Desde Río de Janeiro
El optimismo y el pesimismo pueden ser inteligentes o no. Pueden ser el optimismo que toda idea de transformación mundial requiere. O pueden ser una visión escéptica, que en realidad termina obstaculizando cualquier resultado positivo de las crisis. Todo depende de dónde se hable.
Es difícil ignorar un texto escrito desde Argentina o Bolivia hoy sin notar su tono pesimista. Así como es imposible percibir un tono optimista en textos escritos desde México y Brasil, sin reducir los análisis de un lugar u otro a una mera ubicación geográfica o política.
Los bolcheviques, ante su extraordinaria y sorprendente victoria, creyeron que este era el comienzo de la revolución global y el derrocamiento del capitalismo en todo el mundo. La Tercera Internacional se fundó para poner en práctica este proyecto.
Estaban firmemente arraigados en una sociedad revolucionaria, que parecía señalar la fragilidad del capitalismo y el poder de la acción del proletariado como clase dominante. Eran puro optimismo.
Las victorias revolucionarias tienen un poder de persuasión insuperable. La fuerza de la sorprendente victoria de la Revolución Cubana contenía un argumento contundente, como si fuera posible reproducir algo similar en otros países del continente, independientemente de sus condiciones sociales y políticas específicas. Y sin tener en cuenta que en otros países, después de la Revolución Cubana, el factor sorpresa ya no era relevante. El imperialismo y la derecha estaban atentos a cualquier manifestación izquierdista.
¿Cómo convencer a un joven en Brasil, a diferencia del llamado de Marighella y Lamarca a reproducir la vida guerrillera de la Revolución Cubana aquí? La muerte del Che parecía ser una mera circunstancia concreta y no una señal de que fuera necesario reflexionar sobre el camino de la guerra de guerrillas en el continente. Su muerte se debió aparentemente a circunstancias políticas locales, y su sacrificio sería un nuevo llamado a seguir el mismo camino.
El optimismo parecía favorecer la réplica de la Revolución Cubana. Cada síntoma se interpretaba con un tono optimista, en lo que respecta a las guerrillas en Venezuela, Perú, Guatemala, Argentina y el propio Brasil. Quienes discrepaban parecían pesimistas, incrédulos del poder de la lucha revolucionaria.
Cuando Marighella asistió a la reunión de Osal en Cuba, en una sala que ostentaba la cita del Che: «El deber de todo revolucionario es hacer la revolución», regresó con un poderoso llamado a la juventud de izquierda. Escribió el Manual de la Guerrilla Urbana, cuyo primer capítulo se titulaba: ¡El alma de la guerrilla es la bala!
La soledad en la que lo atrapó la represión en una calle de São Paulo, así como la soledad en la que Lamarca fue asesinado en el interior de Bahía, no solo eran expresiones de su aislamiento masivo, sino también de cómo el proyecto guerrillero rural no avanzaba y su aislamiento en la ciudad y el campo era fatal.
El pesimismo prevaleció a partir de ese momento. La propia muerte del Che comenzó a reinterpretarse como una señal del agotamiento del período guerrillero en América Latina.
El siguiente capítulo de la izquierda latinoamericana fue muy diferente, con la victoria electoral de Salvador Allende (foto) en 1970 —tres años después de la muerte del Che— y su propuesta de construir el socialismo por medios legales e institucionales.
El optimismo cambió de lugar y de aspecto. De las fuerzas guerrilleras, el eje de la izquierda latinoamericana se desplazó a la lucha política y jurídica. El socialismo parecía tener un camino diferente. La izquierda cambiaba de rumbo y el optimismo adquirió nuevos contornos.
Vuelvo a la actualidad latinoamericana. Repito: afrontar el futuro desde Buenos Aires o São Paulo, desde Ciudad de México o La Paz, conlleva fuertes cargas de optimismo o pesimismo.
¿Debemos entonces ser optimistas o pesimistas? Siempre tiendo al optimismo. El activismo político requiere cierto grado de optimismo, fe en la fuerza de la organización popular y confianza en la capacidad de liderazgo de los líderes de izquierda. Sin esto, la confianza en la posibilidad de transformar el mundo carece de sentido.
El pesimismo, si bien puede parecer realista en ciertas circunstancias, conlleva una pérdida de confianza en el potencial de transformación de la realidad, incluso la desmoralización de quienes sostienen una perspectiva diferente, lo que incluso genera escepticismo. El escepticismo, que es una enfermedad infantil del pesimismo.
Quienes tienen razón siempre quedan relegados al futuro. Pero la capacidad de pensamiento dialéctico fue muy bien resumida por Lenin, en su enorme capacidad de síntesis: «El análisis concreto de la situación concreta es el alma viviente, la esencia del marxismo». Y, para terminar con otra cita optimista, como dijo Sartre, un no marxista: «El marxismo es la filosofía insuperable de nuestro tiempo».
Cortesía de Página 12
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