
El Stonehenge de Nibia
Sin embargo, este no sería un lugar de culto cualquiera. Su magnitud –y también su posición– sugieren que servía para algo más. Porque Göbekli Tepe está en lo alto de una colina visible a considerable distancia y, dato significativo, alejado de cualquier fuente de agua. Esto indica que, más que un lugar habitado, era un centro religioso, destinado quizá a grandes celebraciones. Schmidt se refiere a él como una «catedral en la colina», al que se peregrinaría desde muchos kilómetros de distancia en ocasiones señaladas.
La precocidad de esta construcción queda aún más de manifiesto porque la siguiente expresión megalítica nos lleva a un salto temporal de casi 5000 años y a un continente de distancia. Se trata de Nabta Playa, en pleno desierto de Nubia, un lugar remoto y árido pero suficientemente importante y significativo como para que sus lugareños levantasen allí los primeros Stonehenge. Sí, 3000 años antes que en el territorio británico, en la árida arena del corazón de África se levantaron al menos tres agrupaciones en círculo de piedras monolíticas.
La más conocida estaba formada por una treintena de grandes rocas trabajadas para darles la conocida forma vertical que tan familiar nos resulta en otras latitudes. Esas piedras rodean a otras seis que se encuentran en el interior. A los sabios ilustrados del xviii y xix les resultaría difícil defender el carácter céltico del Stonehenge africano. Además, debajo de las estructuras megalíticas de Nubia se han hallado otras construcciones de distinto formato: grandes mesas de piedra y lo que parecen haber sido esculturas animales son las más destacadas.

Unos nómadas picapedreros
Todo ello cuestiona la visión que se tenía de los pueblos que habitaban estas zonas. Hasta los descubrimientos de Nabta Playa, las hipótesis sobre aquellos habitantes de los desiertos del extremo norte del África negra apuntaban a que se trataba de unos pastores nómadas de ganado, con tradiciones y organización social bastante simples. Pero eso resulta incompatible con la elevada organización social necesaria para extraer piedra de las canteras, tallarla y transportarla a zonas en medio del desierto.
El esfuerzo en cuanto a las muchas horas de trabajo requeridas, la cualificación necesaria para poder producirlas adecuadamente y la disposición a emprender la tarea –para lo cual es necesario el control político de una élite social aceptada por los trabajadores y artesanos– sugieren que la organización de esta sociedad era mucho más estructurada, así como que contaban con unos conocimientos y tecnologías muy notables para su época.
Por tanto, el megalitismo europeo no fue sino el tercero que registra la historia a tenor de los últimos descubrimientos. La originalidad o precocidad europea, ensalzada por el predominio cultural de Occidente en los últimos siglos, no fue tanta y es posible que ulteriores trabajos en estos lugares, todavía insuficientemente excavados, aporten más noticias en el mismo sentido.
Ello no quita que, cuando los europeos de la Edad del Bronce empezaron a construir megalitos, lo hicieran a lo grande. Los alineamientos de Carnac, en la Bretaña francesa, son un buen ejemplo. Casi 3000 menhires –2934, exactamente– cubren una extensión de cerca de cuatro kilómetros de longitud. Estos monolitos fueron dispuestos en tres gigantescos alineamientos perfectamente distribuidos. El más grande de ellos, Le Ménec, está además delimitado por dos círculos de piedra, como los de Nabta Playa o Stonehenge, y el que se conserva mejor de ellos, el del extremo occidental, lo forman setenta menhires y mide cien metros.
Precisamente, los círculos de piedra, conocidos por los expertos con el nombre de crómlech –expresión proveniente de la lengua galesa que significa «piedra plana colocada en curva»–, son la otra expresión más espectacular del megalitismo europeo. Sin duda, la fascinación que ejerce desde hace más de tres siglos el de Stonehenge, en Inglaterra, caracterizado por sus grandes dimensiones, es responsable de su popularidad.

El Lourdes prehistórico
Estos monumentos religiosos ya no tenían la función de adorar a los muertos. Se ha avanzado mucho en la clarificación de sus usos rituales y, descartada hace tiempo la romántica vinculación con los druidas, hoy se piensa que Stonehenge se construyó en el marco de una transición de creencias: mientras que templos anteriores en la misma zona indican que se adoraba a las montañas y a elementos del paisaje, el círculo de piedras de la llanura de Salisbury habría estado dedicado a la adoración del sol y la luna, respecto a cuyos movimientos se alinea el monumento.
Otra teoría es que pudo ser un lugar de peregrinación, una suerte de Lourdes prehistórico. Esta hipótesis se apoya en los hallazgos arqueológicos de restos humanos, con señales de heridas o lesiones, que podrían haber acudido al mágico lugar en busca de curación. Otros vestigios de animales sacrificados apoyarían esa posibilidad.
En el año 2015, un inesperado hallazgo aumentó la ya de por sí inmensa atracción por Stonehenge. Y es que, a solo tres kilómetros de distancia se detectó, con el uso de radares, que bajo tierra hay una enorme formación megalítica con forma de herradura. En total estaría compuesta por noventa piedras de unos 4,5 metros de altura como media. Estas dimensiones lo harían incluso mayor que su vecino, por lo que se le ha bautizado con el nombre de Superhenge.
Los dólmenes, formados por grandes losas clavadas en vertical que sostienen una piedra de cubierta horizontal, son la otra expresión habitual de las antiguas construcciones megalíticas en el continente europeo. Es la que se adopta de manera más amplia en territorios muy diversos. Pueden encontrarse dólmenes no solo en las mismas zonas que los menhires, donde son muy abundantes, sino por doquier en el continente: desde en el norte, en la zona del Báltico, hasta la isla de Malta y desde Polonia hasta la península ibérica. En nuestro territorio aparecen desde en Galicia, Asturias y el País Vasco hasta en Extremadura, y también son notables los de la isla de Menorca (los llamados talayots). La hipótesis mayoritaria sobre los dólmenes es que eran sepulcros colectivos. Pero también se ha apuntado que pudiera tratarse de una forma de demarcación del territorio perteneciente a un grupo humano.
Con toques artísticos
Construir un dolmen era un reto de proporciones desmesuradas. Las losas que lo formaban podían pesar entre cuarenta y cien toneladas, y muchas veces su procedencia no era cercana. Por ejemplo, las que forman el dolmen de Soto, en Huelva, fueron transportadas desde una cantera a 35 kilómetros de distancia.
Más sorprendente resulta aún la sutileza arquitectónica de su construcción. La piedra de cubierta era alisada solo en su parte inferior, mientras que en la superior se tendía a mantener una forma que respetaba sus proporciones iniciales, aunque notablemente embellecidas. Además, esta piedra no se apoyaba por completo, sino solo sobre algunos puntos, entre los que se encontraba siempre uno de los más estrechos y puntiagudos de las piedras verticales. Todo esto nos demuestra que existía un estilo de hacer dólmenes que se va repitiendo con bastante similitud en diferentes geografías europeas. Y, sobre todo, que sus artífices actuaban con una voluntad notable de crear belleza, lo que los consagra como verdaderos artistas de la prehistoria.
Cortesía de Muy Interesante
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