La inmensa mayoría de los medios occidentales y sus comunicadores repiten sus fraseologías propagandistas navegando en las aguas procelosas de las disonancias cognitivas. Los analistas internacionales, de clara raigambre otantista, imponen verdades que se sancionen como sentido común hegemónico. Pueden afirmar que Donald Trump es un pacifista porque pivotea sobre los conflictos mundiales en el mismo momento que ampara un genocidio en Gaza, despliega una flota en el Caribe venezolano, publicita recompensas de 50 millones de dólares para detener a Nicolás Maduro, asfixia la economía cubana, amenaza con la invasión a Panamá y a Groenlandia, desata una cacería sobre migrantes internos, e invita a Volodimir Zelenski a profundizar los bombardeos sobre la Federación Rusa, una semana después de haber recibido a Vladimir Putin en Alaska.
Los posicionamientos erráticos del magnate devenido en presidente son resultado de una situación de debilidad relativa del proyecto neocolonial de Washington y Bruselas. Apenas tres décadas después de creerse “el fin de la historia” de Francis Fukuyama, se sienten responsables de haber viabilizado y autorizado el crecimiento económico de la República Popular China motivados por la avaricia de ampliar la explotación del trabajo. La paradoja sórdida del neoliberalismo es que redireccionó las inversiones hacia el sudeste asiático, destrozó a la clase trabajadora estadounidense y ahora –en forma impaciente y exasperada– intenta recuperar el espacio comercial perdido sin asumir que la inercia industrial china no esperará la recomposición industrial anhelada por Trump.
Aquí la disonancia cognitiva queda expuesta en la admiración que produce el modelo chino y la acusación de autocracia que repiten desde el Departamento de Estado. Trump sueña contar con la autoridad expresada por Jinping sin comprender que se trata del líder de un organismo colectivo heredero de una tradición filosófica confuciana, originada hace 25 siglos. El rubicundo mandamás confunde megalomanía individual con la síntesis colectiva emanada de un Partido Comunista que asume la complejidad y no deja de innovar. Nos encontramos transitando un mundo en el que una potencia imperial estaba acostumbrada, desde el final de la Guerra Fría, a imponer un orden basado en reglas, decidido en forma inconsulta y unilateral que al mismo tiempo objetaba el Derecho Internacional.
Al encontrarse frente a una multilateralidad creciente, incapaz de afrontar al mismo tiempo sus déficits gemelos (fiscal y comercial) y su pretensión de omnímodo gendarme global, ha decidido escenificar cuatro hipótesis de conflicto bélico, priorizando los enfrentamientos contra China, los BRICS+, los países rebeldes del denominado Hemisferio Occidental (especialmente Cuba, Venezuela) y los migrantes internos, identificados como narcotraficantes y criminales. La designación de estas cuatro guerras está indisolublemente ligada a causalidades geoeconómicas y políticas. Las primeras derivan de un debilitamiento productivo y financiero. La segunda, de una merma en la capacidad de liderar la gobernanza global, evidenciada, entre otros ejemplos, en la competencia con la Unión Europea (UE).
Los mandobles erráticos y megalómanos de Trump, sus contradicciones y sus devaneos están imbricados en razones estructurales: la economía estadounidense tiene un endeudamiento cercano al 120 por ciento de su PBI y los intereses de esos compromisos suponen el primer rubro del gasto total del Tesoro. La deuda per cápita de sus habitantes alcanza los 120 mil dólares y los de China apenas 12 mil. Durante el año 2024, el gigante asiático incrementó su PBI un 5 por ciento, mientras que Estados Unidos alcanzó unos 2,8 puntos porcentuales. En el único rubro en que el país americano mantiene un liderazgo indiscutido en los gastos militares: 2800 dólares anuales per cápita, frente a los 250 dólares de inversión china. Estas disparidades se combinan, además, con la dificultad evidenciada por Washington para asimilar la “soberanización” incremental que se observa desde hace dos décadas. A diferencia de lo sucedido con la experiencia del Movimiento
de los Países No Alineados, las economías emergentes de los BRICS+ superan al G7 en términos de PBI; China es el mayor exportador de mercancías del mundo y en 2024 fue el tercer mayor importador global de bienes, precedida por Estados Unidos y la UE. El desorden trumpista es el reflejo de la pérdida de una brújula.
La disonancia e incoherencia manifiesta entre acciones y representación aparece más brutal e insostenible cuando se evalúa el rol de “pacificador” de quien se ha convertido en el gran garante de las políticas genocidas de Netanyahu y la hambruna planificada –certificada la última semana por la máxima autoridad de las Naciones Unidas ligada a la inseguridad alimentaria–, y el apartheid en Cisjordania. Esa realidad empieza a tematizada, incluso, por los grandes medios de la derecha global, como The Economist: “…el gobierno de Israel, a pesar de sus deberes como potencia ocupante, ha utilizado la distribución de alimentos a civiles como arma contra Hamás (…) Al acorralar a los civiles y destruye sistemáticamente sus hogares, Israel también está practicando la limpieza étnica”.
La otra confrontación bélica está claramente declarada contra lo que llaman Hemisferio occidental (al que consideran su patio trasero). Trump amenazó con invadir Panamá si las empresas chinas –que habían invertido en el Canal– no abandonaban el istmo. La presión de Washington obligó a que las corporaciones de Hong Kong vendieran su participación accionaria. México está siendo amenazado, semana tras semana, con la injerencia de una de las agencias más corruptas del mundo, la DEA. La fiscalía de Tegucigalpa, Honduras, detuvo la última semana a tres personas comprometidas en un potencial atentado contra el exgobernante Manuel Zelaya –actual esposo de la actual mandataria de ese país– orientado a enturbiar las elecciones el próximo 30 de noviembre. Los detenidos tienen relación con “financiadores” estadounidenses.
El caso más grave de guerra lo sufre la República Bolivariana. El último martes, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, confirmó el despliegue de tres buques militares estadounidenses, con cuatro mil soldados, para patrullar las costas caribeñas de Venezuela. A comienzos de este mes, el republicano firmó una orden administrativa en la que se autoriza el uso de la fuerza militar contra los carteles de la droga latinoamericanos, considerados organizaciones terroristas. La respuesta de Nicolás Maduro no se hizo esperar: se movilizaron cuatro millones de efectivos de la Milicia Nacional, el quinto componente de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. El pacifismo de Trump es una patraña disonante. Eso que llaman Occidente está roto.
Cortesía de Página 12
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