Los caballos son uno de los animales más icónicos que han acompañado el avance de la humanidad. Han servido como transporte y en campos de batalla, símbolos de fuerza y vehículos esenciales para las civilizaciones. Sin embargo, a diferencia de ellos, otro animal con ventajas similares nunca se logró domesticar: la cebra.
De acuerdo con el sitio Mongabay, existen múltiples factores que explican este hecho. La cebra, un pariente cercano del caballo, no es menos fuerte ni ágil; de hecho, tiene resistencia natural a la mosca tsé-tsé, que es mortal para los caballos. A pesar de su impresionante velocidad y su potencial para ser montura o animal de trabajo, su domesticación nunca tuvo éxito.
La historia ha documentado múltiples intentos de domesticarlas, pero en todas las ocasiones los resultados fueron los mismos: un éxito muy limitado que terminó en fracaso.
Por ejemplo, en el siglo XIX, el aristócrata Lord Walter Rothschild intentó usarlas como animales de monta. Tras un entrenamiento individual e intensivo, logró que seis de ellas tiraran de un carruaje, pero nunca fueron suficientes para reproducirse de forma sostenible.
La administración colonial alemana en la actual Tanzania también lo intentó a principios del siglo XX, principalmente para explotar su resistencia a la mosca tsé-tsé. El plan inició con la captura de cebras salvajes para que tiraran de carretas y transportaran cargas.
Sin embargo, se encontraron con que la mayoría de los animales seguían siendo agresivos, se asustaban con facilidad, y pateaban y mordían a sus entrenadores. Además, las tasas de mortalidad en cautiverio eran altas debido al estrés y a la “miopatía por captura”, una enfermedad muscular degenerativa causada por el esfuerzo físico durante la captura.
En esa ocasión se llegó a la conclusión de que los costos de atención y el riesgo de lesiones para los trabajadores superaban con creces los beneficios. Eventualmente, el proyecto se abandonó y demostró lo difícil que era domesticar a las cebras.
La biología del fracaso: por qué las cebras se resisten a la domesticación
Ambos casos revelaron que no fue por falta de tecnología o recursos que las cebras no pudieron ser domadas, sino por sus rasgos biológicos y de comportamiento. Su temperamento reactivo de “huir primero, pensar después”, un elevado instinto de escape y estructuras sociales fluidas las haacen más aptas para seguir como animales salvajes.

Estos animales se diferencian de otros que sí fueron domesticados con éxito, como caballos, perros o ganado. Estos últimos suelen tener un comportamiento relativamente tranquilo y una estructura social jerárquica que permite a los humanos asumir roles de liderazgo. Además, se reproducen rápidamente y se adaptan a entornos artificiales, características que las cebras no cumplen.
Esto solo deja algo claro: es mejor dejar a las cebras en libertad. Ellas han demostrado naturalmente que no todos los animales están hechos para ser domesticados.
Cortesía de Xataka
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