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- Autor, Anthony Zurcher
- Título del autor, CorresCorresponsal de la BBC, Norteamérica
Donald Trump está metiendo al gobierno de Estados Unidos en el negocio de los chips de computadora.
El viernes, el presidente anunció que el gobierno federal adquirirá 10% de las acciones de Intel, la empresa en la lista de Fortune 500 que es una de las mayores fabricantes de semiconductores en EE.UU. Además dio indicios de que el gobierno no habría terminado de añadir más activos a su portafolio.
“Haré este tipo de negocios para nuestro país todo el tiempo”, escribió en su red social, Truth Social. “También ayudaré a esas compañías que hacen negocios tan lucrativos con Estados Unidos”.
El mensaje de Trump fue una reacción en contra de las críticas que han continuado durante días. El objetivo de sus palabras fueron aquellos a quienes llamó “gente estúpida”, un grupo que incluye a algunos en la esfera política de la derecha.
“No puedes estar en contra del socialismo sólo cuando es de izquierda”, expresó el presentador de radio conservador Erick Erickson. “Así que si apoyas el socialismo, aparentemente Donald Trump es tu hombre”.
La medida de Trump está generando este tipo de críticas porque rompe con la tradición estadounidense y la ortodoxia conservadora de un gobierno limitado, menos intervencionista. Y algunos economistas advierten que su promesa de ayudar a las compañías que negocian con el gobierno estadounidense aumenta el potencial de corrupción e ineficiencias del mercado.
“Estamos observando que las decisiones de inversión tendrán que hacerse en base a la política y no la economía”, expresó Tad DeHaven, analista de política económica del Instituto Cato, un centro de investigación libertario.
“Esto es inyectar al gobierno directamente en la vida y alma de la toma de decisiones de una enorme corporación”, añadió.
Precedentes
Mientras que Trump asegura que EE.UU. pagó “cero” por el equivalente aproximado a US$9.000 millones de acciones de Intel sin derecho a voto, la transacción estuvo lejos de ser gratis.
EE.UU. convirtió los subsidios de construcción impagos contemplados en el Acta de Chips de 2023 -una legislación destinada a promover la fabricación nacional de semiconductores- en acciones de Intel.
Las acciones de Trump no son completamente sin precedente.
Durante la crisis financiera de 2009, EE.UU. se adueñó parcialmente de la automotriz General Motors, y las corporaciones financieras Citigroup y AIG para evitar el colapso de esas compañías.
Dichas intervenciones fueron justificadas por los presidentes George W Bush y Barack Obama como medidas de emergencia tomadas temporalmente para evitar un desplome económico de escala nacional.

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Aunque el gobierno de Trump explica la medida de Intel como una decisión tomada para proteger una industrial que es vital para la seguridad nacional -misma lógica detrás de las decisiones del presidente de imponer sanciones, desplegar a la Guardia Nacional en ciudades estadounidenses y reemplazar funcionarios públicos teóricamente independientes- la legalidad de su acción se basa en garantías con poca supervisión externa.
“Esto no se trata realmente de fortalecer a Intel, se trata de tomar control sobre ella y tal vez hacer más dinero”, señaló Robert Atkinson, presidente de la Fundación de Tecnología Informática e Innovación.
Fondo soberano de inversión
Si tener activos del Estado en compañías privadas es una maniobra inusual para el gobierno de EE.UU., eso no es exactamente raro en otras partes. China y Rusia invierten fuertemente en sus compañías nacionales. Incluso las democracias europeas tienen una historia de apoyar lo que consideran como industrias clave, como la aeroespacial, comunicaciones y energía.
El martes, el secretario de Comercio de EE.UU., Howard Lutnick, esbozó una estrategia similar, comentando que EE.UU. está considerando adquirir acciones en las empresas contratistas de defensa y municiones.
“Lockheed Martin percibe 97% de sus ingresos del gobierno federal”, indicó. “Si estamos añadiendo valor fundamental a tu negocio, creo que es justo que Donald Trump piense en el pueblo estadounidense”.
Otro asesor económico de Trump, Kevin Hassett, sugirió un plan más extenso: que este tipo de intervenciones gubernamentales son el primer paso hacia la creación de un fondo soberano de inversión.

