
La palabra de moda para muchos es: experiencia. Especialmente los millennials, nacidos entre 1981 y 1996, junto con los de la generación Z, nacidos entre 1997 y 2012, quieren vivir cosas, más que poseerlas. Es una forma interesante de encarar la vida y me acuerdo de que un día lo comenté a un buen amigo diciéndole que a lo mejor ellos tenían la razón, que igual mañana “nos aplasta un coche”, como se dice popularmente, y al menos ya viviste algo. Pero mi amigo, más experimentado que yo, me reviró muy fácil: “Cierto, si te aplasta un coche. ¿Pero qué pasa si no? ¿Qué estás construyendo para tu futuro, para cuando tal vez ya no tengas ganas ni fuerza para trabajar?”. En realidad, el equilibrio es la receta más recomendable, en la vida y en los negocios. Uno como consumidor también debería adoptar esa estrategia, principalmente como consumidor de automóviles.
Un coche es, con mucha frecuencia, la segunda compra más costosa en la vida de la gran mayoría, sólo por debajo de una casa. Los hombres tenemos la tendencia a comprarlos por impulso, lo que puede llevarnos a cometer muchos errores y hacerlo en un vehículo que cuesta algunas centenas de miles de pesos, resulta importante.
Ese impulso también lleva a muchos a cometer errores a la hora de estudiar para tomar una decisión de compra. Las redes sociales están llenas de analistas de autos, la gran mayoría con poca o ninguna experiencia, hablando justo de lo que buscan millennials y Zs.
Los hay de todos los tipos. A muchos les gusta más hablar del hotel en el que están, del platillo que comieron, de la bebida que les sirvieron, de lo bonito que es el paisaje del lugar -al cual probablemente no hubieran podido visitar por su propio esfuerzo económico- que del auto que supuestamente fueron a ver. Otros hablan más de sí mismos que del coche. El protagonista es él o ella y cuando toman su teléfono para filmar algo, invariablemente lo apuntan primero a su propio rostro. Tan deslumbrados están con su propia imagen, que harían palidecer al mismo Narciso.
Las armas del ego y del odio
Otros se perciben en un nivel tan elevado, que miran a los demás hacia abajo. El peligro de hacerles caso -además de la flojera de tolerar su ego- es que están en un momento en el que piensan que no tienen nada más que aprender, se perciben como la sabiduría en persona y creen que todos los demás deberían pagar para verlos y escucharlos.
Tampoco hay que olvidar a los profetas del odio. Aquellos que tienen un ojo mágico para descubrir las fallas de todos los autos, de todas las agencias y hasta de muchos de sus propios seguidores. Son amados -por los poco estudiosos-, como valientes, como los únicos que dicen la verdad, adorados por los que creen que toda la crítica es verdadera y todo elogio es comprado.
Están los que se sienten embajadores del lujo y la deportividad, que consideran indigno cualquier auto que no tenga la firma de, por lo menos, Porsche. Para no hablar de plano de los influencers, que hablan de la crema para el cuerpo, de los nuevos tenis de tal marca o del coche que condujeron como la misma falsa naturalidad. Llegan a mucha gente, sin duda, pero la pregunta es si alguien que toma la decisión de compra de un auto lo hace porque alguien famoso por criticar restaurantes, dijo que “se la pasó muy padre” en tal coche.
Hay varios jóvenes buenos y algunos con mucho futuro. Varios de ellos, desafortunadamente, echan a perder ese talento al permitieren ser víctimas de la soberbia. Una soberbia que, confieso, también ya tuve. También ya me mareé al subirme al “ladrillo” del glamour de esta industria automotriz.
César, el emperador romano, tenía siempre a alguien cuyo trabajo era recordarle que era humano, no un Dios. Por fortuna yo también lo tengo, mi esposa. En esta industria, alguien así les hace falta a varios, sean periodistas o no.
Como consumidores, ojalá tengan la visión para entender que la actitud correcta es ver y escuchar a los más que se pueda, pero tomar su propia decisión, de preferencia manejando el auto que quieren comprar, en lugar de creer en algunos que lo único que quieren es vivir experiencias, porque es justo lo que no tienen. Y menos sobre esta industria.
Cortesía de El Informador
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