
Algo profundo está cambiando en la mesa. Una fuerza impulsada por la bioquímica, comienza a alterar el mapa gastronómico global de forma más radical que cualquier dieta o tendencia culinaria previa. Su nombre resuena en consultorios, titulares y sobremesas: Ozempic. Este fármaco inyectable y su legión de análogos representan la herramienta más eficaz hasta ahora para “adelgazar a cualquier costo”, aunque el costo real trasciende la báscula.
Pocas veces hemos enfrentado una disrupción de esta magnitud y el escritor y divulgador Johann Hari, un agudo observador de las crisis contemporáneas, ha investigado este fenómeno, y sus hallazgos invitan a una reflexión incómoda y necesaria.
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Apetito rediseñado: un nuevo paradigma alimentario
Para entender la transformación, hay que detenerse en el “silencio”. Es el término con el que los usuarios de Ozempic describen la desaparición repentina del “ruido de la comida”: ese monólogo interno y esa negociación constante con el antojo que dicta gran parte de nuestro día a día. La semaglutida, su principio activo, no solo genera saciedad; también hackea los circuitos del placer en el cerebro.
Ozempic
Hari, en su investigación para The Magic Pill, lo describe como una liberación de la “tiranía de la comida ultraprocesada”. De repente, productos diseñados para ser irresistibles pierden su poder. Este giro es un hito para la salud pública, pero también un terremoto existencial para una industria multimillonaria construida sobre la ingeniería del antojo. Las grandes corporaciones ya miden el impacto en sus ventas y se preparan para reinventar categorías enteras.
Salud y cultura: un delicado equilibrio
Desde la perspectiva médica, el horizonte parece luminoso. La obesidad es un factor de riesgo de enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, males cardíacos y varios tipos de cáncer. Tratarla eficazmente podría convertirse en el mayor logro sanitario en décadas. Se nos promete una vida más larga y saludable, libre del estigma del peso.
Pero la historia no es lineal. Los efectos secundarios conocidos son solo una pieza de la ecuación. Hari se pregunta si no estaremos medicando una reacción lógica a un entorno alimentario tóxico. ¿Estamos callando el síntoma —el hambre desregulada— sin atender la enfermedad real: una oferta industrial adictiva?
Además, empiezan a surgir voces que hablan de la “personalidad Ozempic”: cierta apatía, un estado plano. Si el fármaco modifica los circuitos de recompensa para la comida, ¿cómo impacta en nuestra capacidad de disfrutar otros placeres? La gastronomía no es solo nutrición: es comunidad, cultura y alegría. El riesgo es un futuro más sano y funcional, pero con menos capacidad de goce en torno a la mesa.
Ozempic
Redefiniendo el futuro, plato a plato
Estamos en el umbral de una era en la que el apetito se regula desde la farmacología. Esto obligará a toda la cadena alimentaria a reinventarse, desde el chef de alta cocina hasta el productor de snacks. La innovación hacia alimentos más densos en nutrientes y fórmulas adaptadas a un nuevo tipo de comensal será inevitable.
La advertencia de Johann Hari es clara: al abrazar esta solución farmacológica para liberarnos de la comida, corremos el riesgo de desconectarnos aún más de nuestros cuerpos y de las raíces de nuestro malestar. La pregunta es si, en nuestro afán de controlar el cuerpo, estamos listos para asumir las consecuencias que esto traerá.
Cortesía de El Economista
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