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El presidente ha elogiado frecuentemente los fondos de inversión dirigidos por otras naciones, como China y las monarquías del Golfo, como medios efectivos de generar ingresos para el gobierno.
Mientras que no ha presionado al Congreso para que autorice formalmente la creación de un fondo de EE.UU., el modelo de inversión en Intel podría ofrecer una ruta alternativa sin la supervisión y regulación que acompañaría un acta legislativa.
“Estoy seguro de que en algún momento habrá más transacciones, si no en esta industria, en otras”, vaticinó Hassett.
La “acción de oro” del gobierno en la empresa siderúrgica US Steel que se negoció como parte de la compra japonesa de la compañía, la tajada de las ganancias en las ventas anticipadas de microchips de Nvidia y AMD a China, y la promesa de inversión extranjera en las industrias estadounidenses podrían aportar más activos para dicho fondo.
“Corea del Sur entregará a Estados Unidos US$350.000 millones por inversiones que son propiedad y están controladas por Estados Unidos y seleccionadas por mí, como presidente”, escribió Trump en Truth Social el mes pasado.
El silencio de sus adeptos
Aunque Trump frecuentemente se jacta de sus habilidades para negociar y su conocimiento financiero, Richard Stern, del centro de investigación conservador Heritage Foundation, opinó que el control del Estado pocas veces iguala el resultado del mercado libre capitalista.
“Aún cuando fuere el mayor genio de los negocios que jamás haya existido, la verdad es que parte de lo que hace a los negocios tan exitosos es que las personas involucradas son especialistas. Conocen ese negocio, ese producto, ese campo”, resaltó Stern.
“Ningún ser humano puede ser universalmente perfecto en el manejo de todo negocio de toda industria en el planeta”, concluyó.
Hasta ahora, muy pocos políticos republicanos -incluyendo aquellos en el Congreso, que podrían afirmar su autoridad para supervisar- se han pronunciado en contra del nuevo interés del presidente en el capitalismo administrado por el estado.

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El senador Rand Paul de Kentucky, un ocasional crítico de Trump, es la notable excepción.
“Si el socialismo es que el gobierno se adueñe de los medios de producción” – escribió en X- “¿no sería un paso hacia el socialismo que el gobierno posea parte de Intel?
Como para reiterar ese argumento, el senador de Vermont Bernie Sanders -un declarado socialista- ofreció palabas de apoyo a la medida de Trump.
“Si las empresas de microchips perciben ganancias de los subsidios generosos que reciben del gobierno federal”, dijo el excandidato presidencial en un comunicado, “los contribuyentes de EE.UU. tiene derecho a un rédito razonable de su inversión”.
“Trumpismo” puro
La perspectiva de que el poder económico que Trump está acumulando con estas medidas recientes pueda ser blandido por un futuro presidente demócrata es otra de las razones por las cuales se sientan incómodos.
“¿Hay alguien que crea que va a quedarse inmóvil mientras el gobierno tiene un 10% de activos en Intel y no tenga algo que decir sobre las políticas de Intel sobre tecnología verde, diversidad, responsabilidad corporativa, y demás?”, se preguntó DeHaven.
Eso no parece haber disuadido a Trump, cuyos esfuerzos pueden ser parte de una estrategia mayor o simplemente el entusiasmo de un empresario de meterse donde pueda, sea dirigiendo las inversiones del gobierno, sugiriendo a Coca-Cola que cambie la fórmula de su refresco o recomendando a Cracker Barrel (la cadena de restaurantes de comida sureña tradicional) que revierta a su antiguo logotipo.
“Todo el mundo se está apresurando con los ismos; corporativismo, socialismo, capitalismo de estado”, señaló DeHaven. “Al final de cuentas, es Trumpismo”.
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